Comité organizador de la primera Semana Negra
celebrada en la villa de Gijón en el verano de 1988,
que tuvo por acertado escenario el puerto de El Musel:
que tuvo por acertado escenario el puerto de El Musel:
Avelino Miravalles, Humberto Fernández y Paco Abril.
Es menester recordar iniciativas como esta para creer
que otras pueden ser siempre posibles.
Es menester recordar iniciativas como esta para creer
que otras pueden ser siempre posibles.
Paco Abril
Me han preguntado muchas veces cómo surgió el tinglado
de la “Semana negra” de Gijón. Voy a rebobinar esta película criminal para
relatar cómo empezó todo. Soy muy consciente de que cualquier historia está
mediatizada por quien la narra. Por eso adelanto que no escribo desde ninguna
verdad absoluta. Solo voy a contar lo que viví y cómo lo viví. Sé bien cómo
fueron sus orígenes porque formé parte del parto y del reparto de la génesis de
esa fiesta negra.
En un principio, lo que se pretendía organizar era el
IV Encuentro de la Asociación de Escritores Policíacos, de la que Paco Ignacio
Taibo II (que vivía en México y al que en Gijón muy pocos conocían) ejercía
como vicepresidente. Los anteriores encuentros, sin montajes a su alrededor, se
habían celebrado en La Habana, México y Crimea.
Tini Areces, alcalde de la ciudad, ofreció Gijón para
acoger a los autores de género negro. Lo hizo antes de que se materializase la
propuesta, de gran peso, de llevar esta reunión a Barcelona, apoyada, entre
otros, por uno de los más prestigiosos escritores de entonces, Manuel Vázquez Montalbán.
El puerto de El Musel, como escenario idóneo de este
evento, fue una idea del gran comunicador Juan Cueto y del decorador y
diseñador Chus Quirós. Cueto lo relata en “Callejón sin salida”, un brillante
artículo sin desperdicio, publicado en el periódico “A quemarropa”. (Los 8
números publicados de este diario, mas el cero, se pueden consultar, en un solo
tomo encuadernado, en el Archivo Municipal de Gijón).
Cueto argumenta: “Resulta que (Chus Quirós y yo)
teníamos un impresionante escenario para el género, de escala faraónica, es
decir hollywoodiana, pero nos faltaba el resto del género... Cada vez que
atravesábamos la frontera del puerto de El Musel…repetíamos lo mismo: aquí hay
que hacer algo. Era un escenario en busca de autores. Los fantásticos platós de
El Musel exigían la película correspondiente. Y la película en buena lógica
escenográfica, en puro rigor hard, sólo podía ser una negra”.
Más adelante detalla: “Una lluviosa tarde de agosto
nos encontramos con dos amigos que arrastraban el problema contrario. Porque
Paco Ignacio Taibo II y Silverio Cañada senior no tenían justamente lo que
nosotros nos sobraba. Tenían personajes y guión, un excelente puñado de
novelistas criminales y el encuentro de escritores del género, pero no sabían
dónde meterlos”.
Juan Cueto no sólo encontró “el lugar” por excelencia,
sino que elaboró una teoría para fundamentarlo.
Una vez decidido que la reunión de escritores
criminales se realizaría en El Musel, quedaba lo más importante: llenar ese
apabullante escenario.
A finales del verano de 1987, el entonces director de
la Fundación de Cultura, Jorge Fernández León, me corrobora que va a realizarse
ese Encuentro y que, como yo era el Coordinador de Bibliotecas, tenía que
formar parte del Comité Ejecutivo. La verdad es que traté por todos los medios
de eludir el encargo. Estaba metido en otros proyectos y éste suponía una
dedicación casi plena. De nada valieron mis excusas.
La organización de “aquello”, que todavía no tenía
nombre definitivo, se asentó en el otoñó de 1987 al constituirse un Comité
Organizador con representantes de las más diversas instituciones, presidido por
Juan Cueto, y un Comité Ejecutivo formado por Humberto Fernández, Avelino
Miravalles, Paco Ignacio Taibo II (que se encontraba en México), Manolo Cuervo
(que se retiró a las pocas semanas) y quien esto escribe.
