Javier Bueno García entrevistó a Hitler para ABC
Casi diez años
antes de que fuera el Führer, el periodista español Javier Bueno García
(Antonio de Apeiztúa) entrevistó a Hitler para el diario ABC. “Cabeza grande sobre cuello de toro;
fuertes maxilares inferiores, ojos azules muy a flor de rostro, que expresan
exaltación, violencia, agresividad, ambición, seguridad de dominio”. Así lo
describió el corresponsal del citado periódico en 1924.
Félix Población
A Javier Bueno García se le suele confundir con harta frecuencia con Javier Bueno Bueno, pero aunque los dos fueron periodistas de una misma edad y hubo vínculos familiares entre ellos, y ambos iniciaron su actividad profesional en el Madrid de las primeras décadas del pasado siglo, sus trayectorias vitales y periodísticas fueron muy diferentes y acabaron también de modo muy distinto.
Si se busca al primero en Wikipedia, no encontraremos
reseña biográfica alguna –por sorprendente que parezca, al haber sido mucho más
dilatada su existencia- , aunque sí la haya con bastante detalle del segundo, con haber sido su vida mucho más corta.
Los dos nacieron en Madrid en el mismo año, 1891, pero mientras Bueno García
fallecería en Suiza en 1967, Bueno Bueno fue fusilado por la dictadura
franquista a finales del mes de septiembre de 1939, al no haber abandonado
Madrid a la entrada de las fuerzas sublevadas. Su nombre, desde luego, estaba
marcado en la agenda de los represores por su importante papel como vocero de
la revolución de 1934 en Asturias al frente del diario socialista Avance.
Tenía por eso todas las papeletas para que su final fuera el que fue, encajado
con un temple al parecer encomiable, propio de quien gozó del máximo
prestigio en la España republicana,
después de que se le sometiera a malos tratos tras su detención en Oviedo en 1934 durante el movimiento revolucionario y su caso fuera conocido internacionalmente junto al de su compañero Luis de Sirval (Luis Higón y Rosell, 1898-1934), asesinado el misma ciudad por las tropas gubernamentales.
Hace al caso referirnos en esta ocasión a quien tuvo
más largo currículum y podría figurar sin duda en la historia del periodismo español
por haber sido quien publicó en un diario de este país la primera entrevista
con Adolf Hitler, tal como consta en la hemeroteca del diario ABC, mucho antes
de que se convirtiera en el personaje fatalmente histórico que todos conocemos.
Antes conviene contar a grandes rasgos algo de la personalidad del entrevistador,
para lo cual debemos recurrir a algunos de los datos que aporta un artículo
publicado en la revista Clarín (noviembre-diciembre, 2017), escrito por Javier Barreiro, sin que se haga referencia, sin embargo, a la interviú
aludida, por más que nos extrañe, habida cuenta la significación de la personalidad
entrevistada.
Según Barreiro, Javier Bueno García se inició desde
muy joven en el periodismo, formando parte de las plantillas de El
Globo, España Nueva y El Radical. Parece ser que también
Bueno Bueno pasó por la redacción de estos periódicos, hasta el punto de que
los artículos de uno y otro suelen confundirse, aplicando la autoría a uno de
lo que escribió el otro, sin que se sepa discernir una y otra. Como redactor de
la segunda de las publicaciones hizo el Bueno que nos toca un viaje en burro
siendo muy joven a París, en compañía de su compañero de redacción Carlos Crouselles, viaje
que rescató recientemente la editorial Renacimiento, especializada en la
búsqueda y edición de los autores y las obras olvidadas de esos años.
