“Nuestros
mayores aquí son muy importantes. Lo son todo, los necesitamos y queremos”
El vecindario
de Soto de Agues alerta a los miles de senderistas de la Ruta del Alba para
preservar la salud de sus ancianos
Félix Población
Forma parte de los usos y costumbres caminantes
de quien esto escribe visitar y realizar con cierta regularidad -menos de la
que quisiera en todo caso- la llamada Ruta del Alba, en el concejo
de Sobrescobio (Parque Natural de Redes), máxime cuando esta querencia lleva consigo el añadido regusto
de mostrarla a quien no conocía una de las sendas de montaña más atrayentes y
hacederas de Asturias. Discurre
paralela al río Alba por un antiguo sendero de pastores y arrieros que
comunicaba Sobrescobio con el vecino concejo de Aller. Posteriormente esta vía
sirvió para la evacuación del hierro procedente de la mina Carmen, en pleno
monte de Llaímo, de la que queda algún vestigio en el camino.
En mi última andadura, bien avanzado este
verano, me sorprendió grata y frescamente que el caudal de agua del Alba,
al que también se le da el nombre del monte, fuese de la suficiente
entidad como para que su eterna estrofa tuviera aún buena parte de la rotunda
sonoridad que se advierte en varias de sus magníficas cascadas y que es
especialmente ensordecedora en otras estaciones del año, como la que recuerdo
con motivo de mi anterior visita hace unos cuantos inviernos, con unos pocos
versos a modo de evocación lírica a pie de ruta, a propósito del viejo lavadero
ubicado al inicio de la caminata:
Lavandera del querer
que en el agua dejas limpio
todo cuanto duele y mancha,
todo cuanto duele y mancha,
llévame al alba del río
en una mañana clara,
para ver el día nacer
en los ojos que me aman.
Si en el alba me mojara,
no dejes que coja frío:
tiende mis sueños en alas
para que puedan tener
un corazón de alta llama,
lavandera del querer,
en los ojos que me aman.
Algo que siempre me sorprenderá también, aunque
lo busque y encuentre en cada caso -consciente de su presencia habitual en las
límpidas aguas de estos altos ríos-, es el hallazgo del mirlo acuático, al que
se le suele descubrir por el blanco fulgor de su babero al revolotear sobre
las aguas. Esta vez tuve además la oportunidad de observarlo con un cierto
detenimiento durante al menos tres o cuatro minutos, los suficientes para
advertir como se desparasitaba, picoteaba el musgo de las rocas e incluso
nadaba y se medio sumergía, algo que creo no había visto nunca en directo. Para
una observación tan prolongada se requiere silencio y la máxima discreción,
pues los mirlos acuáticos son de una perspicacia muy aguda para echar el vuelo
en cuanto atisban el más mínimo y repentino movimiento no previsto a su
alrededor.
No encontraremos la silueta oronda y vivaz de
esta ave más que en aquellos ríos de montaña media y alta donde la calidad del
agua sea máxima y el ambiente apacible, pues su hábitat así lo requiere para
discurrir en cortos vuelos entre chorreras y torrentes. Su
querencia por las alturas la lleva a ascender hasta los 2.500 metros, por lo
que no es raro ver ejemplares erráticos en los ibones y cubetas de las lagunas
alpinas. Su vida y costumbres
requieren la mayor calidad ambiental en el entorno. Es de lamentar que el número de mirlos acuáticos sea cada vez menor, dando con ello una señal
de alarma más de la creciente contaminación del planeta. "Miradme con
discreción y tenedme en cuenta -parecía decirnos-, porque conmigo y con el
vuelo que habito están las fuentes de la vida, de las que depende nada menos que el aliento fecundo de la madre Tierra".
Fotos de Alicia Población Brel
Una tercera sorpresa -en este caso
no predecible- me esperaba en este último recorrido de la ruta, en la grata
compañía de Manu Pinzón, uno de los músicos del magnífico grupo onubense Planeta Jondo,
desconocedor hasta ese día de la Asturias montaraz. Queda constancia de esa
tercera sorpresa en el tosco cartel manuscrito que los numerosos andarines de
esta senda –cada vez más transitada por su accesibilidad y belleza- pueden
advertir en esta ocasión en la localidad de Soto de Agues, antes de iniciar el
camino, y donde ya hay hasta dos restaurantes para abastecer a quienes hacen la
ruta de ida y regreso muy de mañana, y prefieren mesa y mantel al socorrido
bocata de tortilla con unos tomates en las áreas de descanso habilitadas en el
transcurso y al final del trayecto.
El texto de los rústicos cartones es
toda una declaración de conciencia cívica en defensa de la vida de quienes nos
precedieron, al margen del error que se comete en su redacción con el uso
verbal de aprender por enseñar: "Nuestros mayores aquí son muy
importantes, lo son todo. (...). Nosotros los necesitamos y queremos".
Toda una lección de humanismo primario y esencial, desprendida del trágico
balance de muerte vivido en este y otros
países con el fallecimiento por causa de la pandemia de la COVID 19 de casi
veinte mil ancianos en la soledad de sus habitaciones en residencias y
geriátricos , especialmente en las comunidades de Madrid, Cataluña y Castilla y
León.
Si todavía hoy podemos advertir la
belleza y sutileza de los mirlos acuáticos en nuestros ríos de montaña –con
todo lo que representan como testigos y testimonio latentes del pulso de la
vida- es porque nuestros mayores del ámbito rural preservaron la vida natural
que se daba en su territorio de existencia y trabajo, y que ha llegado hasta
nosotros. Les iba la vida en ello y deberíamos tener la conciencia de que ese
legado nos obliga a que al menos tengamos la atención de respetar la suya y
defenderla a toda costa y en toda circunstancia, sobre todo cuando estas son tan
dramáticas como las vividas esta pasada primavera.
Algo muy grave debe de estar ocurriendo en la civilización del llamado estado de
bienestar cuando no hemos podido hacer absolutamente nada para evitar esas miles
muertes en unas cuantas semanas y en condiciones propias de una guerra
repentina. Extraña y silenciosa, con nuestra precarizada y recortada sanidad
pública colapsada e impotente para auxiliar a los enfermos de mayor edad. Una gran
parte de las víctimas fueron los abuelos y abuelas que nacieron y crecieron
precisamente durante nuestra atroz guerra y posguerra, levantando un país
arruinado en medio de la miseria y el hambre.
"Nuestros
mayores aquí [Soto de Agues] son muy importantes. Lo son todo", dice el
cartel que nos grita para que se hagan cargo los sordos: “Respétennos o
dense la vuelta”. Como para recapacitar si habrá que darle la vuelta a un mundo
en el que todo se justifica bajo la cínica y desfachatada frase de un potentado presidiario que fue vicepresidente del Gobierno: “Es el
mercado, amigo”.
*Este artículo ha sido publicado hoy también en elsaltodiario.com: “Nuestros mayores aquí son muy importantes. Lo son todo, los necesitamos y queremos”.
DdA, XVI/4567
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