Jaime Richart
Ha llegado la hora de superar el crecimiento
económico de las naciones como objetivo prioritario para mantener su nivel de
vida, y abrazar el decrecimiento sostenible.
Ya, hace mucho tiempo, veníamos insistiendo en
que este sistema no podía seguir así y en que en algún momento tenía que
estallar. Pues bien, si esto que nos está ocurriendo no ha sido intencionado, y
hay muchos indicios de que sea así, para producir un choque brutal a la
economía mundial con esa misma intención, bien venido sea el propósito aunque
el precio en vidas sea tan alto como el de una guerra armada. Pero si no es
así, si no es deliberado, la oportunidad que se presenta es la más propicia
para iniciar una reducción de la economía expansiva e iniciar el
decrecimiento. En cualquiera de los dos casos ha llegado su hora...
El estado de la economía en todas partes, la
escasez galopante de los recursos básicos que apunta a su agotamiento, la
demografía mundial en progresión geométrica que ha llegado ya a la
superpoblación, hacen imposible que las naciones sigan el tren de vida que han
venido teniendo hasta hora. Es evidente. Por ese camino, aunque no hubiese
sobrevenido esta calamidad en forma de virus, íbamos derechos al cataclismo del
crash irreversible. Ahora también, pero al menos el confinamiento de la
población en prácticamente todo el mundo capitalista está dando tiempo al
tiempo, detenido, para estudiar reflexivamente y con altas dosis de racionalidad
el reacomodo. Y el reacomodo no puede consistir en otro remedio que el
decrecimiento controlado de la economía racionalizada a pulso.
La
propuesta esencial del decrecimiento consiste en desterrar la idea de que el
crecimiento económico anual es en sí mismo un objetivo positivo. El pensamiento
político y social favorable al decrecimiento propone la disminución regular controlada de la producción
económica, con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre
el ser humano y la naturaleza, pero también entre
los propios seres humanos entre sí. Rechaza, por
consiguiente, el objetivo del liberalismo y del productivismo.
La consigna del
decrecimiento tiene especialmente como meta, insistir fuertemente en abandonar
el objetivo del crecimiento por el crecimiento mismo. La investigación se
inscribe pues en un movimiento más amplio de reflexión sobre la bioeconomía y
el postdesarrollo que implica un cambio radical de sistema.
La conservación del medio ambiente no es posible sin reducir la
producción económica que sería la responsable de la
reducción de los recursos naturales y la destrucción del medio que genera, que
actualmente estaría por encima de la capacidad de regeneración natural del
planeta. Además, también cuestiona la capacidad del modelo de vida
moderno para producir bienestar. El reto está en “vivir mejor con menos”. Al
final “vivir”.
Los partidarios del
decrecimiento proponemos una disminución del consumo y la producción controlada y
racional, permitiendo respetar clima, los ecosistemas y a los propios seres
humanos. De no actuar razonadamente, opinamos que se llegaría a una situación
de decrecimiento forzado debido a la falta de recursos.
Los griegos antiguos
decían que los dioses ayudan a quienes aceptan y arrastran a quienes se
resisten. Ayudémonos de una vez y abandonemos las formas autodestructivas que
actúan contra la vida sobre la Tierra, pues de otro modo los dioses o el fatum, la fatalidad, nos arrastrarán al
abismo. El decrecimiento es el camino, el único camino que las naciones,
abanderadas por quienes controlan ahora la economía mundial, deben iniciar al término
del confinamiento de casi todos los pueblos del planeta.
DdA, XVI/4473
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