El periodista madrileño se estrenó con polémica en la
literatura de esa época con un relato titulado La
santita de Sierra Nevada, que apareció con la firma del Pedro Luis de
Gálvez, el escritor y poeta bohemio, protagonista de la novela de Luis Manuel
de Parada Las máscaras del héroe, que
también será fusilado por la dictadura franquista en 1940, acusado de
“conspiración marxista y otros cargos más”, sin especificación ni prueba
alguna. El relato se había publicado en
la colección Los Contemporáneos, dando pie a una carta del verdadero
autor al director del diario El País, Roberto Castrovido
(1864-1941), sobre quien Pedro Luis Angosto publicó no hace mucho una excelente
y también necesaria biografía, pues se trata de otro periodista injustamente
olvidado. Bajo el título La historia de un cuento, esa carta del
joven Bueno sorprende por la madura filosofía con la que el remitente asumió la
incidencia:
"Mi
querido Castrovido: Me ha ocurrido lo siguiente: Hace cinco meses, Pedro Luis
de Gálvez me pidió, en nombre del director de Los Contemporáneos, un cuento. Le
entregué el original. Hace dos meses me remitieron las pruebas, que yo devolví
corregidas. Hoy me entero de que mi cuento, con el título La santita de
Sierra Nevada, que no es el título que yo le puse, se publica el viernes próximo,
firmado por Gálvez, quien, según me dicen, ha cobrado el importe. Me aconsejan
que acuda ante el Juzgado; pero, ¿para qué? Procederán contra Gálvez, y acaso
lo metan en la cárcel, pero eso no me proporcionará la misma felicidad que los
treinta duros que por mi trabajo me correspondían. En este caso, sólo me resta
el derecho del pataleo, y quiero que usted sea tan bueno que publique esta
carta en El País. Se lo agradecerá mucho su devoto y amigo, Javier
Bueno”.
Gálvez rebatió después la misiva de Bueno con otra
dirigida igualmente al director del periódico, con la que logró que en la
polémica interviniese otro de los escritores de aquella bohemia valle-inclanesca,
el poeta Emilio Carrere (1881-1947) –considerado por muchos el más popular de
su tiempo-, que tildó a Javier Bueno de inconsciente y huero y sacó en
conclusión que el perjudicado no era éste sino su más afín colega de la golfemia matritense,
Pedro Luis de Gálvez, "por haber firmado una cosa tan mala".
A ese relato lo seguirán, con la firma de Javier
Bueno, varias novelas cortas en El Libro Popular y La
Novela de Bolsillo, si bien Barreiros centra su artículo en Asuero,
por resultar esta novela reveladora del ambiente que se vivía en los últimos
reductos de la bohemia, con una descripción tipológica muy satírica de los
integrantes de la redacción del periódico de Alejandro Lerroux, El
Radical, entre cuyas firmas estaban las de Luis Bello,
Ignacio de Santillán, Segismundo Pey Ordéix, Álvaro Calzado, Julián Moyrón,
Eduardo Barriobero e Hipólito González Rodríguez de la Peña, entre otros. Como
colaboradores encontramos al general Nicolás Estévanez, José
Nakens –de quien se dice sin constancia alguna que fue padre de Javier Bueno
Bueno- , Rafael Salillas, Cristóbal de Castro, Joaquín Dicenta, Pedro de
Répide, Álvaro de Albornoz, Julián Besteiro… El Partido Radical de Lerroux
atrajo a abundantes intelectuales, entre los que se contó a Ortega y
Gasset, que lo utilizó para dar a conocer aquellos artículos que le parecía
inconveniente publicar en El Imparcial, propiedad de su
familia. También Pío Baroja, que coqueteó con el partido de Lerroux,
publicó César o nada como folletín en este mismo diario.
Como profesional del periodismo, Bueno García fue
corresponsal en la primera Gran Guerra de la revista argentina Caras y
Caretas y también del diario ABC en Francia, en ambos
casos bajo el seudónimo de Antonio Azpeitúa. Sus crónicas, primero desde París y más tarde desde
Bruselas y Berlín, reflejaban una visión germanófila manifiesta.
Azpeitua se hizo eco del derrotismo que invadía, a su juicio, a los franceses:
«Si Francia no está vencida materialmente, lo está moralmente», escribía en
septiembre de 1914. También se maravilló ante el poderío del país germano, a
pesar del bloqueo naval de Gran Bretaña: «La vida industrial, fabril y
mercantil no se ha interrumpido en Alemania. […] Alemania seguirá compitiendo
en todos los mercados del mundo». Las crónicas del periodista español
tuvieron muy buena acogida en el Estado Mayor alemán, hasta el punto
de que el teniente de navío Wilhelm Cannaris -luego jefe del servicio secreto
en la Segunda Guerra Mundial- escribió en un informe
que "los únicos artículos que en España causan una impresión
favorable a nosotros en círculos muy amplios […] son los de Azpeitúa".
