domingo, 31 de mayo de 2020

RECORDATORIO GIJONÉS: JULIO ARGÜELLES PIDIÓ CALMA EL 20 DE OCTUBRE DE 1937



Goti del Sol

Si hay una persona que considere inolvidable, de todas con las que tuve ocasión de convivir esa es el tío-abuelo Julio Argüelles. Lector impenitente, atesoró una formación autodidacta que le hacía destacar por sus ideas y expresiones verbales en donde quiera que se encontrase. Apuntó maneras en su juventud en el fútbol pero una temprana lesión le apartó muy pronto de los terrenos de juego. Trabajando con su hermano Manolín en la gestión de un salón de limpieza de calzado en la Calle Corrida, fue también empresario en un café cantante, el Maipú. En los tiempos convulsos de los años treinta destacó por su acción militante comunista a través de la palabra. Orador incomparable, cualquier circunstancia le permitía demostrar su cualidad, tan es así que, en vísperas de la entrada de las tropas franquistas en Gijón, cuando una turbamulta trataba de asaltar los barcos atracados en El Musel para escapar hacia Francia, su condición le llevó a encaramarse en un montículo de maderas para arengar a la multitud reclamando calma y organización. Por supuesto que nadie le hizo el menor caso y recuerdo a un señor, que había regresado del exilio, que narraba la actuación del tío aquel 20 de Octubre del 37 como uno de los sucesos más admirables, e inútiles, de todos los que le tocó vivir. Al perder su tiempo en aquello, no pudo impedir el ser detenido, juzgado y condenado a cadena perpetua "por colaboración con la rebelión", un macabro eufemismo elaborado por la "justicia" de los vencedores.
Salió de la cárcel de El Coto a mediados del 45 y, a los pocos días de estar en la calle, fue atacado por una partida de porra de Falange y golpeado con saña con un látigo de bolas de plomo. Lo que demuestra la pasta de la que estaba hecho es que se fue para casa, vivía con mis güelos, como buenamente pudo; lo curaron mi güela y mi madre, descansó un par de horas y, a continuación, vistió la mejor ropa de la que disponía y se fue a pasear una y otra vez delante del Club de Regatas, en la Calle Corrida, donde los terroristas solían ocupar las sillas de la terraza. Toda la tarde empleo en esa actividad.
De una austeridad casi monacal, los ingresos que percibía por dirigir el tema del taquillaje en la Plaza de Toros le permitía vivir durante todo el año. Cumplía un riguroso horario. Hombre de tertulias, tras desayunar acudía al Café Express para el charloteo mañanero. Luego comía en casa de su hermano Tony y, después, era el tiempo de lectura en su habitación hasta eso de las siete en la que el reclamo era la partida de chamelo en el altillo del Café Oriental. La siguiente parada era en Casa Florina, en la Plaza Mayor, en donde se acostumbraba a organizar algún coro espontáneo en el que tuve ocasión de participar en mis años jóvenes. Cena frugal y para la cama. Esa era su invariable jornada.
Mantuvo un romance plátonico a través de la ventana de un patio manzana con una vecina, modista de profesión, que acudía a su llamada cuando hacía girar el gancho de cierre de la ventana con un particular chirrido. Le recitaba poemas, suyos y de autores famosos, y una de las frases que escuché en aquellos tiempos era "media hora nos separa de nuestra felicidad". Se refería al tiempo de una misa, circunstancia que para él era inasumible. Cuando yo, un crío revolvín, andaba por allí, me llamaba y con voz firme me decía "muchacho, saluda a tu tía", cosa que yo procedía a hacer disciplinadamente.
Su vocabulario era tan variado que una prima, que residía en Catalunya, cuando tuvo ocasión de conocerlo preguntó muy extrañada si el tío Julio "hablaba idiomas". En cierta ocasión en la que le presentaron a una dama de lucida melena, se dirigió a ella para agradarla con un "esplendorosa cabellera de ébano". No llegó a disfrutar de una pequeña indemnización que le otorgó el gobierno, pues también había ocupado una plaza de servidor público poco antes del estallido de la guerra y durante ésta, de la que fue apartado. Su hija, nacida poco tiempo antes del conflicto, fue la receptora de la prestación. Al menos se reconoció el atropello.
Su vida daría para un grueso volumen, pero con estas breves palabras espero al menos que el paciente lector tenga una idea de la talla del personaje para que permanezca en la memoria.
DdA, XVI/4514

1 comentario:

Nevada del Pozo Argüelles dijo...

También soy sobrina nieta de Julio.
Si bien le conocí en sus últimos años, le recuerdo en el Oriental, con su partida de ajedrez, que compartía a menudo con un camarero.
Por lo que en mi casa se habló siempre, era una persona entrañable, que lo hizo lo mejor que pudo en una época muy complicada de la historia.
Me alegra saber que se le recuerda.

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