Jacint Torrents
L'Actual (Castellar del Vallés)
En el maravilloso proceso de expansión del Universo, los
habitantes de nuestro pequeño y privilegiado planeta sufrimos, de vez en
cuando, las catástrofes de la naturaleza.
Las catástrofes
que nosotros mismos provocamos cuando nos volvemos egoístas e individualistas.
Y las que provienen de la materia de que está hecha la Tierra. No sé aún qué
nos provoca más dolor y desventura. Si nuestra insolidaridad, el odio y la
guerra... o los fenómenos de la naturaleza cuando, desatados, nos golpean
duramente, como sucede con esta pandemia.
Estamos recorriendo
todavía el camino que va de la hominización a la plena humanización. Somos
homínidos en proceso. Y es obvio que no llegaremos a ser jamás ni el
superhombre de Nietzsche, ni el Dios todopoderoso del jardín del Edén, como quisieran
serlo tantos Adanes y tantas Evas. Si durante estos últimos años nos hemos
creído dioses o supermanes, hoy un inesperado virus nos invita a sentir que formamos
parte del barro de la tierra y a conformarnos con ser humanos, aprovechando el
plus de inteligencia y de espíritu que, desde nuestro interior, nos puede
ayudar a serlo plenamente.
Con todo, nuestro
lugar en el cosmos es tan maravilloso y singular que no podemos sino invertir
todos nuestros esfuerzos en hacer que cualquier ser humano se encuentre a gusto
aquí, pueda vivir dignamente, se haga plenamente consciente y pueda sonreír a
los demás. Que todos encuentren la alegría de vivir. Será nuestra tarea más
gratificante.
Cuando escribo
estas líneas ꟷSábado Santoꟷ poco se puede decir del sufrimiento que atenaza al
mundo. Estamos silenciosos, absortos, expectantes. Y hemos de creer que -a
pesar del desconcierto y las dificultades con que se encuentran- científicos,
políticos, médicos, sanitarios, servidores públicos y tanta otra buena gente
hacen todo lo que pueden o saben para detener la muerte, apaciguar el dolor y devolvernos
a una vida normal, segura y tranquila.
En el libro del
Génesis -esa antigua radiografía de nuestra condición humana-, Dios implica al
ser humano en el dominio de la tierra. Lo que se lee hoy como una clara
invitación al conocimiento, a la ciencia y al cuidado amoroso de nuestra casa
común. Somos conscientes de que todavía no conocemos suficientemente las leyes
de la naturaleza y que a menudo escatimamos nuestra ternura para con el mundo.
Es por ello por lo que
todos no deberíamos preguntar, y sobre todo quienes estamos en edad de riesgo -que, por tener más años, podemos tener más culpa-, si hemos hecho todo lo que
hemos podido para configurar este mundo a la imagen y semejanza del misterioso
proyecto inicial.
Caer y
levantarse, desfallecer y recuperarse, morir y resucitar son las dos caras de
la misma moneda de la vida. Y hemos de creer que saldremos adelante. La fuerza
primigenia de la Creación, del Universo, del Big Bang, nos empuja a continuar
en el camino hacia la plenitud y el bien. ¡Ánimo y arriba los corazones!
DdA, XVI/4484
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