viernes, 31 de julio de 2020

EL AZAROSO ENCUENTRO CON LOS LIBROS DE LA MEMORIA: LA REPRESIÓN EN LA RIOJA


Félix Población

Alguna institución en España debería hacerlo. Me consta que la más llamada a ello, en la que trabajé durante veinte años, no lo hacía ni creo que haya reparado en la necesidad de hacerlo, a pesar de que en su día se lo propuse a su director. Lo que se ha dado en llamar Memoria Histórica, que el actual Gobierno también denomina Memoria Democrática, debería contar ya con un lugar en donde poder consultar la extensa bibliografía que esta materia ha venido generando desde que investigadores de todo tipo y condición se dedican a ello, ya sea descendientes de los represaliados, periodistas especializados o historiadores. 

Son muchos los libros publicados sobre el asunto en las últimas cuatro décadas y no creo que haya posibilidad de encontrar en nuestro país un centro que los aglutine, aparte de la Biblioteca Nacional. Podría haber sido o ser el Centro Documental de la Memoria Histórica, radicado en Salamanca y dependiente del Ministerio de Cultura (CDMH), al menos desde que lo propuse hace más de dos décadas, pero me temo que hasta allí solo llegan aquellas obras cuyo autor hizo uso de su archivo, biblioteca o hemeroteca, según está regulado. 

El resto de trabajos los encontrará quien se interese por el tema gracias a las más variadas y azarosas circunstancias, como me acaba de ocurrir con el libro de Jesús Vicente Aguirre, que publica un artículo en El Salto en donde glosa su exhaustiva investigación sobre la represión franquista en La Rioja. 

Se trata de un trabajo de más de mil páginas, editado en 2008, fruto de cinco años de investigación pueblo a pueblo, partiendo como incentivo de la declaración del secretario de un Ayuntamiento  franquista que aseguró al autor que allí nunca pasó nada. Pero en La Rioja, con solo 200.000 habitantes el inicio de la Guerra de España, fueron asesinadas dos mil personas, víctimas de la represión franquista, sin que en aquel territorio hubiera frentes ni trincheras, como igualmente ocurrió en otras provincias del país. 

Los sublevados se hicieron en Logroño con el poder el 21 de julio, tres días después de iniciado el golpe militar, y dos millares de personas fueron ejecutadas sin juicio ni remisión, en su mayoría entre los meses de julio y diciembre.  Aguirre se puso con su libro "a contar lo que pasó pueblo a pueblo, persona a persona, sin flaquear un solo instante, a pesar de sufrir muchas veces con aquellas historias irracionales, de no poder casi sostener el grabador mientras un viejito, que aguanta de pie, llora y me dice, “no, no lo apagues”. 

Obviamente, me he interesado por este libro, “Aquí no pasó nada” (2007, 2018), que Aguirre ha completado con “Lo que pasó” (2019), un tránsito de la investigación a la novela que el autor explica en este artículo:

