Álvaro Noguera
Jaime Richart
No otras culturas, no
otras sociedades cuyo pensamiento rector no está basado en la depredación, pero
desde luego sí los pueblos arios, sajones, anglosajones y latinos, el grueso de
lo que constituye la sociedad occidental, unas naciones más y otras menos,
nunca han dado su brazo a torcer desde que el comercio dejó atrás el trueque.
No han rectificado nunca su sistema de organización política, económica y
social con racionalidad; sólo lo justo para adaptarse a las circunstancias que
les son hostiles. Sólo los países nórdicos van por delante con pautas de
socialización. En todo caso, esta
pandemia, mejor dicho la OMS, ha declarado el fracaso del neoliberalismo
privatizador y el acierto de la estatalización.
Al mercantilismo sucedió
el capitalismo, al capitalismo el liberalismo y a éste, hace unas cuatro
décadas, el neoliberalismo. Y el neoliberalismo, desde la Thatcher, Friedman,
los ensayistas estadounidenses hermanos Kaplan y otros, ha terminado rompiendo
el saco de la avaricia. Hasta ayer, no una repentina o progresiva lucidez, sino
sólo las consecuencias fatales del abuso para la economía y el beneficio han
sido capaces de doblegar la sinrazón de
los obtusos. Sólo las mordeduras profundas en el sistema por guerras, catástrofes
y calamidades como la que viene sufriendo desde la irrupción de un virus
probablemente manipulado en el laboratorio con sospechosos propósitos, dan giros
bruscos al sistema. Es lo que parece va ahora a suceder al término de los
confinamientos El iusnaturalismo y la
ley de la selva del mercado por los que se ha venido rigiendo siempre el
sistena, parecen haber llegado a su fin.
Y digo esto, porque todo
parece indicar que la privatización salvaje de los medios de producción no sólo
se ha agotado, es que ha llevado al propio sistema y al mundo hasta las puertas
del abismo. La sacudida que ocasionan los efectos de este virus; más en la
inteligencia y en la racionalidad que a la conciencia moral y ética, más a la
consciencia de ser ya insoportable el pragmatismo anglosajón para la Humanidad
que a la justicia social, parece decisiva. La iniciativa privada es encomiable,
pero no para aplicarse a los bienes básicos para la supervivencia y para una
vida digna e indudablemente posible. La iniciativa privada sin restricciones,
tal como la han interpretado el capitalismo y luego el neoliberalismo, es el
peor virus. El egoísmo y el personalismo extremos siempre han cerrado la puerta
a los derechos más elementales del ser humano en un sistema que a menudo se pavonea
de superior y de racional…
En todo caso esta
pandemia parece buscada de propósito. No me extraña, la osadía de los poderes
en la sombra no tiene límites. La intención sería usarla, por un lado como tapadera para camuflar el
fracaso de la economía improductiva financiera; es decir, la especulación que
ha arrastrado a occidente a la quiebra técnica del sistema, y por otro lado,
como palanca que obligue a rectificar bruscamente al neoliberalismo. El virus
“soltado” sería el resorte para el cambio profundo a la estatalización inevitable
como método de saneamiento que, de otro modo, no se hubiese nadie atrevido por
las buenas. No estaría mal pensada la cosa. Así daría sentido a la idea de los
antiguos griegos de que los dioses ayudan a quienes aceptan y arrastran a
quienes se resisten. Y con mayor motivo, asomando en el horizonte los estragos del
cambio climático; ese cambio que llaman “ciclo” los neoliberales para seguir
lanzando CO2 a la biosfera, creyendo que sustituyendo cambio climático por “ciclo” resuelven el asunto...
DdA, XVI/4507
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