viernes, 28 de febrero de 2020

POEMAS PARA JULIA, VIUDA DE JUAN ANTONIO CABEZAS

Hace unos días falleció en Asturias Julia Rosa García González (1917), viuda del periodista y escritor Juan Antonio Cabezas, al que conocí hace muchos años cuando escribía en el diario ABC su columna Madrid al día. Condenado a muerte y después encarcelado tras la victoria de Franco en la Guerra de España, Cabezas fue compañero de redacción en el diario socialista Avance de Javier Bueno, de quien siempre tuvo un grato recuerdo. Fue autor de buen número de magníficas biografías: 
  • Clarín, el provinciano universal, Madrid, 1936.
  • Concepción Arenal, o el sentido romántico de la justicia, Madrid, 1942;
  • Rubén Darío, un poeta y una vida, Madrid, 1944 (premio «Fastenrath» 1945, de la Real Academia Española);
  • Madrid. Biografía de una ciudad, Barcelona, 1954;
  • Asturias. Biografía de una región, Madrid, 1956;
  • Lope de Vega, su vida, sus obras, su época, Madrid, 1962;
  • Miguel de Cervantes, autor del Quijote, Plasencia, 1962;
  • Diccionario de Madrid, Madrid, 1968 (Premio «Madrid» 1969, del Ayuntamiento de Madrid);
  • Asturias, catorce meses de Guerra Civil, Madrid, Edic. G. del Toro, 1975;
  • Jovellanos, Madrid, 1985;
  • Cervantes en Madrid, Madrid, 1991


Su nieta Elvira, a quien le mando mi sincero sentimiento de pesar, firmó este emotivo obituario en el diario La Nueva España:




Elvira Bobes Cabezas

Abuelota, querida abuela Julia:
Ya estamos tristes. Tristes porque ya no te mueves, no respiras. Eso parece porque aún no lo creemos. Pero ya estamos tristes. Ya toca rezarte y repensarte. Ya toca agradecerte y bendecirte. Porque el mundo fue tuyo. Tuyo como lo es el de los niños. Anoche te velábamos, mirábamos tu cuerpo pequeñito con las bocas cosidas, con los ojos mojados. Ya estábamos tristes. 
Alguna vez anticipé mentalmente este momento y pensé que, estando ya tristes, no sabríamos qué hacer ni qué decirte. Estaba convencida de que ninguna palabra, de que ningún silencio estarían a la altura. Pero luego lo supe -quizá me lo dijiste en silencio al oído- y entonces encontré las palabras: ¡sus poemas! Ese fajo de cartas que guardabas en tu cajón, entre la ropa. Ese pequeño paquetito de poemas que han estado en casa, dormidos, desde que tú los leyeras la última vez. Alguna vez fuimos indiscretas, te preguntamos por ellos y tú callabas, elegante. Con una sonrisa pícara y tierna nos decías que eran tuyos. Eran los poemas que te escribió el abuelo Juan Antonio. Desde la cárcel, desde el campo de concentración, desde su despacho. Nosotras nos habíamos jurado no leerlos. Nos juramos no romper vuestro secreto, no entrometernos impertinentemente en vuestras cuitas de amor manuscritas con pluma y con fervor por el abuelo. Pero tú hoy necesitas oración. Y no encontramos mejor forma de rezarte que prestarle a tu Juan nuestra voz mientras descansas. 
Podríamos recitar mil padrenuestros, dos mil avemarías, pero sabemos que no hay rezo mejor para arrullarte que las secretas palabras del abuelo. Te prometo que no las escuchamos, que las hemos borrado de la mente al pronunciarlas para que vuestro secreto siga intacto. Sólo las despertamos en voz alta para que ahora te lleguen, para que te acompañen, para que te digan todo lo que tenemos enmudecido alrededor del nudo en la garganta. Porque ya estamos tristes. Porque queremos que lo que ahora te llegue de nosotras sea alegre. Porque el mundo fue tuyo, como es el de los niños. Porque no puedo resumirte, abuela, no cabes en ninguna parte. La guerra en Asturias, los años difíciles, la boda en la cárcel, parecería que todo eso hubiera sido diseñado para que tú lo sobrevolaras serenamente enseñándonos que el mundo era feroz y alegremente tuyo. Vuestro. Tu vida fue un decirnos: “mirad, así se hace”. 
Ya estamos tristes, Julina, abuela. Ya estamos tristes. Tú seguirás alegre, oyendo nuestra oración desde otro tiempo, sonriendo a los versos del abuelo que, como siempre, te llevan en volandas. Tranquila: vuestro secreto sigue a salvo. Descuida: tu recuerdo es hermoso y largamente alegre. Y, donde estás ahora, mirando a la montaña con tu joven poeta, no te faltarán flores.


DdA, XVI/4420

No hay comentarios:

Publicar un comentario