Muy recomendable por la profundidad y singularidad de criterio del protagonista la lectura de la larga entrevista que El Salto publica con el escritor Pablo Batalla Cueto, a quien hemos mencionado aquí por su magnífico libro La virtud de la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (Ed. Trea Ensayos). De entre todas las respuestas a las preguntas que le hace Pablo Sánchez Piñeiro quiero destacar la que Batalla da al proceso de recalentamiento, de derretimiento y evaporación que, al igual que el clima, sufre según su criterio el alma humana:
Lo traigo a colación justamente a través de Ruskin. Él era crítico de arte y decía que la pintura de paisajes tenía que tener a la vez una “verdad de la impresión” y una “verdad de la forma”, tenía que reflejar un paisaje exterior y un paisaje interior, la montaña que uno ve y la sensaciones que eso le genera en su interior. Eso lo conecto con unas fotografías de los glaciares que Ruskin visitó —y Turner pintó— que hace ahora Emma Stibbon y que muestran cómo se han derretido casi completamente. Empezaron a derretirse en 1850 y hay quien dice que Ruskin ya debió de advertirlo. Esas fotos de glaciares vacíos también reflejan la verdad exterior e interior de nuestro tiempo. Nuestras almas cada vez están más vacías en muchos sentidos. Un sentido posible es que no hay universales. El relativismo de nuestro tiempo: todo fluye, nada importa... No hay grandes principios rectores que nos hermanen, sino que cada uno tiene su verdad.
En cuanto a lo del recalentamiento, una relación posible es que nos atraen cada vez más las estéticas salvajistas. Pensemos, por ejemplo, en algo aparentemente muy inocente: hace veinte años los faros de los coches eran puramente funcionales, cuadrados, de formas rectas, pero cada vez se han ido pareciendo más a los ojos de una bestia salvaje, estirándose y haciéndose puntiagudos. Hay una fascinación por estéticas salvajes de la que también pueden ser expresión los deportes extremos o incluso los reality shows, que al final son una competición salvaje por ganar. Nos fascinan las estéticas salvajes como fascinaban también a los artistas previos al fascismo hace cien años: aquellos cuadros de leones devorando antílopes y demás, que tenían que ver con el Nietzsche que ensalzaba a los matadores de dragones. En una sociedad adocenada y tranquila, la gente estaba cansada de la paz y demandaba una idea de salvajismo, de fuerza, de virilidad. Todas estas cosas tienen que ver ahora también con el auge del posfascismo.
DdA, XVI/4388
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