lunes, 2 de marzo de 2020

CRISIS EN EL PENSAMIENTO TRADICIONAL ESPA­ÑOL II/II


El proceso de deterioro que implica toda crisis, en el plano estrictamente social y humanístico es tan grave como en el polí­tico y el ideológico. Se advierte sobre todo en la educación, y de con­suno en las relaciones humanas.



Jaime Richart

En todo caso vivimos tiempos de una crisis que abarca práctica­mente a todo cuanto es susceptible de la crisis. Y parece irrever­si­ble. España es como Sísifo. Como sabéis, Sísifo, dentro de la mi­tología griega enfadó a los dioses por su extraordinaria astucia. Como cas­tigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpe­tuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, y al caer rodando hasta el valle debía empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así in­definidamente. España, en ese recodo que le co­rresponde en la His­toria, parece condenada a subir y bajar desde la pérdida his­tórica de las Colonias. Y siempre al borde del estado de excepción.

Siempre desconectada del Continente, suele ser para Europa y para el resto del mundo un tubo de ensayo sociológico de alcance. En el plano político, cuarenta años atenazado el pensamiento glo­bal del país por una disciplina férrea aplicada al pensar y al sentir, es mucho tiempo como para no producir unas consecuencias crí­ti­cas en el pen­sar y en el sentir una vez ha cesado la tenaza, hasta el desconcierto general...

Si, como sucede en materia de arte, pasado el tiempo y puesto que nada hay nuevo bajo el sol el artista vuelve a rebuscar algo que re­cuerde o se parezca a lo que fue y el estilo resultante se reconoce por el prefijo “neo”, habida cuenta el ocaso de las ideo­logías y la palpa­ble crisis de la sociedad española, parte de  ésta vuelve la vista atrás y trata de traer el neofascismo, que entre no­sotros es neofran­quismo. Y entiendo que la mutación climática, debida al factor hu­mano o a un simple cambio de ciclo, da lo mismo, va a ser deter­minante en el desarrollo de los aconteci­mientos...

Esto por un lado. Pero por otro lado yo veo en conexión con lo dicho, este otro aspecto: la reinserción política, el principal obje­tivo de la pérdida de libertad decretada por todo Estado para el delin­cuente. Pues una parte de España, la que está representada en el he­miciclo por prácticamente la mitad de la población elec­toral, des­pués de cuatro décadas sin libertad ha pasado a experi­mentar el síndrome de Estocolmo; ese trastorno psicólogico que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta del secues­trador e identificarse progre­sivamente con sus ideas. El secuestra­dor en este caso es el dictador desaparecido y su legado: el fran­quismo. Pero en lugar de reinser­tarse en el sistema democrático europeo de la apertura a los criterios que comparten los estados miembros de la Unión Europea (que sería lo “normal” aunque sólo sea porque po­lítica y económicamente Es­paña pertenece a él), esa porción de es­pañoles reniega de la Unión, quiere darle la espalda y sigue más o menos abiertamente la senda de los princi­pios del Movimiento del dictator. Siendo así que la única reinser­ción posible de España en lo políticamente correcto, sólo puede producirse sometiéndose a las disposiciones de los órganos de la Unión, principalmente de la Jus­ticia. ¡Ah¡ la justicia. ¿No véis lo que le cuesta a la justicia española distinguir entre lo justo y lo in­justo conforme al pensamiento euro­peo? El conflicto catalán es una prueba. No es extraño, pues la jus­ticia española es la principal super­estructura social que padece el síndrome dicho en ósmosis con los que teniéndose por constitucio­nalistas en realidad son reaccionarios o involucionistas y quieren mantener tal cual la Constitución, pero para convertirla en la “Ley Fundamental” fran­quista...

