Lazarillo
El cantautor zamorano Luis Ramos ha hecho bien en recordarnos hoy uno de los poemas más oportunos para el día de la fecha, obra del gran poeta zamorano Claudio Rodríguez, cuya obra tan bien conoce y ha estudiado -además de cantado- Luis. De Rodríguez se dice que tenía un itinerario por el callejero viejo de su ciudad -con el siempre admirable puente de piedra sobre el Duero como paso obligado-, en cuyo discurrir pensó y escribió mentalmente no pocos de los versos de su primer libro, Don de la ebriedad, que tanto gustó a Vicente Aleixandre, con ser un poemario de muy primera juventud. Hay muchos motivo para leer y releer a Claudio Rodríguez, y uno de ellos es este, cuando hoy, al poner el oído y todos los sentidos en el aire y la primera luz de la mañana, sonaban renacientes de primavera los ruiseñores, y al andar junto al Tormes sentimos subirnos entre los pasos el amor de la tierra:
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
DdA, XVI/4484
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