Así opinaba la escritora feminista sobre el clero y
las órdenes religiosas, meses antes de ser asesinada por su madre a los 19 años de edad.
Félix Población
Desde el mes de octubre de 2014 la Biblioteca
Nacional de España (BNE) ofrece a sus lectores la obra digital de Hildegart,
cuyo nombre real era Carmen Rodríguez Carballeira (1914-1933), una de las
personalidades sin duda más singulares de la historia del feminismo en España.
Fue concebida y educada por su madre como modelo de la nueva mujer
autosuficiente.
Se dice que Hildegart escribía a los tres años y que a los ocho hablaba seis idiomas. Licenciada en Derecho a los 17, fue militante del Partido Socialista primero y del Partido Federal después. Denunció el tráfico de influencias y la impudicia en las élites del primero de los partidos, criticando que se convirtiera en un organismo viejo y burocratizado que al apartarse del marxismo no representaba a la clase obrera y sus ansias transformadoras: “Los que no somos profesionales de la política y no necesitamos, por ende, el encasillamiento de un partido, porque tenemos actividades profesionales que ocupan y absorben nuestro tiempo; los que no somos profesionales del arribismo gubernamental, porque podemos vivir independientemente, podemos permitirnos el lujo de proporcionarnos la más grande satisfacción de nuestra vida: decir la verdad, lo mismo a los de arriba que a los de abajo”.
En 1932, su nombre empezaba a gozar de cierto
reconocimiento internacional, pero -como quiero recordar aquí- su corta vida
acabaría violentamente poco después, al ser asesinada en el mes de junio del
año siguiente por su propia madre por alejarse de la imagen que esta había
querido modelar según el patrón que tenía establecido. Aurora Rodríguez Carballeira
le disparó a la joven de 19 años tres tiros en la cabeza y uno en el corazón
mientras Carmen dormía. El suceso tuvo una extraordinaria e impactante
repercusión mediática. "Como el escultor descontento de su obra, hace
pedazos el molde", tituló el diario Heraldo de Madrid a toda página, con portadas en todas
las grandes cabeceras.
Feminista a ultranza, Hildegart mantuvo una
posición muy avanzada en la época sobre conceptos tales como la educación
sexual, el control de la natalidad, la esterilización y el divorcio, y además
conocía perfectamente lo que se estaba haciendo sobre estos temas en otros
países. Opinaba que la eugenesia, “nexo entre el medio, la herencia y la
educación”, es la clave para conseguir una sociedad más justa e igualitaria,
como lo manifiesta en su obra El problema eugénico: puntos de vista de una
mujer moderna. Sus otros escritos fueron de los más avanzados en el
feminismo español: La rebeldía sexual de la juventud, La educación sexual,
La revolución sexual, La limitación de la prole, Sexo y amor, Malthusismo y
neomalthusismo, El control de la natalidad, Cómo se curan y cómo se evitan las
enfermedades venéreas, etc.
Su preparación y formación, además del
conocimiento de idiomas, le facilitó mantener contacto epistolar con grandes
intelectuales de su tiempo, de la talla del novelista y filósofo británico H.
G. Wells o el sexólogo y activista británico Havelock Ellis, además de con el
escritor y pensador español Gregorio Marañón, de quien se confesaba deudora en
muchos de sus escritos y con el que fundó la Liga para la Reforma Sexual
Española, un movimiento en pro de la emancipación femenina. Obviamente, también
en el ámbito sexual, con los mismos derechos que el varón a gozar de su
sexualidad, si bien la severa vigilancia de su madre se lo impidiera, pues para
Aurora el amor era el peor enemigo de la mujer, así como “el placer animal de
la carne”. Havelock Ellis llamó por eso a Hildegart “la virgen roja”. Quizá un
primer amor fue el motivo por el que Hildegart acabó siendo asesinada por su
madre.
La vida de la joven no puede entenderse sin conocer la historia de su madre, que concibió la idea de educar excepcionalmente a su hija con el fin de convertirla en el paradigma y enseña del sexo femenino. Para ello ejerció un férreo control sobre todos los actos de Hildegart desde temprana edad, convirtiéndose en su sombra, y fue precisamente ese deseo de emancipación por parte de Hildegart lo que precipitó el crimen. He ahí la gran paradoja de alguien que creía en la independencia de la mujer y sin embargo no soportó que su propia hija se independizara de ella. Aurora reclamaba el derecho de matar a su hija como lo más natural del mundo, ya que ella y solo ella la había creado. Juzgada y condenada, acabaría sus días en el manicomio madrileño de Ciempozuelos con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide. Allí fue donde el psiquiatra asturiano Guillermo Rendueles descubrió en 1987 su historial clínico, sobre el que publicó un artículo muy interesante (¿Olvidar a Aurora-Hildegart?). Aurora Rodríguez falleció en 1956 a la edad de 76 años. “Su ingreso en el manicomio de Ciempozuelos en 1936 –escribe Rendueles- hace que la Guerra Civil sepulte su micro drama en la amnesia colectiva”. Desde ese centro, situado en territorio precozmente franquista, Aurora enviará cartas al general Franco pidiendo su libertad, identificándose con los valores de las tropas sublevadas.
