martes, 24 de marzo de 2020

LAS MASCARILLAS DE MARGARITA GIL Y EL MERCADO SANITARIO


Félix Población
Margarita Gil Bravo nació en 1935. Es, en efecto, una de esas niñas de la guerra y posguerra que podría estar ahora en un hospital gravemente contagiada por el maldito virus que se está ensañado en la franja de ciudadanos de su edad. Margarita, sin embargo, no está en esa situación. Tampoco en la de aquellos ancianos que se están muriendo a solas en residencias y geriátricos. Los hay, incluso, que han fallecido y han quedado abandonados en sus camas, como supimos ayer a través de la ministra de Defensa. 
Si eso está ocurriendo, aparte de por la vulnerabilidad de nuestros mayores y los recortes que afectaron en el pasado reciente a la sanidad pública y a los derechos sociales, es porque no se previó a su debido tiempo la incidencia que la pandemia podría tener entre la población de más edad. Achacar esa falta de previsión al Gobierno me parece una ligereza insostenible si no se tienen en cuenta las reglas que rigen el mercado. 
Si nuestros ancianos, sobre todo,  han fallecido y fallecen por falta de respiradores, es porque en la Unión Europea a la que pertenecemos priman los mercados antes que la solidaridad. Algo así ha ocurrido con las mascarillas y el vestuario idóneos para que nuestros equipos sanitarios no se contagiaran, como le ha ocurrido al 12 por ciento del personal
La dictadura mercantil ha impuesto en Europa, según fuentes empresariales, que las dos grandes distribuidoras de los equipos sanitarios, situadas en Francia y Alemania, dejaran de vender ese material por orden de sus gobiernos ante el avance de la pandemia en Italia y en España. Tanto Francia como Alemania -leemos hoy en el diario La Vanguardia- decidieron requisar todos los productos y la producción de los mismos para evitar quedarse sin ellos cuando el Covid-19 llegará a sus territorios, con la consiguiente protesta del Gobierno italiano ante una decisión contraria al espíritu de la Unión Europea, cuyo himno como saben es la Novena de Beethoven.
Esto ha obligado a abrir el mercado a otras empresas y distribuidoras que están haciendo su agosto con el Covid-19, multiplicando los precios de una manera desorbitada (como está ocurriendo en algunas farmacias españolas) e imponiendo unas condiciones hasta ahora nunca vistas: pago por adelantado sin garantizar el plazo de entrega de la mercancía, según indican a La Vanguardia fuentes de la Administración. Y, por supuesto, un mercado negro, del que los gobiernos intentan huir como pueden. Ante esta situación y las dificultades de las comunidades en adquirir estos materiales, el Gobierno decidió el 10 de marzo centralizar la compra de bienes sanitarios, o lo que es lo mismo: unificar los encargos para acceder a grandes cantidades más rápido y a mejor precio.
Sin entrar en más detalles sobre este sucio mercadeo especulativo que juega con la vida de miles de seres humanos, entre los que están sobre todo nuestros mayores, Margarita, una anciana cuya niñez discurrió entre el horror de una guerra y la miseria y el hambre de la posguerra española, hace estas semanas en su casa de Arcos de la Frontera lo que hizo a lo largo de toda su vida desde que tenía diez años para sacar adelante luego como madre a sus siete hijos: trabajar como costurera en su máquina de coser y enfrentarse como ha sabido y sabe a esta guerra sobrevenida en la que están muriendo tantos de sus compañeros de generación porque a muchos les faltan los respiradores con los que se especula en los mercados: Margarita cose mascarillas, de las nueve de la mañana  a las tres de la tarde y de las cuatro a las ocho, cincuenta al día. Uno de sus hijos dice que no sabe cómo va a comprarle más tela, porque esa compra no está entre lo permitido por el decreto de confinamiento.


PS. Escrito lo anterior, mi apreciado amigo Goti del Sol me aporta la ilustración más pertinente y en consonancia con el proceder de Margarita Gil. La pregunta de Jovellanos, grabada en la Plaza del 6 de agosto de la ciudad de Gijón, encuentra su mejor respuesta en el proceder de la anciana gaditana y de cuantos como ella se enfrentan con su trabajo a la pandemia.

Léase@ también: Carta a la presidenta de la Comunidad de Madrid de Marciano Sánchez Bayle, médico, en nombre de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública:
Un último deseo Sra. Ayuso, quédese en casa, si es posible más tiempo que la cuarentena, y procure no hacer nada y hacerlo en silencio, los profesionales y la población de Madrid se lo agradeceríamos mucho. Quienes trabajamos en la Sanidad Pública no necesitamos sus buenas palabras, ya tenemos el apoyo de la ciudadanía, que, esa, con su comportamiento y su apoyo, sí que es motivo de orgullo.

     DdA, XVI/4444     

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