Pablo Álvarez
Una fría noche de diciembre de hace más de dos mil años, José y María, un joven matrimonio español, carpintero él, ama de casa ella, ambos con sus ocho apellidos españoles, decidieron ir a Belén, una pequeña aldea castellana, para registrar el nacimiento de su futuro hijo, tal y como había ordenado el emperador Francisco Franco. Fieles a sus principios, muy alejados del camelo climático, cogieron su todoterreno y emprendieron el viaje.
A su llegada a Belén, María y José buscaron
un lugar donde alojarse, pero todos los alojamientos estaban ocupados
por inmigrantes subvencionados que, gracias a la dictadura progre,
habían llegado al lugar a quitarle el trabajo a los españoles de bien.
Finalmente, un patriota les dejó un establo en el que poder pasar la
noche.
María, embarazada de nueve meses, mientras José se tomaba
una cervecita, remendó unos calzoncillos, barrió los suelos y, con un
poco de paja, preparó una cama para su esposo. Cuando la mujer acabó
estas tareas, José se vistió de luces y, estoque en ristre, mató para la
cena a una mula y a un buey que había en el establo.
Después de
fregar los platos y lavar la ropa, ya con todas las tareas hechas, María
obtuvo el permiso del bueno de José para dar a luz.
Había nacido Cristo Rey, el hijo de Dios que salvaría a España de radicales, independentista s y filoetarras.
Esa misma noche, José colocó una enorme rojigualda, justo encima de la cuna donde descansaba su pequeño patriota.
Muy lejos de allí, en el oriente de Murcia, tres reputados videntes
falangistas, Melchor, Gaspar y Santiago, sintieron la llamada de la
patria y supieron que el caudillo redentor había nacido. Así que,
montaron en su flamante Dodge 3700 GT y, siguiendo el rastro de la
bandera, se plantaron en Belén quemando rueda.
Cuando llegaron a su
destino, se acercaron hasta el pesebre para llevarle a Cristo Rey un
carnet de socio del Madrid, un disco de Bertín Osborne y un biberón de
Soberano.
Horas después, ante la amenaza del molt honorable
Herodes, un cacique catalán que había amenazado con adoctrinar a todo
español recién nacido, tuvieron que abandonar Belén a toda hostia. Pero
ésta es otra historia, que ya os contarán en La Razón y el ABC.
DdA, XV/4362
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