Sobre la corta biografía de Hildegart Rodríguez se
hizo una no muy lograda versión cinematográfica bajo la dirección de Fernando
Fernán Gómez, "Mi hija Hildegart", que se estrenó en el Festival de
San Sebastián de 1977 el primero de la etapa democrática en el que también se
dio a conocer Novecento, de Bertolucci. El film se basa en el libro Aurora de sangre. Vida y muerte de
Hildegart, escrito por el periodista Eduardo de Guzmán. La historia de madre e
hija, redactada por Guzmán y su compañero Ezequiel Endériz, apareció primero
publicada por capítulos en el diario anarquista La Tierra, entre el 22 de julio y el 10 de septiembre de 1933. El
primero entrevistará también en exclusiva a Aurora Rodríguez un mes y medio
después del crimen y cubrirá para su periódico la información del proceso
judicial. En el texto, por encima de la crónica negra, el autor nos desvela
todo un entramado metafórico sobre la relaciones de dominio, autoridad y poder.
El entierro de Hildegart en Madrid fue
multitudinario, como correspondía al gran impacto social que tuvo su muerte. La
comitiva discurrió, desde la sede del Círculo Federal en la calle Echegaray -en
donde estuvo la capilla ardiente-, por la Carrera de San Jerónimo hasta el
Cementerio Civil. Uno de los obituarios más sentidos que se pudieron leer en
los periódicos fue el de Federica Montseny, a quien Hildegart admiraba,
publicado en la Revista Blanca: “Hay
demasiada emoción en mí. Demasiada tristeza para que estas líneas no sean un
grito de protesta rabiosa contra el destino, si el destino de esta niña
desgraciada, genial y buena había de ser tan horrenda muerte; muerte infligida
por el mismo ser que le dio la vida. Contemplo este rostro de rasgos regulares,
de belleza personal, equilibrada, sana y tranquila. Junto a este rostro captado
por la máquina (fotográfica) en plena salud del cuerpo y del alma, juvenil y
risueño, veo el semblante de Hildegart, muerta, agujereado por los tres
orificios redondos de las balas, inmóvil, con la boca entreabierta, y también
sereno, pues pasó de la vida a la muerte sin despertar de un sueño”. Ya en el
cementerio, el escritor y abogado Eduardo Barriobero pronunció un emotivo
discurso de despedida. Según la crónica del diario La Libertad, la sepultura de Carmen Rodríguez Carballeira quedó
ubicada entre la del escritor republicano anticlerical José Nakens, el
histórico director del semanario El Motín,
y la escritora feminista Carmen de Burgos (Colombine).
Se podrían tener en cuenta, para glosar la
personalidad de Hildegart, muchas de sus opiniones acerca de lo que dejó
escrito sobre distintas materias, pero creo de interés resaltar las que
encontré con respecto al clero y las propiedades de la iglesia católica en el
semanario anticlerical Fray Lazo, cuya corta vida no llegó a dos
años, entre 1931 y 1932. Esta revista solía incluir en portada encuestas acerca
de asuntos religiosos, a las que contestaban las más reconocidas personalidades
de aquel primer bienio de la segunda República, con Manuel Azaña al frente del
gobierno republicano-socialista que promulgó una serie de decretos y leyes que
hicieron efectiva la aconfesionalidad del Estado y le permitieron asumir
funciones administrativas y sociales hasta entonces encomendadas a la iglesia
católica. A partir del número 36, fechado el 13 de septiembre de 1932, el
director Fray Lazo, Augusto Vivero (fusilado por la dictadura franquista en 1939,
planteó tres preguntas, a las que en ese número respondieron Hildegart
Rodríguez y el sindicalista Ángel Pestaña. Las cuestiones a contestar tenían
una clara decantación ideológica, de acuerdo con la línea del semanario y la
actualidad política constituyente de esos meses:
1.- ¿Por qué son incompatibles las órdenes
religiosas con una sociedad moderna? 2.- ¿Por qué es justo que el Estado se
incaute de los bienes de las órdenes religiosas? 3.- ¿Qué aplicación debe darse
a los bienes procedentes de las órdenes religiosas?
Hildegart, cuya imagen aparece en portada meses
antes de su muerte, es especialmente crítica, posiblemente por influencia
también de su madre, que quedó embarazada a los 35 años de edad como
consecuencia de su relación con un sacerdote de la Marina cuando ambos residían
en Ferrol, previa evaluación de varios candidatos, “pues soltera, culta y
adinerada estaba dominada por el delirio eugenésico, muy en boga entonces”. Sabedora
de que su amante ocasional no reclamaría la paternidad, se mudó a Madrid.
"- Las órdenes religiosas son incompatibles
con una sociedad moderna -responde Hildegart- porque no son más que
agrupaciones de pervertidos sexuales, que se unen para satisfacer sus instintos
sádicos o masoquistas, y la sociedad moderna tiende a la exaltación de los
sexos en toda su normalidad, que es decir en toda su belleza".
- "Porque la sociedad moderna requiere el esfuerzo
activo de todos sus miembros y no puede mantener parásitos sociales, que, como
las sanguijuelas, pretenden vivir a costa del organismo colectivo".
- "Porque la sociedad moderna exige, en suma:
limpieza, trabajo, desinterés y normalidad sexual, y ninguna de estas cosas
pueden ofrecer las órdenes religiosas que se cobijan bajo el símbolo de Jesús
de Galilea, que, si llegó a existir, no fue más que un pobre homosexual,
atacado de teo-megalomanía".
*Artículo publicado hoy también en elsaltodiario.com
DdA, XV/4354
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