Jaime Richart
Tal como se ve hablar del
asunto de las mascarillas a periodistas, sanitarios, médicos, políticos y a
toda la basca que comparece en televisión, diríamos que la sociedad española,
además de estar profundamente dividida por dos ideologías y entre ricos y
pobres ya casi de pedir, está ahora también dividida entre irresponsables y responsables. Lo que nos
faltaba por oír. Los
irresponsables son esos insensatos a quienes no les importa arriesgar su salud
o poner en riesgo la de los demás. Los responsables son los obsesionados por la
mascarilla pese a que, según no pocos notables, es irrelevante para la
protección de este virus del demonio.
En una conferencia pública, por enésima vez Chris Whitty, el jefe médico británico, dice así:
"La intoxicación
mediática, con la ayuda de
un coro de científicos
atolondrados, defendió desde el primer minuto, la letalidad del coronvirus. Sólo
era uno de los fraudes, pero resultaba imprescindible para inculcar el pánico
por el mundo entero.
Sin embargo, la
emergencia de un virus letal sería una novedad científica y el coronavirus
vuelve a demostrar que es absolutamente inocuo, como los demás conocidos hasta
la fecha Los portadores están más sanos que una lechuga. Eso no excluye que
aparezca en algunas enfermedades comunes del sistema respiratorio, la mayor
parte de las cuales son leves e incluso muy leves. La diferencia de unos casos
y otros no es el virus sino el enfermo y, más en concreto, su sistema inmunológico.
La inmensa mayoría de
los médicos y los virólogos lo
saben muy bien y así lo han manifestado en numerosas ocasiones en revistas médicas, e incluso a la
BBC se le ha escapado algún artículo en esa línea, lo mismo que a los CDC y a la OMS. Entre otras cosas, han reconocido
que la mayoría de las personas, una proporción significativa de la población,
no contraerá este
virus en absoluto, en ningún momento de la epidemia, que va a continuar durante
un largo período de tiempo.
De los que lo hagan,
algunos de ellos contraerán el virus sin siquiera saberlo, sin ningún síntoma. De
aquellos que tengan síntomas, la gran mayoría, probablemente el 80 por ciento,
tendrán una enfermedad leve o moderada. Puede ser lo suficientemente grave como
para que el enfermo tenga que acostarse durante unos días, pero no lo
suficientemente grave como para que tengan que ir al médico. Una desafortunada minoría
tendrá que ir al hospital, pero
la mayoría sólo necesitará oxígeno y luego saldrá del
hospital. Una minoría de la minoría tendrá que ir a una unidad de
cuidados intensivos y algunos lamentablemente morirán. Pero es una minoría, el
1 por ciento o incluso menos. El grupo de mayor riesgo está muy por debajo del 20
por ciento, lo que significa que la gran mayoría de las personas, incluso los
grupos más susceptibles, si se contagian de este virus, no morirán. Es decir,
que si a la pandemia le quitamos el histerismo inducido mediáticamente, aparece
como una cáscara
absolutamente vacía".
¿Estará tonto Whitty, o
será un extraviado que no merece crédito?
Pero no sólo Whitty.
También he leído que con similares argumentos se manifiestan el Nobel de
Medicina Luc Montagnier, o el Nobel de Química, Michael Levitt: "Creo que
las cuarentenas no salvaron ninguna vida". Y también otros científicos
que, para la teoría oficial, son heterodoxos. Como en otros tiempos lo eran
para la Iglesia Vaticana quienes no se sometían a sus decretos.
Y es que donde existe verdadera
libertad de expresión se abren fácilmente los chacras. Primero a la duda y luego
a los razonamientos sin bridas. Pues
donde existe verdadera libertad es posible que cualquiera pero también miembros
sobresalientes de la sociedad se aparten del pensamiento único: ese pensar sin pensar, que repiten muchos como
papagayo lo que dicen otros porque son más que quienes disienten; otros que a
menudo tienen intereses que si los declarasen, nadie les haría caso o les
conduciría a prisión.
Por esto y por otras muchas
razones que he ido exponiendo a lo largo de mis artículos durante este confinamiento,
no me puedo creer que haya tantos insensatos en todas partes. Debemos ser
muchísimos, notables o del montón, quienes no nos creemos a pie juntillas
todo esto; ni que esto sea fortuito. En último término esas gentes que van y
vienen a diario y se reúnen despreocupadamente en playas, plazas, terrazas o
Metros saben, por instinto o por intuición, no por órdenes que no les
convencen, que el vivir es en sí mismo un riesgo. Y porque también sospechan
que quienes disponen ahora tan de cerca y férreamente nuestra vida colectiva,
aunque ellos no lo sepan porque otros les han lavado el cerebro, han dispuesto que en adelante nuestra
vida pertenece a un Estado médico-policiaco. Por eso los incumplidores y
los díscolos, después de tres meses soportando una reclusión nada convincente,
olvidan las órdenes y se despreocupan de posibles represalias. Pues son sólo
los mayores los que habiendo fallecido en un 98 % de los infectados por el virus,
quienes han de ocuparse de preservar su salud. De éste y de cualquier otro mal.
Como siempre fue…
DdA, XVI/4515
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