miércoles, 3 de junio de 2020

MUCHAS COSAS TIENEN QUE CAMBIAR EN LAS RESIDENCIAS PARA MAYORES

Lo cuento por ella, por mi madre

En plena pandemia a la residencia El Carmen se trasladaron dos pacientes de Cruz Roja. Lo supe entonces, pero ya no pude sacar a mi madre. No estaba permitido

isabel moro
ISABEL MORO
Por esa viejecita que permanece encerrada en su habitación, ora atada a una cama, ora a su silla de ruedas. Muy duro. Y lo cuento también por otras en su misma situación. Me consta que el personal de la residencia El Carmen, que es donde está, alcanza la excelencia, porque soy casi como un sabueso en lo tocante a todo lo que afecta a mi madre y su bienestar. Y si al principio tuve mis dudas sobre si llevarla a una residencia era la mejor solución para ella, se me disiparon en cuanto fui conociendo al personal que la tenía a su cargo. A la residencia, como coloquialmente se dice, el personal le quedaba grande para la humildad –aunque digna, porque no hacía falta mucho más– de sus instalaciones: las propias de un hospital que fue de referencia en Gijón, pero que se reformó lo justito. Llegó la pandemia y sus consecuencias y vimos cómo otras residencias se iban contagiando, y la nuestra, porque era un poco de todos, permanecía libre de virus. No por pura casualidad: por precaución.
Pero un día, este sabueso tuvo que pasar, por otras razones, por el Hospital de Cruz Roja, donde ingresaron a otra viejecita familiar y, pese a la protección de datos –sin culpar a nadie, pero, como aún me queda algo de mi profesión de periodista, que consiste en preguntar y preguntar–, averigüé que en plena pandemia habían sido trasladadas a El Carmen dos personas. Eso me preocupó desde el primer momento, porque entonces en Cruz Roja había bastantes contagios. Y, tras más de dos meses respetando el confinamiento y poniendo los cuidadores todo de su parte para que no hubiera ningún contagio procedente de la calle, me parecía un riesgo, amén de innecesario, que contradecía la normativa del estado de alarma decretado. En aquel momento, yo hubiese sacado a mi madre del centro: no estaba permitido hacerlo, ni tampoco admitir nuevos residentes. La directiva lo negó públicamente –me refiero a los dos ingresos– y esa negativa no corresponde a la realidad, que sus trabajadores callan, porque les va en ello su puesto de trabajo. Yo no soy justiciera, pero sí me gustaría que se investigase algo que sé es muy cierto. Para hacer esos ingresos habría que contar con una orden judicial, que espero no estén preparando para justificarse. Pero si primero era no, ahora no puede ser lo contrario. No se puede afirmar que esas personas –una creo que ya falleció– fueran las portadoras del COVID, pero no debe de ser casualidad que los contagios se produjesen en la planta donde se ubicó a uno de los ingresados, y también es una casualidad bastante chocante que en un fin de semana se declarasen 19 contagios, habida cuenta de que seguía sin haber visitas. Desolador. ¿Que fue una enfermera el paciente cero? Es posible, pero también lo es que se contagiara en el propio centro.



Yo, desde aquí, quiero pedir perdón a mi madre, por haberla dejado abandonada –ya sé que por obligación–, por haberla llevado a una residencia en su día pensando que era lo mejor. No lo fue. No quiero ni imaginarme en qué puede estar pensando veinticuatro horas sobre veinticuatro cerrada en una habitación, a su edad y con sus miedos. Pienso que encerrarla es una solución cruel. ¿Qué se pretende?, ¿salvarle la vida, ¿pero qué quedará de su vida y de su alma cuando un día –no sabemos cuándo– se libere de esa cárcel forzosa?
Yo sé que como madre ella jamás me hubiese abandonado, fuera cual fuera la circunstancia. Yo, como hija, lo he hecho. Eso pesará siempre sobre mi conciencia. Nadie sabe el sufrimiento que estamos padeciendo los hijos e hijas en el mismo caso.
Me pregunto si no se podía haber establecido un protocolo menos inhumano que nos hubiese permitido que nos sintiesen cerca. Muchas cosas tienen que cambiar con respecto a las residencias, sea cual sea la circunstancia. ¿Podrían ustedes, que ahora ocultan parte de la verdad y que cuando preguntamos nos despachan con un «está bien», tener a sus madres en las mismas circunstancias? Por cierto, la residencia es de pago, no gratuita. Y ahí lo dejo.
El Comercio/DdA, XVI/4517

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