Mi estimado Pedro Luis Angosto, autor de un reciente libro de obligada lectura sobre el olvidado periodista republicano y director del diario El País Roberto Castrovido (1864-1941), firma hoy un artículo en el diario Nueva Tribuna bajo el título ETA, la democracia y la derecha española, del que me parece interesante resaltar lo que sigue, si bien creo que Angosto concede a Bildu excesivo protagonismo en la desaparición de la organización terrorista, con la que acabó -sobre todo- la política antiterrorista llevada a cabo por el gobierno de Rodríguez Zapatero, tan difamada por la derecha:
ETA fue una herencia envenenada del franquismo, una más que sumar a
la de los policías antidemocráticos, los jueces de parte o los oligarcas
que jamás se comprometieron con una democracia plena y se reservaron
para el futuro las ganancias obtenidas al calor de la dictadura. ETA fue
una locura sangrienta que no nos merecíamos y que condicionó nuestro
devenir a golpe de asesinatos y de intolerancia. La actual Constitución
obliga a que las penas privativas de libertad se orienten necesariamente
a la reeducación y reinserción social del penado y según esa norma -una
de las más avanzadas del mundo- son tratados los etarras condenados. Un
etarra que haya cumplido su pena puede reinsertarse en la sociedad,
así lo dice nuestro ordenamiento, pero lo que no puede hacer en ningún
caso es devolver la vida a quien ha matado ni tener un papel decisivo en
la vida pública porque ha perdido toda autoridad moral para ello. No se
mata, nunca, en ningún caso. Ningún ser humano, ningún Estado está
legitimado para matar a nadie por graves que hayan sido sus delitos. Eso
es barbarie.
Sin embargo, ETA desapareció hace años y hace años que la sangre no
nos salpica un día sí y otro también, que no nos despertamos con el
sobresalto angustioso de un nuevo asesinato. Y eso es algo que parece no
gustar a un sector de las derechas con asiento en el Congreso de los diputados
que constantemente aluden a la organización terrorista como si todavía
estuviésemos bajo su régimen sanguinario. No comparto nada con Bildu, pero ese partido no es ETA por una sencilla razón, porque no matan. Acusar al Gobierno
recién nacido de complicidades con la banda terrorista, además de ser
un dislate porque fue ese partido quien acabó con la organización en
tiempos de Rubalcaba, es propio de gentes de una
catadura moral tan baja como su vocación democrática. Utilizar el
terrorismo, que ha golpeado a casi todas las fuerzas políticas que están
en el Parlamento, como instrumento para captar apoyos
de sectores propicios a los mensajes tremendistas es hacer un flaco
favor a España y a la democracia. Aún así, aún sabiendo que están
jugando con fuego, ese será uno de los lemas con que nos torturarán
durante los próximos meses, sabedores además de que nadie en este país
ha sido ajeno a la barbarie de los pistoleros que tanto han condicionado
para mal nuestro porvenir. Habría sido maravilloso tener una derecha
sin raíces franquistas, una derecha abierta, generosa y refractaria a
esparcir el odio y el resentimiento. Todavía la estamos esperando.
DdA, XVI/4373
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