domingo, 12 de julio de 2020

LA SEMANA NEGRA DE GIJÓN: GÉNESIS DE SU OLVIDADO ORIGEN

Comité organizador de la primera Semana Negra
celebrada en la villa de Gijón en el verano de 1988, 
que tuvo por acertado escenario el puerto de El Musel: 
Avelino Miravalles, Humberto Fernández y Paco Abril. 
Es menester recordar iniciativas como esta para creer 
 que otras pueden ser siempre posibles. 

Paco Abril

Me han preguntado muchas veces cómo surgió el tinglado de la “Semana negra” de Gijón. Voy a rebobinar esta película criminal para relatar cómo empezó todo. Soy muy consciente de que cualquier historia está mediatizada por quien la narra. Por eso adelanto que no escribo desde ninguna verdad absoluta. Solo voy a contar lo que viví y cómo lo viví. Sé bien cómo fueron sus orígenes porque formé parte del parto y del reparto de la génesis de esa fiesta negra.
En un principio, lo que se pretendía organizar era el IV Encuentro de la Asociación de Escritores Policíacos, de la que Paco Ignacio Taibo II (que vivía en México y al que en Gijón muy pocos conocían) ejercía como vicepresidente. Los anteriores encuentros, sin montajes a su alrededor, se habían celebrado en La Habana, México y Crimea.
Tini Areces, alcalde de la ciudad, ofreció Gijón para acoger a los autores de género negro. Lo hizo antes de que se materializase la propuesta, de gran peso, de llevar esta reunión a Barcelona, apoyada, entre otros, por uno de los más prestigiosos escritores de entonces, Manuel Vázquez Montalbán.
El puerto de El Musel, como escenario idóneo de este evento, fue una idea del gran comunicador Juan Cueto y del decorador y diseñador Chus Quirós. Cueto lo relata en “Callejón sin salida”, un brillante artículo sin desperdicio, publicado en el periódico “A quemarropa”. (Los 8 números publicados de este diario, mas el cero, se pueden consultar, en un solo tomo encuadernado, en el Archivo Municipal de Gijón).
Cueto argumenta: “Resulta que (Chus Quirós y yo) teníamos un impresionante escenario para el género, de escala faraónica, es decir hollywoodiana, pero nos faltaba el resto del género... Cada vez que atravesábamos la frontera del puerto de El Musel…repetíamos lo mismo: aquí hay que hacer algo. Era un escenario en busca de autores. Los fantásticos platós de El Musel exigían la película correspondiente. Y la película en buena lógica escenográfica, en puro rigor hard, sólo podía ser una negra”.
Más adelante detalla: “Una lluviosa tarde de agosto nos encontramos con dos amigos que arrastraban el problema contrario. Porque Paco Ignacio Taibo II y Silverio Cañada senior no tenían justamente lo que nosotros nos sobraba. Tenían personajes y guión, un excelente puñado de novelistas criminales y el encuentro de escritores del género, pero no sabían dónde meterlos”.
Juan Cueto no sólo encontró “el lugar” por excelencia, sino que elaboró una teoría para fundamentarlo.
Una vez decidido que la reunión de escritores criminales se realizaría en El Musel, quedaba lo más importante: llenar ese apabullante escenario.
A finales del verano de 1987, el entonces director de la Fundación de Cultura, Jorge Fernández León, me corrobora que va a realizarse ese Encuentro y que, como yo era el Coordinador de Bibliotecas, tenía que formar parte del Comité Ejecutivo. La verdad es que traté por todos los medios de eludir el encargo. Estaba metido en otros proyectos y éste suponía una dedicación casi plena. De nada valieron mis excusas.
La organización de “aquello”, que todavía no tenía nombre definitivo, se asentó en el otoñó de 1987 al constituirse un Comité Organizador con representantes de las más diversas instituciones, presidido por Juan Cueto, y un Comité Ejecutivo formado por Humberto Fernández, Avelino Miravalles, Paco Ignacio Taibo II (que se encontraba en México), Manolo Cuervo (que se retiró a las pocas semanas) y quien esto escribe.
