Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
Miguel Hernández
Félix Población
Un diario nacional de gran
circulación hablaba días atrás de las colas del hambre, según titulaba una de
sus fotografías, tomada en un populoso barrio madrileño. Allí buscaban alimento
las víctimas sociales de esta nueva crisis, respetando escrupulosamente la ley de
alarma sanitaria, mientras en otro barrio de alta cuna una panda de retrógrados
la burlaba, ciscándose en la memoria de los sanitarios fallecidos por cumplir con
su trabajo en unas condiciones laborales muy precarias que nunca más deberían
soportar.
La imprevista crisis derivada
de la pandemia, ese estornudo que podría hacer temblar a un imperio según la
lúcida viñeta de El Roto, ha hecho posible que a los periódicos españoles
afloren titulares que hubieran sido de otro tiempo si en ese tiempo de silencio
lo dictado oficialmente no fuera que volviese “a reír la primavera al paso
alegre de la paz".
Algo más de 100.000 madrileños,
según la información de ese periódico, comen hoy en día gracias a las ayudas de
los servicios sociales y las redes vecinales de los 21 distritos de la capital
del Estado. Transcurridos más de dos meses desde la implantación del
estado de alarma, esa es una de las realidades más penosas que el virus fatal
ha impuesto junto a la de 28.000 personas fallecidas, entre las que se cuentan
por mayoría aquellas que soportaron una niñez en guerra, seguida de una
posguerra llena de penalidades.
Para hacer frente a las colas
del hambre, el Gobierno aprobó la ley
del ingreso mínimo vital que se aplicará a partir de este mismo mes. Sin
embargo, esa medida con la que defender la vida y la dignidad de los más
desfavorecidos, ha encontrado en la oposición conservadora y ultraconservadora -fraternamente
aliadas como en ningún otra lugar de Europa- una rotunda disconformidad, formulada
en términos en verdad denigrantes para cuantos tengan necesidad de lo que esa
derecha asilvestrada llama "paguita", dicho sea con entonación propia
de rastrillo benéfico.
Pablo Casado, en lugar de ese
ingreso, ha llegado a plantear una tarjeta de racionamiento que por su propia
denominación -aunque las circunstancias sean afortunadamente otras- nos
retrotrae al primer periodo de la dictadura franquista, cuando una orden
ministerial del 14 de mayo de 1939 estableció el régimen de racionamiento para
los productos básicos alimenticios y de primera necesidad.
Cabe recordar que esa cartilla
fue en principio individual y que a partir de 1943 pasó a ser familiar, y que la
asignación de productos podía variar en función de la categoría de la misma,
por lo que es de suponer quienes eran los más beneficiados en plena posguerra
de cárceles y fusilamientos. Las había de primera, segunda y tercera categoría,
en atención al nivel social, estado de salud y trabajo desempeñado por el
padre de familia. La leche, la carne y los huevos escaseaban, por lo que sólo
se podían encontrar en el mercado negro, conocido por estraperlo.
La cartilla de racionamiento,
que perduró hasta 1952, no llegó a cubrir las necesidades básicas de la
población, por lo que la miseria y el hambre estaban a la luz del día en
aquella oscura, triste y silente España de la victoria en la que los años se
contaban con el epíteto “triunfal”. Aun así, lo que se mascullaba por debajo
del miedo era aquello de "menos Franco y más blanco”. Hubo quien lo pagó
caro por escribirlo en un muro de un pueblo cordobés.
Al año 1941 que se le llegó a llamar
en Asturias "l'añu la fame" (el año del hambre), que no es el de la
fotografía de Constantino Suárez (Museo de Asturias) que ilustra este artículo,
realizada en los soportales de la Plaza Mayor de Gijón en 1937, pero que sí es
elocuente de la necesidad de comer que afectaba a estratos sociales de la
población que por la dignidad y modestia de su vestuario bien se podrían
comparar con los de las colas que los periódicos nos mostraron días atrás en el
barrio madrileño de Aluche.
La historia del hambre es
larga, muy larga, y siempre puede dar de sí. En su poema El hambre, Miguel Hernández dejó
escrito: "Tened presente el hambre, recordad su pasado". Arbitrar contra
el hambre medidas como una tarjeta de racionamiento, en pleno siglo XXI, denota
hasta qué punto peca de mezquino el pensamiento de la doble y asilvestrada derecha
española –única en el mundo en hacerse compaña-, sin tener además el mínimo
reparo en exhibirlo.
No parece discernir quien
encabeza la oposición en este país que es la dignidad de la persona la que debe
prevalecer en la sociedad democrática de nuestros días. Por atención a los
derechos que como tal la asisten, es por lo que se recurre al ingreso mínimo
vital que actualmente aprueba más del 80 por ciento de los españoles, entre los
que no están algunos obispos de rancio solideo que no comparten el criterio de
su jefe Francisco, que vive en Roma.
Que ante un problema
reemergente de tal naturaleza –nada menos que vivir sin medios para subsistir,
después de una auténtica tragedia nacional-, prime en la percepción de don
Pablo la cultura de la dádiva caritativa y racionada, sitúa su concepción de la
justicia social en el tiempo en que, por su ausencia o insuficiencia, a los
pobres se les socorría con panes y leche, no fuera a ser que con dinero o “una
paguita” -dicho sea con entonación de
añosa sacristía- se lo gastaran en vicios. La propuesta de Casado casa con
aquel pasado en el que el hambre pedía limosna en los atrios de las iglesias.
*Artículo publicado hoy también en La Última Hora
DdA, XVI/4507
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