Javier Bueno García vivió siempre fuera de España, desde que en 1925 -según leemos en la necrológica del periódico español- fue jefe de la sección española de la Oficina Internacional de Trabajo. Además de una obra de teatro que se estrenó en 1922 en el teatro Calderón de Madrid, fue autor de una trilogía sobe la Guerra Civil Les vaincus héroïques (1943-1949) y La zorrita y los pájaros exóticos, que Barreiro califica como deliciosa novelita publicada por Aguilar en 1963, pero que pasó inadvertida. A estos títulos haya que añadir el último de sus libros, publicado en 1965, y que la editorial Renacimiento debería recuperar: Diálogos con el que se fue, una serie de conversaciones con escritores, músicos y artistas tales como Unaumo Cassals, Picasso, Baroja, Valle-Inclán, etc.
La entrevista de Antonio Azpeitúa a Hitler apareció en
el diario ABC el 6 de abril de 1923 sin que se resalte de ningún modo en el
conjunto de la información publicada en la página correspondiente. Hace
unos años, el actual periódico recordó esa única entrevista del periodismo
español a quien desencadenaría la gran masacre de la segunda Guerra Mundial,
sin reproducir la página interior del diario en la que se publicó sin
destacarse, como una más de las informaciones procedentes de sus corresponsales
en el extranjero. El Führer estaba aún
muy lejos de ser lo que sería una década más tarde. El titular del
periódico solo se refiere al "jefe del fascismo bávaro".
La cita fue posible –cuenta el autor de la interviú- gracias
a la mediación de un exalmirante alemán,
monárquico, que dirigía la sección de política internacional de un periódico
muniqués. Tiene lugar en Bavaria Ring, una gran pradera donde las sociedades
gimnastas y escolares se adiestran en ejercicios y deportes que tiene un
cierto sabor militar. El exalmirante advierte al periodista en la entradilla
que escribió a Hitler, aunque no sabe si su carta llegaría tiempo, ni si Hitler
estará en Munich: "Es hombre de actividad asombrosa -le advierte-; aparece
y desaparece cuando menos lo esperan sus partidarios; nadie puede decir donde
está; surge como un fantasma". Bueno describe a quien le ha facilitado la
interviú como "una persona francamente monárquica, enemigo de la República
y de los hombres que, sinceramente o por razones oportunistas, la defienden,
cualquiera que sea el matiz del campo político en que actúen". Mientras
esperan la llegada del protagonista, el exalmirante le pone en antecedentes
sobre su persona, a la que llama "héroe fascista": “Tiene treinta y
cinco a treinta y siete años, nació en Austria en la frontera alemana, fue
soldado raso durante la guerra y es hombre con una rudimentaria instrucción”.
Esta es la descripción que a hace Azpeitua
del personaje, cuando este llega por fin a la cita: "Alto, ancho de
hombros, musculoso, vestido como funcionario subalterno. Cabeza grande sobre
cuello de toro; fuertes maxilares inferiores, ojos azueles muy a flor de
rostro, que expresan exaltación, violencia, agresividad, ambición, seguridad de
dominio. Debajo de una nariz plebeya, cuyas ventanas son exageradamente
grandes, el bigote, de cerdas como púas, ha sido reducido al mínimo para el
rasurado. Hitler nos mira receloso, aunque sepa de nuestra condición y objeto
de la cita. Parece obsesionado por un solo problema: obtener recursos para su
obra. Hablan entre ellos dos. Se queja de cierto retraso de las sumas que le
prometieron para activar el reclutamiento y atender a las necesidades de su
gente: "Así no puedo continuar -imperativo, amenazador-, el tiempo corre,
los acontecimientos se precipitan; yo necesito dinero, dinero, mucho
dinero...". "Sí tendrá usted todo el dinero que necesite -responde el
exalmirante-. Esos señores comprenderán que es urgente".
Según el periodista, cuesta trabajo conseguir que Hitler abandone el tema del dinero para le explique su programa, su ideología, sus métodos redentores. "Cuando al fin lo logramos, Hitler se convierte en un torrente de oratoria violenta, tempestuosa, atronadora. Su odio furioso va todo contra el marxismus, el marxismus de la derecha y de la izquierda. El conoce al marxismus porque fue socialista. Los procedimientos que los adversarios burgueses del marxismus emplearon hasta ahora para combatirlo le parecen absurdos y torpes. Él sabe cuál es la psicología del pueblo, porque viene del pueblo y sabe cómo se debe actuar para impresionarle. Hitler, falto de cultura y de preparación científica, no puede expresar ideas sirviéndose de conceptos abstractos; por eso recurre al ejemplo simplista, al símil, a la comparación de cosas concretas. Acaso en esto esté su fuerza para impresionar a las multitudes. Afirma rotundamente, sin admitir la duda, sintiéndose poseedor de la verdad absoluta: "Con los antiguos oficiales, los estudiantes y los trabajadores me basta para mi obra".
