Visto lo visto,
parece que no aprendemos ninguna lección de la espantosa realidad que estamos
viviendo, cuando es ya de todos sabido que la globalización y la movilidad son
en gran medida, si no absolutamente, las causas de la expansión del coronavirus
y que, precisamente por ello, los gobiernos deberían incentivar el consumo de
cercanía en vez de primar la actividad de las grandes superficies. Algo anda mal
en la plaza del mercado cuando ocurre justamente lo contrario.
El pasado lunes
29 de junio una veintena de zabarceros se plantaron a las cinco de la madrugada
bajo los soportales de la plaza de los Hermanos Orbón, en Avilés, sin los
permisos municipales que les habían sido retirados a raíz del estado de alarma,
para reivindicar un espacio que llevan ocupando toda la vida.
Lo hicieron
respetando al máximo las medidas de seguridad que a todos nos conciernen en
estos días, midiendo la distancia entre los puestos y, aún así, exponiéndose
con ello a una sanción administrativa o a un desalojo que finalmente no se
produjo.
Los hortelanos
saben bien que las medidas decretadas a raíz de la pandemia tienen poco o nada
que ver con esta decisión administrativa porque desde hace tiempo quieren
expulsarles de su sitio y de su tradición, como lo intentan en el mercadillo de Lugones (Siero), donde la
semana pasada se produjo una situación similar a la que ahora contamos, o en El Charcón, en Grado, y como ya ha ocurrido
en el gijonés Mercado del Sur, donde el Mercado de Aldea ya
perdió en su lucha contra la gentrificación.
Cuando las
zabarceras -en su mayor parte son mujeres- dicen que llevan allí toda la vida,
se están expresando en términos literales: Mari Carmen García, hortelana de
Illas, lleva sesenta años acudiendo a la cita todos los lunes con los productos
de su huerta, como hace setenta años que Alicia María Pérez, vecina de La Luz,
monta su puesto bajo los soportales de la plaza de Avilés. Como lo hicieron sus
madres y sus abuelas.
El mercado
semanal de Avilés se viene celebrando en este día de la semana y en el mismo
lugar, desde hace quinientos años, cuando los Reyes Católicos concedieran a la
ciudad este privilegio para paliar los efectos de un devastador incendio que
diezmó la población. Las zonas pantanosas que separaban la villa del barrio
marinero fueron siendo ocupadas por una manzana de casas burguesas que
constituyeron el primer ensanche avilesino y configuraron este encuadre, antes
conocido como la plaza de las Aceñas.
DdA, XVI/4549
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