El cambio supondrá una transformación a fondo en hábitos y tendencias lo suficientemente significativa como para hacer irreconocible al sistema e imposible la continuidad del neoliberalismo.
Jaime Richart
Distintas
fuentes que, dadas las circunstancias y los motivos reiterados en otras
ocasiones entre los que se cuenta la dificultad de distinguir los bulos, de los
artificios, engaños, argucias y tretas de los que se sirven las personas
poderosas, el poder en abstracto y los poderes en la sombra que los medios
voluntariosos de comunicación pueden poner en cuestión, me llevan a la
sospecha de que la actual infección planetaria ni es natural ni tampoco accidental.
Mi sospecha apunta al hecho de que detrás de esa infección mundial hay uno o
varios personajes cuyo comportamiento e intenciones están fuera de nuestro
alcance conocerlos, o hay autores aún más lejanos de lo que pudiéramos llamar
“normalidad”; bien, en el primer caso para imponer o inducir la necesidad de
sus fármacos y vacunas, bien para cometer un acto genocida: diezmar la
población mundial, principalmente y como es lógico, de la tercera edad.
Además, sin correr riesgo de ser descubiertos, no ser revelada su intención y
mucho menos poder probar su intención. Tal es la naturaleza del
hipotético proposito y tal la nebulosa que envuelve a la eventualidad. Pues en
último término cuenta/n con coartada, comparten su culpabilidad entre varios,
nada en concreto puede incriminarle/s y nadie se va a tomar la molestia de
divulgarlo y menos se va a atrever a denunciarlo como delito de lesa Humanidad.
Esto es lo que hace al este asunto tan descorazonador como exasperante.
Sin
embargo yo, y tantos otros detectives ocasionales, a quienes también nos va la
vida en ello, sí seguimos confusos acerca de los autores y sus motivaciones, sí
tenemos claras dos cosas: la primera es que nunca se llegará a descubrirles
(y por tanto habremos de contentarnos con pruebas indiciarias y circunstanciales
que de poco servirán salvo para proclamar nuestras sospechas y desahogarnos).
Y la segunda, que la “verdad”, la causa oficial de lo que interpretamos como
abominación seguirá prevaleciendo, y por consiguiente seguirá siendo creída urbi
et orbe
por mucho tiempo, pese a que los efectos criminógenos proseguirán de una manera
recurrente. De ese modo, todo lo que haya de venir en adelante en materia
económica virológica, clínica, de “seguridad” y de control social, una vez
terminada la cuarentena (si es que alguna vez acaba) y de acuerdo con lo dicho,
seguirá la senda marcada desde el principio, en sinergia entre todos los países
del sistema. Y también, que los posibles remedios para el mal, si bien podrán
acomodarse al virus de esta primera etapa, no servirán para la siguiente.
Pero
es que también pudiera suceder (la negación humana a lo extraordinario es un
obstáculo para el desarrollo mental de la sociedad) que todo lo que ocurre
responda a la primera fase de una colonización extraterrestre. ¿Por qué no? En
nuestra galaxia, de acuerdo con los datos obtenidos por el telescopio Kepler
hay por lo menos 50 mil millones de planetas, de los que 500 millones son
habitables pues están en la zona donde podría existir vida porque la
temperatura no es extrema. Pues bien, desencadenar el pánico en la población
mundial, pánico que vale para todo el mundo sin distinción de clases ni de
jerarquías sociales, es un modo de debilitar el ánimo de los seres humanos para
facilitarse la dominación de la presa. Con eso está todo dicho acerca de esa
posibilidad. Lo que concierne a lo terrestre lo “sabemos”, no por dones
especiales de adivinación, por sagacidad y menos por ciencia, sino por
instinto, por intuición, por conciencia, por conocer largamente la condición
humana y la textura del poder, y sobre todo, porque en el interior de la
caverna no confundimos al hombre con su sombra. Y por lo que respecta a esa
hipotética colonización, la sitúo en el plano de esa situación extrema que,
antes de la irrupción de un supuesto virus, muchos lo percibíamos como ocaso de
esta civilización y lento fin de la vida sobre la Tierra, y algunos anunciaban
la intervención de otros mundos, sea para salvar la vida, sea para aprovechar
los recursos útiles para ellos en los momentos de entropía. Sobre la primera
posibilidad,la de criminales de alto rango sueltos, sirva lo dicho como
denuncia y anatema. Sobre la segunda, sirva como apunte de una imaginación, la
nuestra, incapaz de negar y de prescindir de la contingencia de lo
sobre-natural y de lo extraordinario.