"Su obra proyectada -leemos- es hacer que resucite el espíritu de 1914 en el pueblo alemán. Y está convencido de que, aplastando al marxismus, resurgirá lo que desapareció entre los escombros de la catástrofe. Evolución de ideas, contraste de principios, aparición de otras fuerzas, todos estos factores no entran en los cálculos de Hitler. Tampoco toma en consideración circunstancias que han modificado y cambiado el sentimiento de la unidad nacional ni las escisiones y antagonismos que para nosotros son evidentes".
"El programa de Hitler -escribe Azpeitúa- es una extraña mezcla de nacionalismo intransigente y dictadura revolucionaria, que tiene muchos puntos de contacto con el Soviet. Mientras declara la guerra sin cuartel al marxismo, proclama la necesidad de una ataque al capital. Hitler quiere abolir el parlamentarismo, pero acepta el principio democrático; afirma que la tierra no puede ser materia de especulación; niega la libertad de la Prensa y la obliga a ser propagandista del credo que él tiene por único verdadero; el teatro, el cinematógrafo, las modas femeninas han de estar sometidas a una censura previa...En las explicaciones verbales de Hitler se advierte la misma confusión y la incoherencia que habíamos señalado en programa impreso que ha lanzado hace pocas semanas".
"Y en cuanto al crítico momento
presente, Hitler no propone un remedio -según prosigue Azpeitúa-; se contenta
con gritar en la plaza pública la gravedad de la situación. Un alemán de
espíritu sutil y cultivado nos había dicho: La actuación de Hitler en el
momento presente puede representarse así: Hay un enfermo muy grave, y cuando
todas las autoridades científicas estudian su mal y buscan un plan curativo,
llega a la habitación del paciente un mozo de cuadra y empieza a vociferar
desde el balcón: ¿Se muere! ¿Ya casi no respira! ¿Está en las últimas! Y el
vocerío y el escándalo pueden acabar con las últimas energías del
enfermo."
En los últimos párrafos de la entrevista, el autor se refiere a las potentes cuerdas vocales de su entrevistado y anota que cuando este se pone en pie, la estancia se hace pequeña para el estruendo de la palabra y la gesticulación de Hitler. "A cada momento tememos por la vajilla que está sobre la mesa, y en cada instante esperamos ver a la vecindad alarmada. Con el gesto congestionado y los puños que golpean a enemigos invisibles, evoca el momento de la guerra contra los que se le opongan. Las enormes ventanas de su nariz parecen oler ya la sangre...Ha terminado la entrevista. Mientras nosotros nos ponemos el sobretodo, Hitler se cuelga una pistola que había dejado a manear de bastón o paraguas en el perchero. Salimos a la calle. En la esquina está su automóvil. "Si quiere usted, le llevará adonde se proponga ir", dice. Y luego añade: "Pero debo advertirle que a mi lado se corre algún peligro". Acepto su ofrecimiento -contesto-, mas temo perderme en este barrio que no conozco". Por el camino me pregunto: ¿Cuál es el grado de influencia que este hombre ejerce y dónde?”. El periodista madrileño y toda Europa lo sabrán en pocos menos de dos lustros.
Esta es la descripción que a hace Azpeitúa a continuación del protagonista, cuando este llega: "Alto, ancho de hombros, musculoso, vestido como funcionario subalterno. Cabeza grande sobre cuello de toro; fuertes maxilares inferiores, ojos azueles muy a flor de rostro, que expresan exaltación, violencia, agresividad, ambición, seguridad de dominio. Debajo de una nariz plebeya, cuyas ventanas son exageradamente grandes, el bigote, de cerdas como púas, ha sido reducido al mínimo para el rasurado. Hitler nos mira receloso, aunque sepa de nuestra condición y objeto de la cita. Parece obsesionado por un solo problema: obtener recursos para su obra. Hablan entre ellos dos. Se queja de cierto retraso de las sumas que le prometieron para activar el reclutamiento y atender a las necesidades de su gente: "Así no puedo continuar -imperativo, amenazador-, el tiempo corre, los acontecimientos se precipitan; yo necesito dinero, dinero, mucho dinero...". "Sí tendrá usted todo el dinero que necesite -responde el exalmirante-. Esos señores comprenderán que es urgente".