Nuestra misión era dar salida al enorme callejón sin salida de El Musel. Recuerdo que al ir a ver el puerto desde La Campa Torres, aquel espacio se me antojo imposible de convertir en el inmenso plató que pretendía Juan Cueto, sobre todo si teníamos en cuenta que el presupuesto destinado a este macro acontecimiento no era precisamente como los de Holliwood.
Al principio, apenas sabíamos cuáles iban a ser nuestras funciones como Comité Ejecutivo. Pero poco a poco nos dimos cuenta, un tanto alarmados, de que lo que se nos pedía era, nada más y nada menos, que organizar la “Semana negra” en su totalidad y que, además, la dotáramos de contenidos que atrajeran a niños y a mayores. Éramos sólo tres personas para poner a rodar aquella película criminal, un trío de cuatro, dado que Taibo II se hallaba en México desde agosto de 1987 y no vendría hasta la primavera de 1988.
Así que nos olvidamos de lo imposible de la tarea y nos pusimos manos a la obra. El primer día de trabajo me aferré a mi proverbio de cabecera: “como no sabían que era imposible lo hicieron”.
Nos distribuimos los cometidos para ser más operativos. Si no recuerdo mal, a Humberto le tocó organizar un ciclo de cine negro, coloquios en un ring de boxeo, gestionar los chiringuitos, las actuaciones musicales, entre ellas la de Gabinete Caligari o Malevaje y las exposiciones. Avelino asumió el marrón de gestionar los viajes de todos los escritores (vendrían de todas las partes del mundo siguiendo el listado enviado por Taibo) y de gestionar las atracciones, aparte de otras muchas cuestiones administrativas, y de organizar el “Tren negro” que traería a todos los escritores desde Madrid.
A mí me correspondió la vistosa y comprometidísima tarea de elaborar los contenidos. Contenidos, eso sí, que tenían que someterse a la consideración de mis compañeros. Y cada propuesta fue pesada y sopesada en la balanza de un trabajo en equipo riguroso y eficaz. No hubo problema ninguno en decidir organizar una Feria del Libro Criminal, pues era lo único que figuraba en el guión previo. Pero sí me costó que se aceptara la propuesta de elaborar un periódico propio y que, para colmo, se titulara “A quemarropa”. Nadie veía su necesidad. Tampoco que se trajera un circo, uno de los de Ángel Cristo, que por la tarde ofreciera un espectáculo para todos los públicos, y, por la noche, se convirtiera en la gran sala en la que podrían actuar orquestas como la “Pasadena Roof Orchestra”, que también un servidor había propuesto. Resultó arduo, así mismo, convencerlos para que en ese escenario se representaran cada día acciones teatrales coordinadas por el director y actor teatral Jaroslaw Bielski con guiones del escritor Maxi Rodríguez, todo ello coordinado por el Instituto del Teatro, que entonces dirigía Santiago Suerias. O que el periódico fuera voceado por la calle al más puro estilo de la época dorada del cine negro. O que un mago, el fabuloso Luis Arza, realizara sus sorprendentes trucos entre el asombrado y maravillado público asistente. O que el actor Adriano Prieto dirigiera una singular Tómbola negra. O…
Costó, pero se consiguió. Y se llevó a cabo.
En esta rápida mirada atrás, no puedo olvidarme del equipo de diseño que firmaban como Blu (formado por Ana Villa García,Montserrat Vega Suárez y Juan Pablo Suárez ). Ellos crearon de la imagen de la “Semana negra” que todavía se mantiene, y de una esplendida y sorprendente carpeta con toda la información sobre el acontecimiento; o el equipo de decoradores que, dirigidos por Chus Quirós, trataron de convertir El Musel en Chinatown. Nada menos que el pintor Úrculo fue el encargado de realizar el cartel anunciador del acontecimiento. Las grandes letras blancas que todavía anuncian este evento, y la emblemática figura de un hombre corriendo, inspirada en el actor Richard Widman, son de esa época y fueron creadas por Blu y Silverio Cañada hijo.
A principios del año 1988 nos tocó a Avelino y a mí ir a presentar la “Semana negra” en Madrid. Llevábamos la primera mascota, el Rufo, que había encargado que nos confeccionara en pasta de papel al grupo llamado “Barriga verde”, que tenía su sede en A Couña.
