jueves, 23 de abril de 2020

SOMERO ESTUDIO SOBRE EL VIRUS, EL 5G, LAS ESTELAS QUÍMICAS Y LA CONSPIRACIÓN - II


El cambio supondrá una transformación a fondo en hábitos y tendencias lo suficientemente significativa como para hacer irreconocible al sistema e imposible la continuidad del neoliberalismo.

Jaime Richart

Distintas fuentes que, dadas las circunstancias y los motivos reitera­dos en otras ocasiones entre los que se cuenta la dificultad de distinguir los bulos, de los artificios, engaños, argucias y tretas de los que se sirven las personas poderosas, el poder en abstracto y los poderes en la sombra que los medios voluntariosos de comuni­cación pueden poner en cuestión, me llevan a la sospecha de que la actual infección planetaria ni es natural ni tampoco acci­dental. Mi sospecha apunta al hecho de que detrás de esa infec­ción mundial hay uno o varios personajes cuyo comportamiento e intenciones están fuera de nuestro alcance conocerlos, o hay auto­res aún más lejanos de lo que pudiéramos llamar “normalidad”; bien, en el primer caso para imponer o inducir la necesidad de sus fármacos y vacunas, bien para cometer un acto genocida: diezmar la población mundial, principalmente y como es lógico, de la ter­cera edad. Además, sin correr riesgo de ser descubiertos, no ser revelada su intención y mucho menos poder probar su intención. Tal es la naturaleza del hipotético proposito y tal la nebulosa que envuelve a la eventualidad. Pues en último término cuenta/n con coartada, comparten su culpabilidad entre varios, nada en con­creto puede incriminarle/s y nadie se va a tomar la molestia de divulgarlo y menos se va a atrever a denunciarlo como delito de lesa Humanidad. Esto es lo que hace al este asunto tan descorazona­dor como exasperante.

Sin embargo yo, y tantos otros detectives ocasionales, a quienes también nos va la vida en ello, sí seguimos confusos acerca de los autores y sus motivaciones, sí tenemos claras dos cosas: la pri­mera es que nunca se llegará a descubrirles (y por tanto habremos de contentarnos con pruebas indiciarias y circunstanciales que de poco servirán salvo para proclamar nuestras sospechas y desahogar­nos). Y la segunda, que la “verdad”, la causa oficial de lo que interpretamos como abominación seguirá prevaleciendo, y por consiguiente seguirá siendo creída urbi et orbe por mucho tiempo, pese a que los efectos criminógenos proseguirán de una manera recurrente. De ese modo, todo lo que haya de venir en adelante en materia económica virológica, clínica, de “seguridad” y de control social, una vez terminada la cuarentena (si es que alguna vez acaba) y de acuerdo con lo dicho, seguirá la senda marcada desde el principio, en sinergia entre todos los países del sistema. Y también, que los posibles remedios para el mal, si bien podrán acomodarse al virus de esta primera etapa, no servirán para la siguiente.

Pero es que también pudiera suceder (la negación humana a lo extraordinario es un obstáculo para el desarrollo mental de la socie­dad) que todo lo que ocurre responda a la primera fase de una colonización extraterrestre. ¿Por qué no? En nuestra galaxia, de acuerdo con los datos obtenidos por el telescopio Kepler hay por lo menos 50 mil millones de planetas, de los que 500 millones son habitables pues están en la zona donde podría existir vida porque la temperatura no es extrema. Pues bien, desencadenar el pánico en la población mundial, pánico que vale para todo el mundo sin distinción de clases ni de jerarquías sociales, es un modo de debilitar el ánimo de los seres humanos para facilitarse la dominación de la presa. Con eso está todo dicho acerca de esa posibilidad. Lo que concierne a lo terrestre lo “sabemos”, no por dones especiales de adivinación, por sagacidad y menos por cien­cia, sino por instinto, por intuición, por conciencia, por conocer largamente la condición humana y la textura del poder, y sobre todo, porque en el interior de la caverna no confundimos al hom­bre con su sombra. Y por lo que respecta a esa hipotética coloniza­ción, la sitúo en el plano de esa situación extrema que, antes de la irrupción de un supuesto virus, muchos lo percibíamos como ocaso de esta civilización y lento fin de la vida sobre la Tie­rra, y algunos anunciaban la intervención de otros mundos, sea para salvar la vida, sea para aprovechar los recursos útiles para ellos en los momentos de entropía. Sobre la primera posibilidad,la de criminales de alto rango sueltos, sirva lo dicho como denuncia y anatema. Sobre la segunda, sirva como apunte de una imagina­ción, la nuestra, incapaz de negar y de prescindir de la contingen­cia de lo sobre-natural y de lo extraordinario.