Lo que pasó, cuando aquí no pasó nada
Jesús Vicente Aguirre

Durante cinco años leí, investigué, pregunté, sobre todo escuché y recorrí La Rioja (“desde Aguilar a Canales, desde Alfaro hasta Foncea”, tantas idas, tantas vueltas), y aún otras tierras para llegar más lejos. Y escribí. Primero era lo de tomar notas, luego darles orden y sentido, capitular y recapitular… Mil páginas después, podía contar lo que pasó en La Rioja cuando aquí no pasó nada.
La anécdota es conocida, pero la resumo aquí. Cuando yo escribí La balada de San Asensio no sabía que dos de sus versos alumbrarían una investigación y se colarían en la portada de un libro. Fue el secretario de aquel pueblo que, tratando de rebajar el nivel reivindicativo en lo social e histórico de aquel concierto de Carmen, Jesús e Iñaki en los años de la “Transición”, y antes de amenazarles con la cárcel si sus canciones se “pasaban”, les dijo aquello de “que aquí nunca pasó nada, y que nada va a pasar”… Y sí, resulta que en La Rioja, doscientos mil habitantes en 1936, sí pasó algo. Dos mil personas fueron asesinadas en una región sin frentes ni trincheras. Donde el ejército sublevado se había hecho con el poder para el día 21 de julio. Dos mil asesinados sin juicio ni remisión, con nocturnidad y alevosía, la mayor parte de ellos entre julio y diciembre de aquel año. Y ahí estaba el libro, Aquí nunca pasó nada, contando lo que ocurrió día a día, pueblo a pueblo, persona a persona. Con fotos (no hay nada más entrañable y tremendo al mismo tiempo que ver su mirada) y cientos de documentos.
Nunca flaqueé en el empeño de acabar investigación y escritura. A pesar de… A pesar de sufrir muchas veces con aquellas historias irracionales, de no poder casi ni sostener la grabadora mientras un viejito, que aguanta de pie, llora y me dice, “no, no lo apagues”, de pensar “¿cómo fue posible que convecinos mataran a convecinos?”... Aún publiqué una adenda con el mismo título, y un tercer libro, Al fin de la batalla, dedicado fundamentalmente a los riojanos que reventaron luchando en la guerra civil, fuera de esta tierra, ya sabemos que aquí no hubo trincheras; la mayor parte de ellos en el ejército franquista (como voluntarios algunos, la mayoría porque les tocó). En el libro también volvía con los represaliados por los sublevados, y aún llegaba a los riojanos (96), que igualmente y fuera de su tierra, fueron asesinados en la retaguardia republicana. Sí, ya lo sabemos, la muerte y la tragedia se repartieron por toda España, porque cuando el ser humano pierde su humanidad, las consecuencias se acabarán llamando la Barranca, Badajoz o Paracuellos del Jarama. Pero la responsabilidad de todo ello tiene, también, nombre y apellido. Y no es lo mismo ordenar la muerte desde arriba, Franco, Yagüe, Mola, iniciando así rupturas en la razón y el corazón, que caer en el pozo de esa ruptura descontrolada del ser humano. Triste, trágico, pero no es lo mismo. No todo vale, no todo es lo mismo…
Después de esos libros y de tantos documentos, pensé que “las sacas”, que en La Rioja ya tenían un libro autobiográfico, el de Patricio Escobal, merecían una novela. Una novela que no fuera solo como un resumen ficcionado de lo que ya había contado en Aquí nunca pasó nada. Que no pudiera leerse simplemente como un pequeño manual para no iniciados. Yo quería llegar más lejos. A todos los lectores y lugares posibles, contando una historia que pudiera tener sentido en si misma. Eso sí, una historia que pudiera reunir todas las historias que caben en una historia. En una novela. En Lo que pasó.
Y en un tiempo. Y con unos protagonistas, Arturo, Elsa, Pepe y Tomás, a los que encontraremos en Arnedo en los años 30 del siglo pasado, para llegar a 1936, que será crucial para todos ellos. La “acción” se traslada ahora a un pueblo cercano, sin nombre. Podía tratarse de… o de… Pero no, no llevar nombre significa que lo que allí ocurrió pudo haber sucedido, como así fue, en centenares de pueblos situados en cualquier rincón de España. Allá donde tras la sublevación no hubo frente ni trincheras. Solo sacas y cunetas. Llegaremos después al año 1964, el de los “XXV años de paz” (¿algo que celebrar?), que protagonizará en nuestra novela Finito, uno de aquellos “intrépidos y aguerridos” falangistas que tanto hicieron para escribir con sangre un capítulo de la enciclopedia facciosa de la infamia. Y terminamos la novela con savia nueva, con Cecilia, la nieta de Tomás, situándola en los años que van desde aquellas primera exhumaciones en La Rioja, finales de los 70 del siglo pasado, al tejerazo de 1981. En Lo que pasó conoceremos a otros muchos personajes, buenos, malos y medianos. Con sus miserias y grandezas. Con su verdad y mentira. Pero todo lo que se cuenta pudo haber ocurrido. Y de una forma u otra, ocurrió. En pueblos reales, cuyos nombres y apellidos siempre debiéramos recordar.

Lo que pasó quiere acercar al público interesado un trocito de aquella historia para mostrarnosla al completo. Una historia, como decíamos antes, conformada por muchas historias que nos siguen escalofriando cuando pensamos en los miles de habitantes de aquella España –muchos de ellos aún sin identificar- que no sólo fueron asesinados sino que siguen enterrados en fosas comunes, muchas de ellas sin localizar. A pesar de todo, en esta novela podemos encontrar, más allá de la vida y de la muerte, el rastro imborrable de aquello que mantiene en pie a sus protagonistas, y ojalá a sus lectores: el amor, la pasión, el compromiso… No es moraleja, pero sí esperanza, aunque sólo sea porque la vida fluye. Y porque muchos seguimos empujando. 

      DdA, XVI/4570      

No hay comentarios:

Publicar un comentario