Según el periodista, cuesta trabajo conseguir que Hitler abandone el tema del dinero para explicarnos su programa, su ideología, sus métodos redentores. "Cuando al fin lo logramos, Hitler se convierte en un torrente de oratoria violenta, tempestuosa, atronadora. Su odio furioso va todo contra el marxismus, el marxismus de la derecha y de la izquierda. El conoce al marxismus porque fue socialista. Los procedimientos que los adversarios burgueses del marxismus emplearon hasta ahora para combatirlo le parecen absurdos y torpes. El sabe cuál es la psicología del pueblo, porque viene del pueblo y sabe cómo se debe actuar para impresionarle. Hitler, falto de cultura y de preparación científica, no puede expresar ideas sirviéndose de conceptos abstractos; por eso recurre al ejemplo simplista, al símil, a la comparación de cosas concretas. Acaso en esto esté su fuerza para impresionar a las multitudes. Afirma rotundamente, sin admitir la duda, sintiéndose poseedor de la verdad absoluta: "Con los antiguos oficiales, los estudiantes y los trabajadores me basta para mi obra".
Su obra proyectada -leemos- es hacer que resucite
el espíritu de 1914 en el pueblo alemán. Y está convencido de que, aplastando
al marxismus, resurgirá lo que desapareció entre los escombros de la
catástrofe. Evolución de ideas, contraste de principios, aparición de otras
fuerzas, todos estos factores no entran en los cálculos de Hitler. Tampoco toma
en consideración circunstancias que han modificado y cambiado el sentimiento de
la unidad nacional ni las escisiones y antagonismos que para nosotros son
evidentes".
"El programa de Hitler -escribe Azpeitua- es una extraña mezcla de nacionalismo intransigente y dictadura revolucionaria, que tiene muchos puntos de contacto con el Soviet. Mientras declara la guerra sin cuartel al marxismo, proclama la necesidad de una ataque al capital. Hitler quiere abolir el parlamentarismo, pero acepta el principio democrático; afirma que la tierra no puede ser materia de especulación; niega la libertad de la Prensa y la obliga a ser propagandista del credo que él tiene por único verdadero; el teatro, el cinematógrafo, las modas femeninas han de estar sometidas a una censura previa...En las explicaciones verbales de Hitler se advierte la misma confusión y la incoherencia que habíamos señalado en programa impreso que ha lanzado hace pocas semanas".
"Y en cuanto al crítico momento
presente, Hitler no propone un remedio -según prosigue Azpeitúa-; se contenta
con gritar en la plaza pública la gravedad de la situación. Un alemán de
espíritu sutil y cultivado nos había dicho: La actuación de Hitler en el
momento presente puede representarse así: Hay un enfermo muy grave, y cuando
todas las autoridades científicas estudian su mal y buscan un plan curativo,
llega a la habitación del paciente un mozo de cuadra y empieza a vociferar
desde el balcón: ¿Se muere! ¿Ya casi no respira! ¿Está en las últimas! Y el
vocerío y el escándalo pueden acabar con las últimas energías del
enfermo."
En los últimos párrafos de la entrevista, el autor se refiere a las potentes
cuerdas vocales de su entrevistado y anota que cuando este se pone en pie, la
estancia se hace pequeña para el estruendo de la palabra y la gesticulación de
Hitler. "A cada momento tememos por la vajilla que está sobre la mesa, y
en cada instante esperamos ver a la vecindad alarmada. Con el gesto
congestionado y los puños que golpean a enemigos invisibles, evoca el momento
de la guerra contra los que se le opongan. Las enormes ventanas de su nariz
parecen oler ya la sangre...Ha terminado
la entrevista. Mientras nosotros nos ponemos el sobretodo, Hitler se cuelga una
pistola que había dejado a manera de bastón o paraguas en el perchero. Salimos
a la calle. En la esquina está su automóvil. "Si quiere usted, le llevará
adonde se proponga ir", dice. Y luego añade: "Pero debo advertirle
que a mi lado se corre algún peligro". Acepto su ofrecimiento -contesto-,
mas temo perderme en este barrio que no conozco". Por el camino me
pregunto: ¿Cuál es el grado de influencia que este hombre ejerce y dónde?”. El
periodista madrileño y todo un mundo en guerra lo sabrán en poco menos de dos
lustros.
*Artículo publicado en el número de noviembre de la revista El viejo topo, bajo el título Una entrevista con Hitler.
DdA, XVI/4559
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