El caso es que llevamos más o menos confinados en el mundo más de un mes, y desfilan especialistas por las televisiones dando su dictamen. Sin embargo, a estas alturas lo cierto es que poco se sabe de este virus, salvo sus estragos. Las lagunas y fre­cuentes contradicciones entre unos y otros, y a veces los mismos que se desdicen o retractan, son una constante en el cúmulo de información. Pero nadie sabe a ciencia cierta, salvo el contagio, cómo actúa el virus, y nada se puede aconsejar más allá de una profilaxis de lo más elemental. La paradoja a escala cósmica es que las naciones se niegan a implantar la eutanasia activa pese a que los que deciden en las naciones quedarían estupefactos ante el número de ancianos que preferirían la muerte indolora y digna, a una vida miserable y en la mayoría de los casos en soledad ­dramática. Estas sociedades nuestras no dejan morir a quienes lo desean y sin embargo no les preocupa matar de diver­sas maneras a quienes desean vivir. Ellos dicen que es lo co­rrecto. Para nosotros es justo lo contrario: irracionalidad y ata­vismo.
En todo caso las posibilidades de determinar la índole del virus que asola al mundo, son cada día que pasa más reducidas. Y si no es posible, tampoco, salvo por azar, podrá encontrarse el fármaco apropiado... si lo hay. El desconcierto forma parte del obstáculo. Por ejemplo, en España,¿por qué el archipiélago cana­rio al que viajaron solo este febrero 1,3 millones de turistas en avión se ha mantenido casi incólume al virus? ¿Cómo es posi­ble que con 5 millones de vuelos solo en verano, sumando los interinsulares que son más de un millón, se haya contenido el contagio tanto importado como local? ¿Por qué en cambio La Rioja o Castilla La Mancha lideran la tasa de contagios por en­cima de comunidades más pobladas y con más actividad y movili­dad como Catalunya, la Comunitat Valenciana y en algu­nas jornadas por encima de la propia Comunidad de Madrid? El arcano que rodea a este virus, si es que existe (que esa es otra), plantea tantas incógnitas como tantas otras a las que se da res­puesta por no reconocer honestamente la ignorancia.
Por otra parte, antes de declararse la pandemia, quienes acostumbra­mos a sondear la realidad y la utopía, hablábamos del pensamiento único reinante como motivo de preocupación de todo librepensador. Y a ese pensamiento único lo considerábamos causa y efecto al mismo tiempo de un sistema socioeconómico­ que se postula como el menos malo de los posibles, pero nosotros lo consideramos injusto de raíz. Si bien en unos países más que en otros, en todos la injusticia estructural y las desigualdades inhuma­nas son tales que es digno de abolición en tiempos que oscilan entre la desesperanza de unosy el despertar de otros. Ahora todo apunta a un reacomodo del sistema. Sin embargo, me parece imposi­ble que el cambio se limite a un reacomodo. El cambio supondrá una transformación a fondo en hábitos y tendencias lo suficientemente significativa como para hacer irreconocible al sistema e imposible la continuidad del neoliberalismo.
Sea como fuere todo el mundo, lo decía antes, en cuanto a la pan­demia y a su origen lo tiene claro. Mientras nosotros, que no contamos a efectos de generar corrientes de opinión contrarias, nos limitamos a exponer teorías e hipótesis porque no nos es imposi­ble demostrar nada. Lo que no impide que nos resulte imposi­ble terminar el puzzle. Pues unas veces faltan piezas, y otras, las que se nos ofrecen a la vista en absoluto se acoplan entre sí...

          DdA, XVI/4474         

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