De una sociedad
agitada como un torbellino o como una hormigonera; de una sociedad convulsa,
casi epiléptica, como así podríamos verla desde la luna, hemos pasado en cuatro
meses a una sociedad apocada y entristecida. Sea, como piensa la mayoría porque
así se lo han hecho creer, que esta situación la desencadenó una pandemia
llegada del cielo como tantas otras en la Historia, sea como piensan otros, por
fines siniestros de demonios en la sombra; por cualquiera de las dos maneras,
digo, el resultado es el mismo: una sociedad, de un día para otro,
repentinamente silenciada como por arte de ensalmo; dormida, como en el cuento
por el conjuro de un hada perversa, que poco a poco, después de más de tres
meses empieza a desperezar... Una sociedad a cuyo completo despertar habrá de
encontrarse con un panorama desolador: la economía de la población y de los
comercios familiares por los suelos; incontables casos de parejas y de familias
rotas; la salud nerviosa de muchos quebrantada; tantos a quienes les mantenía
vivos sólo expectativas, las ven ahora desvanecidas; vidas tocadas,
trastornadas, casi aún en estado de schok. Y otros daños y efectos
imprecisos, demasiado pronto para evaluar...
Este es el balance
de lo que ha dejado este movimiento telúrico que ha removido los cimientos
humanos en todo el planeta. Dejo a un lado los fallecidos a causa de una
convención. Pues convención es la solemne declaración de pandemia a cargo de
un organismo internacional que estuvo sostenido en sus orígenes por casi todos
los países del planeta y ahora está subvencionado en un 75% por capitales
privados. Una declaración a su vez precedida, hace unos ocho años, de dos
llamamientos de alarma ante el avance de la longevidad y el gravamen que supone
para las arcas públicas de los países del sistema, por parte de sendos
personajes públicos. Razones por las cuales dichos personajes y el organismo en
cuestión están bajo sospecha. Bajo sospecha, al menos su formulación y
gravedad, para muchas porciones de la población del mundo entre la que se
cuentan biólogos, médicos, epidemiólogos, químicos y especialistas notables, y
por tanto no precisamente profanos en la materia. Pues los fallecidos
contabilizados de todos modos lo hubiesen sido por cualquier otra causa, como
puede constatarse consultando el número de los mismos entre las fechas del
comienzo de la pandemia hasta hoy y las mismas fechas del pasado año. Estoy
hablando ahora de España...
Porque, si damos
crédito a un reportaje de Antonio Muro en la revista Discovery Salud,
elaborado a partir de datos ofrecidos por el Instituto de Salud Carlos III y
del Instituto Nacional de Estadística (INE), la teoría oficial se viene abajo.
Dicho reportaje ha realizado una comparativa:"si lo que se compara es la
mortalidad anual resulta que entre el 1 mayo de 2017 y el 30 de abril de 2018
murieron por ejemplo 431.127 personas y entre el 1 de mayo de 2019 y el 30 de
abril de 2020 fallecieron 424.562". Es decir, el último año ha habido
6.565 muertes menos por todas las causas, a pesar de los mensajes que aseguran
que las cifras de mortalidad de este año son cercanas al apocalipsis. La
utilización de ambas fuentes por parte de la revista no es un capricho, pues el
Instituto de Salud Carlos III pertenece orgánicamente al
Ministerio de Sanidad. Desde luego el
informe Muro, de confirmarse, haría de todo esto "cosa
juzgada" (lo que en Derecho es una sentencia frente a la que no cabe
apelación alguna) para justificar el
disparate que significaría la declaración de la OMS. Resumiendo, una patraña.
En todo caso el
poder político de todos los países está en manos del poder médico,
epidemiológico y farmacéutico internacional asociado a la OMS. El poder
político y quienes confían en él se atiene a las prescripciones de este
organismo. Aquí estriba la enorme dificultad de discernir entre lo
políticamente correcto y lo sociológicamente correcto. Total, dos bandos. Como
en todo. Por eso, en todo caso, tan dignas de crédito son la versión oficial
sobre todo esto como las extraoficiales de renombrados o solventes
profesionales diseminados por todo el mundo que discrepan…
Sea como fuere, la sociedad confinada ha tenido necesariamente que
sufrir una metamorfosis al salir al exterior después de cuatro meses. Como la
metamorfosis de la crisálida convertida en mariposa. Pero todo parece indicar
que esta mariposa sale con las alas ajadas y los colores desvahidos... Ahora,
después de todos los fallecimientos, médicamente así certificados, por causa del virus, en un 98% de los casos de mayores,
la mayoría con enfermedades previas, y de los fallecimentos a otras edades,
como nos morimos de todos modos, viene
el recuento de los daños por "fuego amigo". Es decir, los que irán
emergiendo tras las sucesivas fases del estado de alarma. Unos son los
fallecimientos por otras patologías no atendidas debidamente, otros son males
de carácter nervioso y vario derivados del prolongado confinamiento, y otros son
económicos que afectan muy gravemente a una gran parte de la población...
En todo caso, ya
nada volverá a ser igual. La sociedad humana entera ha sufrido un colapso. Y
por supuesto la española, tal como ha afrontado el gobierno la supuesta
pandemia. Aquella trepidación, aquella agitación, aquellas premuras, aquellas
impaciencias y aquella ansiedad no se sabía a menudo bien por qué, se han apagado
de repente y de ellas sólo quedan las brasas. Pero lo cierto es que aquel
estado de cosas no podía seguir así. El capitalismo ha llegado hace mucho
tiempo al límite de crecimiento. Pero se ha arrastrado con bajeza y codicia
desde el inicio de su crisis en 2008 y durante varios años más, hasta agotarse.
Ya no era posible pensar la vida en clave de consumo y de despilfarro. Tanto
los productos alimenticios, afectados por los trastornos en la cadena trófica,
como el agua, los dos elementos indispensables para la vida, han adquirido súbitamente
un valor inusitado en la medida que lo ha perdido todo lo superfluo, que a su
lado ha acabado siendo todo lo demás. Es decir, ha llegado el momento de
comprender la profunda sabiduría de ese proverbio que termina recordándonos que
el dinero no se come…
Esto es un simple
dato, pero esencial. Sin embargo, hay que prever que en adelante irán
apareciendo otras consecuencias. Por ejemplo, nuevos supuestos brotes del mismo
virus se perfilan ya en el horizonte. Y lo mismo que desde 2011, año de la
destrucción, asimismo de autoría sospechosa, de las WTC de Nueva York, estamos
maniatados por la alarma real o supuesta del terrorismo, ya podemos prepararnos
para toda clase de maniobras de los poderes públicos, incontestablemente
justificadas en la real o imaginaria reaparición del virus de los cojones...
DdA, XVI/4519
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