sábado, 30 de mayo de 2020

SON NECESARIAS MANERAS EFECTIVAS DE EDUCACIÓN PARA LAS CATÁSTROFES


Son las pandemias [...]donde se transparentan las aptitudes espontáneas de una ciudadanía solidaria y las aptitudes egoístas de los pobres de espíritu, de quienes sólo atienden a su falsa oportunidad de crecimiento político.


Fulgencio Argüelles

En tiempos insólitos y revueltos de sufrimiento, renuncia, dolor y muerte salen a la luz aspectos del comportamiento que nos definen de manera definitiva. No creo que de esta azarosa circunstancia salgamos siendo mejores. Tampoco peores. Es probable que se diluyan los disimulos y se vuelva trasparente nuestra educación, es decir, nuestra aptitud para escuchar y para observarlo todo sin perder la compostura frente al otro, o a cuanto dice o hace o le sucede al otro. Nuestra educación nos muestra tal como somos.
Cuando en una persona la educación coincide con la inteligencia tenemos el valor más eficaz para afrontar catástrofes. En estos días de triste desconcierto podemos observar comportamientos de buena y de mala educación. Es de buena educación preocuparse por los mayores que viven solos y ofrecerles ayuda, o respetar las normas de higiene y aplicar las fórmulas de protección para cuidar a los otros, o valorar el trabajo de quienes están dedicados (desde la ciencia, la política o los servicios) a combatir la pandemia. Es de mala educación acaparar productos esenciales provocando desabastecimiento, o salarse las normas sin atender al peligro que nuestro egoísmo pueda provocar en los otros, o pretender mayor sabiduría que los especialistas, o arrojar al suelo los guantes o las mascarillas usadas. Son sólo algunos ejemplos. La mala educación tiene mucho que ver con el egoísmo, la ignorancia, la inconsciencia y la insolidaridad.
Alcanzamos el planeta Marte, pero no conseguimos prepararnos para combatir pandemias. Despreciamos la ciencia y la investigación e invertimos más en naves espaciales, armamento o estadios de fútbol que en proyectos de prevención de enfermedades o investigación epidemiológica. La vanagloria humana y la megalomanía enfocan nuestros intereses hacia la aventura, hacia la conquista y la guerra. Nos creemos dioses, y los dioses no enferman, los dioses extienden su poder hasta los olimpos de la vida eterna.
Los mecanismos del sistema (material, sanitario y social) han sido incapaces de cubrir necesidades y absorber las demandas. Me interesan las teorías de las catástrofes que estudian matemáticos y filósofos, sobre todo cuando hablan de la fascinación por los bordes, los extremos, las fronteras o las fallas como algo intrínseco y fundamental en el espíritu humano. Nuestra educación nunca estará completa sin abordar el peligro de los bordes, la complejidad y la belleza de los extremos, el miedo a las fallas o la deformación del significado de las fronteras. Para alcanzar los límites de lo posible hay que soñar con lo imposible.
Las matemáticas, la física y la filosofía tienen mucho de poesía. Los físicos del caos dicen que el batir de alas de una mariposa en Tokio puede causar una tempestad en Londres. Estornuda Trump y se remueve la arena de las playas de Llanes. Los sabios buscan el significado profundo de los acontecimientos. Es bueno escuchar a los sabios.
Tal vez una sonrisa, una mirada sincera, una actitud transigente, un acto de confianza y respeto hacia la ciencia, un gesto de buena educación sean capaces de combatir catástrofes. Dicen los sabios que una risa podría provocar cambios mínimos en la atmósfera, y millones de risas serían capaces de alterar el curso de un tornado. Puedo que millones de actos solidarios, millones de gestos de buena educación sean capaces de combatir esta pandemia.
Desde los corazones que hablan, pero también desde la comprobación empírica, se puede decir que la justicia previene y amortigua las catástrofes. Sería de justicia, por ejemplo, que todos los mecanismos puestos en marcha para conseguir una vacuna tuvieran como objetivo extender sus beneficios por igual y al mismo tiempo a todos los países (ricos o pobres) y a todas las personas. Las catástrofes conforman escenarios ideales para la justicia y la educación, pero también permiten que afloren los egoísmos, y que floten sobre el fango de la devastación los intereses (económicos y políticos) indignos.
Son las pandemias situaciones desgraciadas y dolorosas donde aflora lo mejor y lo peor de cada uno, donde se hacen visibles las debilidades del sistema, donde se transparentan las aptitudes espontáneas de una ciudadanía solidaria y en acción y las aptitudes egoístas de los pobres de espíritu, de quienes sólo atienden a su falsa oportunidad de crecimiento político. Nuestra sociedad debería pensar en maneras efectivas de educación para las catástrofes. Sería una forma de luchar contra la injusticia globalizada.

DdA, XVI/4513

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