El caso es que llevamos más o menos confinados en el
mundo más de un mes, y desfilan especialistas por las televisiones dando su
dictamen. Sin embargo, a estas alturas lo cierto es que poco se sabe de este
virus, salvo sus estragos. Las lagunas y frecuentes contradicciones entre unos
y otros, y a veces los mismos que se desdicen o retractan, son una constante en
el cúmulo de información. Pero nadie sabe a ciencia cierta, salvo el contagio,
cómo actúa el virus, y nada se puede aconsejar más allá de una profilaxis de lo
más elemental. La paradoja a escala cósmica es que las naciones se niegan a
implantar la eutanasia activa pese a que los que deciden en las naciones quedarían
estupefactos ante el número de ancianos que preferirían la muerte indolora y
digna, a una vida miserable y en la mayoría de los casos en soledad dramática.
Estas sociedades nuestras no dejan morir a quienes lo desean y sin embargo no
les preocupa matar de diversas maneras a quienes desean vivir. Ellos dicen que
es lo correcto. Para nosotros es justo lo contrario: irracionalidad y atavismo.
En todo caso las posibilidades de determinar la índole
del virus que asola al mundo, son cada día que pasa más reducidas. Y si no es
posible, tampoco, salvo por azar, podrá encontrarse el fármaco apropiado... si
lo hay. El desconcierto forma parte del obstáculo. Por ejemplo, en España,¿por qué el archipiélago canario
al que viajaron solo este febrero 1,3 millones de turistas en avión se ha
mantenido casi incólume al virus? ¿Cómo es posible que con 5 millones de
vuelos solo en verano, sumando los interinsulares que son más de un millón, se
haya contenido el contagio tanto importado como local? ¿Por qué en cambio La
Rioja o Castilla La Mancha lideran la tasa de contagios por encima de
comunidades más pobladas y con más actividad y movilidad como Catalunya, la
Comunitat Valenciana y en algunas jornadas por encima de la propia Comunidad
de Madrid? El arcano que rodea a este virus, si es que existe (que esa es
otra), plantea tantas incógnitas como tantas otras a las que se da respuesta
por no reconocer honestamente la ignorancia.
Por otra parte, antes de declararse
la pandemia, quienes acostumbramos a sondear la realidad y la utopía,
hablábamos del pensamiento único reinante como motivo de
preocupación
de todo librepensador. Y a ese pensamiento único lo considerábamos causa y
efecto al mismo tiempo de un sistema socioeconómico que se postula como el
menos malo de los posibles, pero nosotros lo consideramos injusto de raíz. Si
bien en unos países más que en otros, en todos la injusticia estructural y
las desigualdades inhumanas son tales que es digno de abolición en tiempos que
oscilan entre la desesperanza de unosy el despertar de otros. Ahora todo apunta
a un reacomodo del sistema. Sin embargo, me parece imposible que el cambio se
limite a un reacomodo. El cambio supondrá una transformación a fondo en hábitos
y tendencias lo suficientemente significativa como para hacer irreconocible
al sistema e imposible la continuidad del neoliberalismo.
Sea
como fuere todo el mundo, lo decía antes, en cuanto a la pandemia y a su
origen lo tiene claro. Mientras nosotros, que no contamos a efectos de generar
corrientes de opinión contrarias, nos limitamos a exponer teorías e hipótesis porque no nos es imposible demostrar
nada. Lo que no impide que nos resulte imposible terminar el puzzle.
Pues unas veces faltan piezas, y otras, las que se nos ofrecen a la vista en
absoluto se acoplan entre sí...
DdA, XVI/4474
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