A su padre lo mataron
los falangistas en octubre 1936 y a su madre Alpidia García la ejecutaron
públicamente en la localidad de Villasinde en 1949.
Félix
Población
El
pasado viernes falleció en la pequeña localidad berciana de Sobrado (en torno a
300 habitantes), en donde transcurrió la mayor parte de su vida, Ángela Losada
García. Tenía 92 años de edad y en su memoria quedó grabado para siempre -hasta
que la enfermedad fue nublando posiblemente la fuente de sus recuerdos- el
enfrentamiento armado que tuvieron en su propia casa un grupo de guerrilleros antifranquistas con las fuerzas del orden dictatorial. Los
guerrilleros se llamaban Abel Ares Pérez, los hermanos Guillermo y Mario
Morán García, Evaristo González Pérez, Arcadio Ríos Rodríguez, Abelardo Macías El Liebre, y Victorino Nieto
Rodríguez.
“El pueblo entero de Sobrado era de izquierdas. Esto se demostró en las elecciones del Frente Popular [febrero de 1936] –recordaba Ángela hace años-, cuando sólo dos vecinos votaron a las derechas. En represalia, cuando estalló la guerra, las fuerzas fascistas vinieron al pueblo. Venían con ametralladoras. Entraron falangistas, curas, guardias civiles, todos matando a todo el mundo, sin preguntar, les daba igual quién fuera, incluso mataron a gente que no era del pueblo, pero que ese día estaba ahí. Sacaron a gente de las camas, gente que no sabía nada de política, y los mataban. Mi padre huyó al monte con su hermano. Luego se pusieron a quemar las casas. La nuestra también”.
“El pueblo entero de Sobrado era de izquierdas. Esto se demostró en las elecciones del Frente Popular [febrero de 1936] –recordaba Ángela hace años-, cuando sólo dos vecinos votaron a las derechas. En represalia, cuando estalló la guerra, las fuerzas fascistas vinieron al pueblo. Venían con ametralladoras. Entraron falangistas, curas, guardias civiles, todos matando a todo el mundo, sin preguntar, les daba igual quién fuera, incluso mataron a gente que no era del pueblo, pero que ese día estaba ahí. Sacaron a gente de las camas, gente que no sabía nada de política, y los mataban. Mi padre huyó al monte con su hermano. Luego se pusieron a quemar las casas. La nuestra también”.
Como consecuencia de ese ideario
izquierdista entre la mayoría de los vecinos, la colaboración con la guerrilla
antifranquista se inició allí desde el primer momento: “Mi hermano mayor estaba
haciendo el servicio militar y les traía balas. Los guerrilleros confiaban
mucho en mí. Yo iba a comprarles ropa, a arreglarles calzado. Una vez un
zapatero se dio cuenta, pero por suerte también era enlace o disimuló, y no me
pasó nada. También les iba a por libros de la República. Los escondía en un
cesto muy grande y por encima ponía muchas peras. ¡Pesaban más los libros que
yo!”.
La
casa donde se ocultaron los guerrilleros era propiedad de Alpidia García Moral,
madre de Ángela y viuda de José Losada Granja, su padre, abatido por un grupo
de falangistas en Portela de Aguiar en octubre de 1936. Según cuenta Santiago
Macías en su libro El monte o la muerte.
La vida legendaria del guerrillero antifranquista
Manuel Girón, los registros por parte de la Guardia Civil eran
habituales en aquellas casas en las que residían las viudas de los republicanos
que habían sido asesinados, aunque no hubiera delaciones previas. Así se
consigna en el informe del teniente de la Policía Armada que da cuenta de la
acción militar en la que intervinieron un sargento, un cabo y ocho guardias de
ese cuerpo, así como un cabo y cuatro guardias civiles. “Alpidia era de mala
conducta y antecedentes sospechosos -leemos- por encontrarse viuda ya que a su
marido le fue aplicada la pena de muerte”.
Fue
Ángela Losada, con apenas 18 años, quien recibió la noche del 29 de octubre de
1943 al teniente de la Policía Armada Agustín Muñumer Blanco, quien indagó si
había alguien escondido en el domicilio familiar. Ángela lo negó, a instancias
de su madre, y cuando los agentes se disponían a entrar para cerciorarse de
ello, se inició una refriega en la que resultaron muertos un sargento y un
número. Varios vecinos sufrieron heridas, al ser confundidos con los
guerrilleros, y una mujer, Dorinda Ríos García, también perdió la vida mientras
se encontraba retenida por los agentes.
Ángela Losada de joven
Los
siete guerrilleros no sufrieron baja alguna y lograron salir del acoso en compañía
de Alpidia García, que mantenía relaciones con uno de ellos. Ángela se entregó
al día siguiente y en principio fue puesta en libertad por ser menor de edad.