Nuestra misión era dar salida al enorme callejón sin
salida de El Musel. Recuerdo que al ir a ver el puerto desde La Campa Torres,
aquel espacio se me antojo imposible de convertir en el inmenso plató que
pretendía Juan Cueto, sobre todo si teníamos en cuenta que el presupuesto
destinado a este macro acontecimiento no era precisamente como los de
Holliwood.
Al principio, apenas sabíamos cuáles iban a ser
nuestras funciones como Comité Ejecutivo. Pero poco a poco nos dimos cuenta, un
tanto alarmados, de que lo que se nos pedía era, nada más y nada menos, que
organizar la “Semana negra” en su totalidad y que, además, la dotáramos de
contenidos que atrajeran a niños y a mayores. Éramos sólo tres personas para
poner a rodar aquella película criminal, un trío de cuatro, dado que Taibo II
se hallaba en México desde agosto de 1987 y no vendría hasta la primavera de
1988.
Así que nos olvidamos de lo imposible de la tarea y
nos pusimos manos a la obra. El primer día de trabajo me aferré a mi proverbio
de cabecera: “como no sabían que era imposible lo hicieron”.
Nos distribuimos los cometidos para ser más
operativos. Si no recuerdo mal, a Humberto le tocó organizar un ciclo de cine
negro, coloquios en un ring de boxeo, gestionar los chiringuitos, las
actuaciones musicales, entre ellas la de Gabinete Caligari o Malevaje y las
exposiciones. Avelino asumió el marrón de gestionar los viajes de todos los
escritores (vendrían de todas las partes del mundo siguiendo el listado enviado
por Taibo) y de gestionar las atracciones, aparte de otras muchas cuestiones
administrativas, y de organizar el “Tren negro” que traería a todos los
escritores desde Madrid.
A mí me correspondió la vistosa y comprometidísima
tarea de elaborar los contenidos. Contenidos, eso sí, que tenían que someterse
a la consideración de mis compañeros. Y cada propuesta fue pesada y sopesada en
la balanza de un trabajo en equipo riguroso y eficaz. No hubo problema ninguno
en decidir organizar una Feria del Libro Criminal, pues era lo único que
figuraba en el guión previo. Pero sí me costó que se aceptara la propuesta de
elaborar un periódico propio y que, para colmo, se titulara “A quemarropa”.
Nadie veía su necesidad. Tampoco que se trajera un circo, uno de los de Ángel
Cristo, que por la tarde ofreciera un espectáculo para todos los públicos, y,
por la noche, se convirtiera en la gran sala en la que podrían actuar orquestas
como la “Pasadena Roof Orchestra”, que también un servidor había propuesto. Resultó
arduo, así mismo, convencerlos para que en ese escenario se representaran cada
día acciones teatrales coordinadas por el director y actor teatral Jaroslaw
Bielski con guiones del escritor Maxi Rodríguez, todo ello coordinado por el
Instituto del Teatro, que entonces dirigía Santiago Suerias. O que el periódico
fuera voceado por la calle al más puro estilo de la época dorada del cine
negro. O que un mago, el fabuloso Luis Arza, realizara sus sorprendentes trucos
entre el asombrado y maravillado público asistente. O que el actor Adriano
Prieto dirigiera una singular Tómbola negra. O…
Costó, pero se consiguió. Y se llevó a cabo.
En esta rápida mirada atrás, no puedo olvidarme del
equipo de diseño que firmaban como Blu (formado por Ana Villa García,Montserrat
Vega Suárez y Juan Pablo Suárez ). Ellos crearon de la imagen de la “Semana
negra” que todavía se mantiene, y de una esplendida y sorprendente carpeta con
toda la información sobre el acontecimiento; o el equipo de decoradores que,
dirigidos por Chus Quirós, trataron de convertir El Musel en Chinatown. Nada
menos que el pintor Úrculo fue el encargado de realizar el cartel anunciador
del acontecimiento. Las grandes letras blancas que todavía anuncian este
evento, y la emblemática figura de un hombre corriendo, inspirada en el actor
Richard Widman, son de esa época y fueron creadas por Blu y Silverio Cañada
hijo.
A principios del año 1988 nos tocó a Avelino y a mí ir
a presentar la “Semana negra” en Madrid. Llevábamos la primera mascota, el
Rufo, que había encargado que nos confeccionara en pasta de papel al grupo
llamado “Barriga verde”, que tenía su sede en A Couña.
