Para
construir la fábrica y las viviendas necesarias ENSIDESA había reclutado a
miles de jornaleros en las regiones más pobres del sur, pero la pequeña ciudad
no tenía capacidad de acogida, por lo que en aquellos años se configuró un
hábitat provisional, informal y tan precario como denigrante. Él mismo, tras
dos años empleado en las subcontratas de la empresa, había mejorado su
situación pasando de dormir en las grandes tuberías de hormigón y las chabolas
improvisadas a pie de obra, a compartir un barracón algo decente con otros doce
albañiles extremeños y castellanos; o sea, coreanos también.
Lo de la
orina lo repetía cada día desde que, recién llegado muerto de hambre, se lo vio
hacer al azulejista con el que empezó a trabajar en la construcción del poblado
de Llaranes pues, al no poder utilizar guantes para manejar las piezas con
destreza, el contacto permanente con el yeso y el cemento provocaba
irritaciones que el curioso remedio aliviaba protegiendo la piel como una
crema. También aprendió de él a hablar con los azulejos, que a veces se le
rebelaban con malicia:
- ¡Me
cago en tu puta madre, si no encajas como es debido te rompo en mil pedazos!
Después
de itinerar con la llana y la paleta por todos los poblados en construcción
podía percibir como las diferencias de tamaño y calidad de las viviendas estaban
claramente relacionadas con la jerarquía en la empresa, en la que se preveían
infinidad de categorías laborales. La cantidad, calidad y color de los azulejos
que le entregaban cada mañana le permitían saber si iría a alicatar el aseo de
una vivienda minúscula para especialistas (como paradójicamente se denominaba a
los obreros de nivel más bajo) en la Marzaniella, para peones en los bloques de
tipo C de Llaranes, los más comunes del emblemático poblado o, como era el
caso, para oficiales de primera en el ático de Las Estrellas.
También
había comprobado que los azulejos de las viviendas modestas eran más dóciles y
amables, y a pesar de su ínfima calidad evitaban complicarle la tarea, lo que
agradecía sinceramente:
-Gracias
“muchachinos”, así me gusta, que haya amistad entre nosotros (y llegaba a
darles besos cuando obtenía el corte deseado a la primera).
Su peor
experiencia la tuvo en los bloques para ingenieros de González Abarca,
incrustados en un solar privilegiado de la propia Villa, con pisos de trescientos
metros, jardines y un club particular. Como ya se imaginaba por experiencia los
azulejos, de diseño exclusivo y esmaltado de gran delicadeza, le hicieron la
vida imposible, rompiéndose caprichosamente y llamándole coreano en cuanto se
daba la vuelta para preparar la lechada hasta que, desesperado, arrojó una caja
entera desde la azotea, haciendo añicos toda la cerámica que contenía.
Cuando
por fin, tras una dura reprimenda, lo enviaron al humilde poblado de Garajes,
situado al pie de los gasómetros, se sintió reconfortado al encontrarse de
nuevo con azulejos ordinarios, de blanco hueso, a los que cariñosamente llamaba
sus “niños chicos”.
DdA, XVI/4521
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