No puedo dejar de abordar, en esta apretada síntesis, un asunto al que todavía no he encontrado una explicación satisfactoria: los virulentos y desmesurados ataques que se desataron contra la primera “Semana negra” nada más anunciarse su celebración. Hubo críticas constantes y furibundas desde la prensa local, sobre todo. Ahí están las hemerotecas para comprobarlo. Si la derecha nos puso a parir desde el minuto cero, la izquierda más radical no se quedó atrás y se nos tiró a la yugular. Se culpó a la “Semana negra” de convertir Gijón en “una ciudad ponzoñosa” y de propiciar el despilfarro de caudales públicos mientras el paro aumentaba de manera escandalosa y no se hacía nada por evitarlo. Hasta se imprimieron pasquines con las fotos del Comité Ejecutivo, ahora ya de los cuatro –distribuidos en el día de la inauguración–, en los que venían a decir que éramos culpables de todos los males de la ciudad desde la época romana.
Yo recibí llamadas anónimas amenazantes a las tantas de la mañana, y hasta fui abordado de manera violenta en el inolvidable café San Miguel acusándome de beneficiarme de todavía no sé qué. Fuimos difamados, acusados y condenados sin jamás tener oportunidad de ser escuchados. Fue un acoso brutal que casi acaba en derribo, o sin el casi, pues un servidor tuvo que ser ingresado en el hospital por un ataque de vértigo.
Tampoco conseguí que ningún periodista, y fueron por lo menos cinco a los que se lo propuse, quisiera dirigir el periódico. Se le puso el nombre de “A quemarropa” (copiándolo de la película de John Boorman de 1967) después de buscar entre un montón títulos de películas policíacas. Estuvo en un tris de llamarse “La ventana indiscreta”, título que tenía muchos partidarios y que, al final, quedó como una sección del periódico
Decidimos que fuera yo quien dirigiera el periódico. Y me puse a la tarea con entusiasmo. Conté con la inestimable colaboración, entre otros, del bibliotecario y escritor Carlos González Espina, del fotógrafo José Ramón Marina y del creador de comics Ángel de la Calle.
Han pasado más de treinta años y sigo sin poder explicarme el silencio, o la complacencia posterior de los detractores. Cuando cesó aquel comité ejecutivo que hizo posible la primera semana y empezó a dirigirla Taibo en solitario, ¿dónde emigraron los difamadores? ¿A dónde se fueron sus voces airadas? ¿Quién les comió la lengua a aquellos valientes y desaforados denigradores?
Pero volvamos un poco atrás, cuando Paco Ignacio Taibo II llega a Gijón, un mes antes de comenzar la primera “Semana negra”. Lo veíamos ir de asombro en asombro, alabando alborozado y sorprendido todo lo que se había conseguido preparar durante casi un año. A él, centrado en los escritores que iban a venir a Gijón, ni se le había pasado por la imaginación un montaje tan diverso y de aquella magnitud. Porque esa es la verdad de la “Semana negra”: todo estaba ya en marcha, todo se encontraba organizado, todo estaba preparado cuando Taibo II llegó a Gijón en mayo de 1988.
Y cuando terminó aquella primera semana de ocho días hecha contra viento y marea, recibimos numerosas felicitaciones por la organización por las actividades, por los encuentros de escritores, por el ambiente conseguido, por el periódico, por las actuaciones teatrales…
Aunque el diario El Comercio fue el medio de comunicación más beligerante contra la primera “Semana negra”, su director, Francisco Carantoña, en un gesto que le honra, escribió, al finalizar, que había que reconocer la eficacia y la creatividad del equipo organizativo que había sacado adelante aquel empeño que parecía imposible; y añadió que se nos debería contratar para dinamizar otros festejos de Gijón que estaban languideciendo.
Pero después se olvidó todo. ¿Fue un olvido interesado? ¿Por qué de aquella primera semana, de la que salieron todas las posteriores, nadie quiso acordarse? Los continuadores jamás la mencionaron, por eso sus orígenes se perdieron en la niebla del tiempo. Fue como si nunca hubiese existido.

DdA, XVI/4557

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