Pero el proceso de deterioro que implica toda crisis, en el plano estrictamente social y humanístico es tan grave como en el polí­tico y el ideológico. Se advierte sobre todo en la educación, y de con­suno en las relaciones humanas. De una educación severa, em­pa­pada en una religiosidad forzada y en espartanismo militarista du­rante esas cuatro décadas, al transformarse la cáscara del Es­tado se pasó repen­tinamente a una educación liberal de tal natu­raleza que arrastró con­sigo a una imagen deformada de lo que es, o debe ser, la relación entre el padre y la madre con los hijos, y de lo que es o debiera ser la relación de la pareja, casi repentinamente alterada por la “libera­ción” total de la mujer respecto al hombre. Todo lo que ha dado lugar a un estado de cosas que entra de lleno en la paradoja: ahora podría decirse que las mujeres son los nue­vos hombres, los niños son los nuevos adultos y los hombres son los nuevos niños. De lo que re­sulta, a su vez, que la figura de la hembra se ha crecido frente a la figura del macho, el hijo se ha crecido frente al padre y a la madre, y la figura del hombre y del padre se han empequeñe­cido.

En todo caso, que en España el pensamiento tradicional está  en crisis lo prueban además otras cosas y abarca a muchos aspectos: desde el vacilante modo de considerar la moral tanto pública como privada que da lugar al vacilante modo de interpretar la deontología de cada profesión liberal: abogacía, medicina, perio­dismo, etc, pa­sando por lo incierto ahora de lo que fueron los “usos bancarios” y lo incierto ahora de lo que fue “serio” en la actividad comercial, si­guiendo el vacilante modo de manejar tri­bunales y juzgadores la epi­queia (la interpretación de la ley a tra­vés de su espíritu y no de la literalidad), hasta el vacilante modo de expresar el sustantivo y el adjetivo del género gramatical en la interlocución y comunica­ción de la vida pública en el que se em­peña un sector femenino de rompe y rasga.

Por esas incertidumbress y por el bien de toda la colectividad, al pensamiento tradicional en España en crisis urge una revisión a fondo de los módulos y claves del pensamiento a secas. Y esa re­vi­sión, visto el estado de cosas general, sólo puede abrirse paso por caminos muy abiertos a la tolerancia. Pero, por otro lado, urge mo­deración y paciencia al pensamiento nuevo, ése que se empeña en imponerse a marchas forzadas principalmente en materia de liber­tad sexual sin límites y de un feminismo atroz desestabilizan­tes. En todo caso, venimos de unos estereotipos morales que no sirven, que se quieren reemplazar por otros que van directamente al polo opuesto. Por lo que, visto que el socialismo ha fracasado, que la socialdemo­cracia que lo reemplazó es débil, que no hay indicios que nos permi­tan abrigar la esperanza acariciada desde 1978, de reinstaurar la Re­pública, de suprimir aforamientos, pri­vilegios y desigualdades sin cuento, creo que debemos empezar a conformar­nos con un cambio hondo de mentalidad. Por un lado tenemos la tesis monárquica del establishment. Por otro lado, la tesis fran­quista que intenta abrirse paso, con posibilidades de éxito. Y por otro lado la antítesis de un maximalismo opuesto pero a duras pe­nas en lo social del feminismo y no en lo político. Es necesario alcanzar cuanto antes la síntesis. Y la síntesis sólo puede estar, por el momento, en el convencimiento de los tres po­deres del Estado de que, para salvar muchos vacíos, aparte el com­promiso adquirido al unirse España a la Unión Euro­pea, es pre­ciso el cumplimiento riguroso de sus directivas, y asumir de buen grado las resoluciones de los órganos y tribunales de justicia competentes europeos, en lugar de enfrentarse a ellos. A esto llamo “reinserción” cuando hablo de la necesidad de que España entre al fin en el marco de la civilidad democrática del siglo en que vivimos, aun sabiendo nosotros, los rebeldes, los heterodoxos y los marxistas que entre las democracias burguesas y el comunismo desbocado chino están llevando al mundo a su ruina...


                  DdA, XVI/4423               

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