Cuando cumplió la edad penal, fue condenada a ocho años de cárcel en el Prisión
Central de Mujeres de Amorebieta (Vizcaya) y trasladada después a la de
Segovia. “La cárcel era horrible. Dormíamos en el suelo –recordaba Ángela-, unas
pegadas con otras, casi unas encima de otras, y pasamos mucha hambre. El menú
diario era un chusco de pan para comer y otro para cenar y una especie de café
de hierbas, o agua hervida con pan. Allí convivíamos las presas comunes con las
políticas, y yo no me llevaba muy bien con las comunes”.
Estando
Ángela en prisión, un vecino de la localidad de Villasinde informó a la Guardia
Civil de la presencia de fugitivos en esa zona. También comentó que le habían
pedido dinero con la intención con toda probabilidad de preparar una inminente
salida para el exilio. Se trataba de miembros de Federación de Guerrillas de
León y Galicia: Abelardo Macías El Liebre, Oliveros Fernández Negrín, Hilario Álvarez, Victorino Nieto
y Alipidia García Moral Maruxa,
compañera de este último. Una vez fue recibida la confidencia, se puso en marcha
el operativo militar correspondiente.
Al mando del comandante
Arricivita, formaban el contingente un grupo de guardias de los puestos de
Ponferrada, Cacabelos y Villafranca del Bierzo, junto a algunos agentes de los
destacamentos de Policía Armada de Balboa y Trabadelo, que llegaron a
Villasinde al amanecer del 17 de marzo de 1949. “Los guerrilleros,
acostumbrados al ir y venir de un pueblo que, casi al completo, sabía de su
presencia, no dieron importancia a los ruidos producidos por las fuerzas
represivas al aproximarse a su morada”-podemos leer en el libro de Santiago
Macías-, de modo que
únicamente dos Victorino Nieto y Negrín lograron
ponerse a salvo.
Los restantes “bandoleros”
–según la denominación que se les aplica en el expediente- fueron víctimas del
fuego cruzado de los agentes, a excepción de Maruxa, que fue detenida con vida
y ejecutada de inmediato en presencia de algunos vecinos de Villasinde. A la
madre de Ángela Losada, “una tal Alpidia de profesión bandolera”, se la llama en
el certificado de defunción “querida del también bandolero activo Nieto” y se dice que falleció “a consecuencia de una bala de
fusil”. Los cadáveres fueron trasladados en un carro de vacas y enterrados en
una fosa común sin nombre en el
cementerio de Vega de Varlcarce.
Ángela en la cárcel de mujeres de Amorebieta
Tras la ejecución pública de
su madre, Angela Losada fue puesta en libertad para vivir una vida muy dura y
huérfana de quienes se la habían dado. A partir de entonces residió en
Sobrado, en la misma casa incendiada que hubo de restaurar después de arder
durante el tiroteo. ¡Cuánta memoria silenciada hubo de soportar hasta que fue
posible expresar tantísimos años de mordaza! Gracias a la documentación
aportada por Santiago Macías para su valioso y pormenorizado libro, en el
interior de la carpeta de la causa 140/49 del Archivo Intermedio de la Región
Militar Noroeste (AIRMN), el investigador encontró varias
fotografías de los hijos de Alpidia García, cuyas copias guardó Ángela como el
más valioso y único de los recuerdos perdurables de la casa familiar.
Ángela Losada
García, después de perder primero con solo diez años a su padre, asesinado
durante la guerra, y después a su madre por haberse comprometido activamente en
la lucha contra el franquismo hasta diez años después de finalizado el
conflicto, mantuvo hasta el fin de sus días las ideas y sentimientos que defendieron sus progenitores: “No puedo entender cómo los obreros pueden votar a las
derechas, y más con esta crisis, ¡si la hicieron ellos!-decía la anciana hija
de Maruxa y José Losada hace unos
años-. La derecha no se conforma con cualquier cosa, lo quieren todo, y nunca
van a ayudar a las izquierdas a gobernar. Yo estaría dispuesta a dar parte de
mi pensión si con eso saliéramos de la crisis. Los jóvenes lo tienen complicado,
pero tienen que tener paciencia y no cambiar la chaqueta, estoy segura de que
van a venir tiempos mejores.”
Hay
un poema, cuya autoría desconozco, que dice lo que sigue en sus últimos versos
y acaso alguien haya tenido la oportunidad de leer como homenaje el pasado
sábado, en el acto de despedida de Ángela:
Gloria
y larga vida al maquis
suenan
por la ancha sierra.
¡Mientras
quede corazón
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