viernes, 28 de febrero de 2020

GONZÁLEZ Y AZNAR, LOS DE LAS PUERTAS GIRATORIAS, HABLAN DE PERFOMANCE Y PACTOS DE LEALTAD


Félix Población

Recuerda mi muy leído Marius Carol, director del diario La Vanguardia,  lo que el expresidente Leopoldo Calvo Sotelo el Breve decía de los expresidentes: que lo bueno que tienen es que son pocos y se apoyan, porque disfrutan del único cargo vitalicio que se conserva hasta el último día. Son en este sentido algo así como los reyes que mueren con la corona puesta, sin que ni dios les haga abdicar, acaso por creerse dioses.

A Felipe González lo llamaban dios en su partido y se lo tiene muy creído desde entonces. Hace unos días calificó la mesa del diálogo abierta con la cuestión catalana de perfomance, y dijo que no hay espacio ni para la amnistía ni para la autodeterminación. Y que si lo hubiera, él estaría en contra.

A su lado se encontraba Aznar el de las Azores, que presidió el Gobierno de España durante dos legislaturas y pasará a la historia por sus mentiras sobre la gran masacre de los trenes de Atocha en la que perecieron dos centenares de conciudadanos. Don José María se limitó a ser apocalíptico y a sentenciar con su verborrea fatua y jactanciosa que se ha roto el pacto de lealtad constitucional, habiendo sido Aznar en sus orígenes  anticonstitucional militante.

Lo que no escuché a ninguno de los dos dioses fue una salida a lo que la cerrazón nacionalista de unos y otros, en La Moncloa y en el palacio de la Generalitat, nos ha llevado hasta donde estamos, y que ayer mismo otro ex presidente, Rodríguez Zapatero, dijo tener claro: no hay alternativa mejor que la que se está dando.

Siempre que escucho lecciones tan poco aleccionadoras como las de González y Aznar, recuerdo que el primero -con casi catorce años en el cargo- fue quien estableció la pensión vitalicia de por vida para los expresidentes, algo de lo que disfruta con su sucesor y ronda los dos millones de euros. Ambos añaden a esas rentas las derivadas de las puertas giratorias, algo que me parecen de obligada recordación cada vez que uno y otro se ponen endiosadamente estupendos, según acostumbran.


               DdA, XVI/4420          

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