viernes, 5 de junio de 2020

METAMORFOSIS

Jaime Richart

De una sociedad agitada como un torbellino o como una hormigonera; de una sociedad convulsa, casi epiléptica, como así podríamos verla desde la luna, hemos pasado en cuatro meses a una sociedad apocada y entristecida. Sea, como piensa la mayoría porque así se lo han hecho creer, que esta situación la desencadenó una pandemia llegada del cielo como tantas otras en la Historia, sea como piensan otros, por fines siniestros de demonios en la sombra; por cualquiera de las dos maneras, digo, el resultado es el mismo: una sociedad, de un día para otro, repentinamente silenciada como por arte de ensalmo; dormida, como en el cuento por el conjuro de un hada perversa, que poco a poco, después de más de tres meses empieza a desperezar... Una sociedad a cuyo completo despertar habrá de encontrarse con un panorama desolador: la economía de la población y de los comercios familiares por los suelos; incontables casos de parejas y de familias rotas; la salud nerviosa de muchos quebrantada; tantos a quienes les mantenía vivos sólo expectativas, las ven ahora desvanecidas; vidas tocadas, trastornadas, casi aún en estado de schok. Y otros daños y efectos imprecisos, demasiado pronto para evaluar...

Este es el balance de lo que ha dejado este movimiento telúrico que ha removido los cimientos humanos en todo el planeta. Dejo a un lado los fallecidos a causa de una convención. Pues conven­ción es la solemne declaración de pandemia a cargo de un orga­nismo internacional que estuvo sostenido en sus orígenes por casi todos los países del planeta y ahora está subvencionado en un 75% por capitales privados. Una declaración a su vez precedida, hace unos ocho años, de dos llamamientos de alarma ante el avance de la longevidad y el gravamen que supone para las arcas públicas de los países del sistema, por parte de sendos personajes públicos. Razones por las cuales dichos personajes y el organismo en cuestión están bajo sospecha. Bajo sospecha, al menos su formula­ción y gravedad, para muchas porciones de la población del mundo entre la que se cuentan biólogos, médicos, epidemiólo­gos, químicos y especialistas notables, y por tanto no precisa­mente profanos en la materia. Pues los fallecidos contabilizados de todos modos lo hubiesen sido por cualquier otra causa, como puede constatarse consultando el número de los mismos entre las fechas del comienzo de la pandemia hasta hoy y las mismas fe­chas del pasado año. Estoy hablando ahora de España...

Porque, si damos crédito a un reportaje de Antonio Muro en la revista Discovery Salud, elaborado a partir de datos ofrecidos por el Instituto de Salud Carlos III y del Instituto Nacional de Estadística (INE), la teoría oficial se viene abajo. Dicho reportaje ha realizado una comparativa:"si lo que se compara es la mortalidad anual resulta que entre el 1 mayo de 2017 y el 30 de abril de 2018 murieron por ejemplo 431.127 personas y entre el 1 de mayo de 2019 y el 30 de abril de 2020 fallecieron 424.562". Es decir, el último año ha habido 6.565 muertes menos por todas las causas, a pesar de los mensajes que aseguran que las cifras de mortalidad de este año son cercanas al apocalipsis. La utilización de ambas fuentes por parte de la revista no es un capricho, pues el Instituto de Salud Carlos III pertenece orgánicamente al Ministerio de Sanidad. Desde luego el informe Muro, de confirmarse, haría de todo esto "cosa juzgada" (lo que en Derecho es una sentencia frente a la que no cabe apelación alguna) para justificar  el disparate que significaría la declaración de la OMS. Resumiendo, una patraña.

En todo caso el poder político de todos los países está en manos del poder médico, epidemiológico y farmacéutico internacional asociado a la OMS. El poder político y quienes confían en él se atiene a las prescripciones de este organismo. Aquí estriba la enorme dificultad de discernir entre lo políticamente correcto y lo sociológicamente correcto. Total, dos bandos. Como en todo. Por eso, en todo caso, tan dignas de crédito son la versión oficial sobre todo esto como las extraoficiales de renombrados o solventes profesionales diseminados por todo el mundo que discrepan…

Sea como fuere, la sociedad confinada ha tenido necesariamente que sufrir una metamorfosis al salir al exterior después de cuatro meses. Como la metamorfosis de la crisálida convertida en mariposa. Pero todo parece indicar que esta mariposa sale con las alas ajadas y los colores desvahidos... Ahora, después de todos los fallecimientos, médicamente así certificados, por causa  del virus, en un 98% de los casos de mayores, la mayoría con enfermedades previas, y de los fallecimentos a otras edades, como  nos morimos de todos modos, viene el recuento de los daños por "fuego amigo". Es decir, los que irán emergiendo tras las sucesivas fases del estado de alarma. Unos son los fallecimientos por otras patologías no atendidas debidamente, otros son males de carácter nervioso y vario derivados del prolongado confinamiento, y otros son económicos que afectan muy gravemente a una gran parte de la población...

En todo caso, ya nada volverá a ser igual. La sociedad humana entera ha sufrido un colapso. Y por supuesto la española, tal como ha afrontado el gobierno la supuesta pandemia. Aquella trepidación, aquella agitación, aquellas premuras, aquellas impaciencias y aquella ansiedad no se sabía a menudo bien por qué, se han apagado de repente y de ellas sólo quedan las brasas. Pero lo cierto es que aquel estado de cosas no podía seguir así. El capitalismo ha llegado hace mucho tiempo al límite de crecimiento. Pero se ha arrastrado con bajeza y codicia desde el inicio de su crisis en 2008 y durante varios años más, hasta agotarse. Ya no era posible pensar la vida en clave de consumo y de despilfarro. Tanto los productos alimenticios, afectados por los trastornos en la cadena trófica, como el agua, los dos elementos indispensables para la vida, han adquirido súbitamente un valor inusitado en la medida que lo ha perdido todo lo superfluo, que a su lado ha acabado siendo todo lo demás. Es decir, ha llegado el momento de comprender la profunda sabiduría de ese proverbio que termina recordándonos que el dinero no se come…

Esto es un simple dato, pero esencial. Sin embargo, hay que prever que en adelante irán apareciendo otras consecuencias. Por ejemplo, nuevos supuestos brotes del mismo virus se perfilan ya en el horizonte. Y lo mismo que desde 2011, año de la destrucción, asimismo de autoría sospechosa, de las WTC de Nueva York, estamos maniatados por la alarma real o supuesta del terrorismo, ya podemos prepararnos para toda clase de maniobras de los poderes públicos, incontestablemente justificadas en la real o imaginaria reaparición del virus de los cojones...

     DdA, XVI/4519     

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