No puedo dejar de abordar, en esta apretada síntesis,
un asunto al que todavía no he encontrado una explicación satisfactoria: los
virulentos y desmesurados ataques que se desataron contra la primera “Semana
negra” nada más anunciarse su celebración. Hubo críticas constantes y
furibundas desde la prensa local, sobre todo. Ahí están las hemerotecas para
comprobarlo. Si la derecha nos puso a parir desde el minuto cero, la izquierda
más radical no se quedó atrás y se nos tiró a la yugular. Se culpó a la “Semana
negra” de convertir Gijón en “una ciudad ponzoñosa” y de propiciar el
despilfarro de caudales públicos mientras el paro aumentaba de manera
escandalosa y no se hacía nada por evitarlo. Hasta se imprimieron pasquines con
las fotos del Comité Ejecutivo, ahora ya de los cuatro –distribuidos en el día
de la inauguración–, en los que venían a decir que éramos culpables de todos
los males de la ciudad desde la época romana.
Yo recibí llamadas anónimas amenazantes a las tantas
de la mañana, y hasta fui abordado de manera violenta en el inolvidable café
San Miguel acusándome de beneficiarme de todavía no sé qué. Fuimos difamados,
acusados y condenados sin jamás tener oportunidad de ser escuchados. Fue un
acoso brutal que casi acaba en derribo, o sin el casi, pues un servidor tuvo
que ser ingresado en el hospital por un ataque de vértigo.
Tampoco conseguí que ningún periodista, y fueron por
lo menos cinco a los que se lo propuse, quisiera dirigir el periódico. Se le
puso el nombre de “A quemarropa” (copiándolo de la película de John Boorman de
1967) después de buscar entre un montón títulos de películas policíacas. Estuvo
en un tris de llamarse “La ventana indiscreta”, título que tenía muchos
partidarios y que, al final, quedó como una sección del periódico
Decidimos que fuera yo quien dirigiera el periódico. Y
me puse a la tarea con entusiasmo. Conté con la inestimable colaboración, entre
otros, del bibliotecario y escritor Carlos González Espina, del fotógrafo José
Ramón Marina y del creador de comics Ángel de la Calle.
Han pasado más de treinta años y sigo sin poder
explicarme el silencio, o la complacencia posterior de los detractores. Cuando
cesó aquel comité ejecutivo que hizo posible la primera semana y empezó a
dirigirla Taibo en solitario, ¿dónde emigraron los difamadores? ¿A dónde se
fueron sus voces airadas? ¿Quién les comió la lengua a aquellos valientes y
desaforados denigradores?
Pero volvamos un poco atrás, cuando Paco Ignacio Taibo
II llega a Gijón, un mes antes de comenzar la primera “Semana negra”. Lo
veíamos ir de asombro en asombro, alabando alborozado y sorprendido todo lo que
se había conseguido preparar durante casi un año. A él, centrado en los
escritores que iban a venir a Gijón, ni se le había pasado por la imaginación
un montaje tan diverso y de aquella magnitud. Porque esa es la verdad de la
“Semana negra”: todo estaba ya en marcha, todo se encontraba organizado, todo
estaba preparado cuando Taibo II llegó a Gijón en mayo de 1988.
Y cuando terminó aquella primera semana de ocho días
hecha contra viento y marea, recibimos numerosas felicitaciones por la
organización por las actividades, por los encuentros de escritores, por el
ambiente conseguido, por el periódico, por las actuaciones teatrales…
Aunque el diario El Comercio fue el medio de
comunicación más beligerante contra la primera “Semana negra”, su director,
Francisco Carantoña, en un gesto que le honra, escribió, al finalizar, que
había que reconocer la eficacia y la creatividad del equipo organizativo que
había sacado adelante aquel empeño que parecía imposible; y añadió que se nos
debería contratar para dinamizar otros festejos de Gijón que estaban
languideciendo.
Pero después se olvidó todo. ¿Fue un olvido interesado? ¿Por qué de aquella
primera semana, de la que salieron todas las posteriores, nadie quiso
acordarse? Los continuadores jamás la mencionaron, por eso sus orígenes se
perdieron en la niebla del tiempo. Fue como si nunca hubiese existido.
DdA, XVI/4557
No hay comentarios:
Publicar un comentario