Xuan Cándano (San Esteban de Bocamar, Asturias, 1959) es un
veterano periodista que trabajó en todo tipo de medios (prensa escrita,
radio, agencias, televisión y digitales) y en varios lugares, como
Madrid y San Sebastián, pero sobre todo en su tierra asturiana. Allí
fundó y dirigió durante una década ATLÁNTICA XXII, una revista de
referencia entre los medios críticos de calidad que aparecieron en
España en los últimos años. Trabaja en el Centro Territorial de TVE. Es
autor del libro "El pacto de Santoña", sobre la rendición de los
nacionalistas vascos a las tropas italianas aliadas de Franco durante la
guerra civil española.
Recientemente -el pasado viernes, según informamos en este DdA- Cándano
pronunció una conferencia (con el título Diario secreto de un
periodista. Periodismo y democracia) en El Manglar, en Oviedo.
Reproducimos a continuación la última parte de su intervención -según adelantamos ayer- en la
que nuestro estimado colega da su opinión sobre la situación del periodismo, tras citar
previamente sus experiencias profesionales:
Si el periodismo está en crisis, la de sus empresas, pero sobre todo la de la credibilidad de los periodistas, es porque ha pasado en estos años de ser un contrapoder a ser un poder más, en imprescindible complicidad con el político y el económico.
Y ese retroceso, general en la sociedad, compartido con el resto de las profesiones y gremios, es responsabilidad de los dueños de las empresas de comunicación, con intereses de todo tipo más allá de lo mediático, pero también de los periodistas, por una clara dejación de funciones.
Algunas de las causas del retroceso están relacionadas con la pérdida de valores esenciales tras el triunfo de la contrareforma neoliberal y el ascenso del conservadurismo, el individualismo y la insolidaridad. Se han resentido la independencia- de cualquier grupo de presión o interés, empezando por las propias empresas que te pagan-, el espíritu crítico y hasta la curiosidad, consustanciales al periodismo. No es de entender que parezcan mayoría los periodistas complacientes, los que no quieren meterse en líos y solo aspiran al ascenso profesional por la vía de la obediencia. Ejercer el periodismo consiste en meterse en todos los charcos, como titulé una vez un polémico artículo al respecto. Esto consiste en molestar, sobre todo a los poderosos, en hacerse siempre preguntas y en exponerlas a tus interlocutores, cuanto más incómodas mejor.
La crisis del periodismo también obedece a factores externos, al margen de los intereses de las grandes empresas mediáticas que forman un inmenso lobby conservador globalizado, entre cuyos objetivos está evitar cualquier cambio o avance social o político progresista. Algo que estamos comprobando una vez más ahora mismo, cuando accede al gobierno la primera coalición de izquierdas desde la restauración democrática. Uno de esos factores es el intrusismo, una auténtica lacra que ha devastado a la profesión. Aquí cualquiera puede ser periodista y llegar incluso a los más altos cargos de dirección. Solo se exige fidelidad, no formación ni capacidad, ni mucho menos el título que miles de licenciados condenados al paro obtienen en las Facultades de Ciencias de la Información. Con todos mis respetos, personales y profesionales, no parece de recibo que en la empresa pública en la que estoy en plantilla, por ejemplo, haya jornadas donde mi trabajo lo deciden entre un director, que es un técnico, una presentadora, que no es periodista, y una auxiliar administrativa del departamento de producción.
Sería hipocresía obviar en este repaso la corrupción en el periodismo, a la que no somos ajenos precisamente los periodistas. Lo refleja bien en su libro “El director” David Jiménez. Basten un par de ejemplos. El periodismo moderno ha suprimido esa brecha, esa frontera inviolable que nos enseñaban en la Facultad, pero que también muestra el sentido común, que antes separaba a la información de la publicidad. Escuchar en una emisora de radio a unos informadores cantar desaforadamente “como me gusta el Banco Santander” es demoledor para la credibilidad del periodismo, aunque no para los ingresos de los propagandistas. Y que las Asociaciones de la Prensa y los Colegios Profesionales de Periodistas se callen ante esos espectáculos, ya admitidos con normalidad en todo tipo de medios, indica la degradación moral y deontológica a la que se ha llegado.
Tampoco se puede mirar hacia otro lado en una práctica muy extendida, de la que los periodistas informamos a menudo, sin citar que también se da en nuestra profesión: las puertas giratorias. En periodismo son aquellas que te permiten pasar de la redacción de un medio en el que informabas sobre determinadas actividades a ocupar un puesto de trabajo en ellas, ya sea un banco, un partido político o un club deportivo, pasando por instituciones y empresas de todo tipo. Generalmente de jefe de prensa o responsable de comunicación. Es muy significativo que cada vez haya más periodistas en esos departamentos, dedicados a ocultar información o a facilitar solo la que interesa a empresas o instituciones, cuando no a descaradas campañas propagandísticas. Es como si contrataran a médicos para matar pacientes.
Es cierto que la situación laboral en el periodismo es penosa ya desde hace muchos años y que los jóvenes padecen una verdadera explotación, con jornadas de trabajo interminables, sueldos paupérrimos y escandalosa precariedad. En el caso de los que trabajan, porque el paro es altísimo. En ello influye decisivamente el intrusismo, pero también esta reseñada pérdida de valores en el periodismo. No me parece que tengamos un periodismo falto de calidad, de independencia y de espíritu critico por las pésimas condiciones laborales de los periodistas, sino al revés. Creo que eso que en algunos casos incluso se puede denominar esclavismo laboral es la consecuencia de la dejación de funciones en la profesión desde hace muchos años.
A pesar de todo ello no soy pesimista o no quiero serlo. En Asturias, en España y en todo el mundo hay excelentes periodistas, de gran formación, calidad y valentía. También medios, incluyendo a algunos de los convencionales en manos de grandes empresas. En los últimos tiempos han surgido nuevas cabeceras, sobre todo digitales, y esperanzadoras iniciativas puestas en marcha por los propios periodistas. En muchos casos no solo han triunfado haciéndose un hueco en el mercado, sino que compiten y sacan los colores a los grandes medios, obligados a seguir sus informaciones y exclusivas. En Atlántica XXII lo pudimos comprobar. Falta dar otro paso y que esas iniciativas se conviertan en empresas rentables y ambiciosas, para lo que se echan en falta jóvenes editores salidos de la Universidad. “Otro periodismo es posible” no es solo un buen titular para periodistas pasionales y combativos. Es una realidad que ya disfrutan muchos ciudadanos que demandan esa información decente consustancial a la sociedad democrática.
Leído y eliminado en las redes
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DdA, XVI/4376
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