lunes, 23 de diciembre de 2019

GIJÓN: DOS DÍAS DE OCTUBRE DE 1937



Félix Población

Esa calle gijonesa es una de las más largas de la ciudad, si es la calle Ezcurdia la que transitan los soldados de las Brigadas Navarras en la fotografía, cuya autoría ignoro. Ocurre el 21 de octubre de 1937, fecha de la ocupación de Gijón por parte de las tropas sublevadas, última plaza del frente norte en poder de la República. Llegan con el otoño y el día parece ciertamente otoñal, húmedo y lluvioso. Incluso se advierte algo de neblina sobre los edificios del fondo. De los dos soldados que miran en primer plano al fotógrafo, uno lleva al hombro una gran bandera rojigualda -posiblemente calada por la lluvia-,  con algo impreso que resulta ilegible. En algunos balcones hay sábanas blancas colgadas en señal de rendición. No se observa a ningún vecino asomado a las ventanas ni tampoco aparece en la instantánea gente en las aceras, presenciando el paso de la comitiva militar, pero las sábanas blancas quedan bien patentes.

Integran las tropas de la Brigadas Navarras, bajo el mando del general Solchaga, soldados del aparato militar ultra conservador del Partido Carlista (requetés), voluntarios fascistas italianos y algunos oficiales e la Legión Cóndor nazi, que encuentran en la pequeña ciudad asturiana su primer territorio de conquista, años antes de que prodigasen esas mismas entradas en otras ciudades de Europa. Desde unos días antes, como consecuencia de los bombardeos de esa misma aviación sobre los depósitos de Campsa cuando ya todo estaba decidido, las noches gijonesas permanecieron iluminadas por la fantasmagórica proyección de las grandes llamaradas y las nubes de humo negro, como un adelanto  de la escenografía de barbarie que se viviría en el continente con el  bombardeo indiscriminado de la ciudades  durante la segunda Guerra Mundial.


A la actual Plaza del Carmen se la llamó durante la segunda República Plaza de Galán, en honor al capitán Fermín Galán, que junto a su compañero José García Hernández quiso adelantar la proclamación de la República con la sublevación de Jaca, siendo fusilados ambos por las monarquía el 14 de diciembre de 1930, episodio que aceleró sin duda el fin del nefasto reinado de Alfonso XIII. La fotografía corresponde al 22 de octubre de 1937, segundo día de la ocupación.  A las nuevas autoridades facciosas aún no les ha dado tiempo de eliminar el rótulo modernista del periódico de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) que aparece en lo alto de uno de los edificios. En la nota descriptiva que figura al dorso de la imagen, el documentalista que la redacta, sin duda adscrito a la burocracia del nuevo régimen en ciernes, califica de "suntuosa" la sede del sindicato.  

El periódico anarquista se vino publicando diariamente en la ciudad desde el 1 de enero hasta el 5 de octubre de 1937, según la colección de la hemeroteca que se conserva en la biblioteca virtual del Principado de Asturias. Era el órgano del comité regional de la CNT de Asturias, León y Palencia, y calificaba el año 1937, en uno de los titulares de portada del primer número, como el año de la victoria: "Al comenzar el año de la victoria -así se llama a 1937- la jornada ha sido tranquila en todos los frentes". También los redactores del diario saludan en esa misma portada, en una pequeña nota, a toda la prensa antifascista y a los compañeros del diario Avance, el otro periódico que por entonces se publicaba en Gijón, dirigido por Javier Bueno Bueno, y que había conocido dos épocas previas en Oviedo, antes de la revolución de Asturias de 1934,  y en los días anteriores al golpe militar del 18 de julio de 1936. La traición a la República del coronel Aranda obligó al periódico Avance a editarse, a partir tambien de enero de 1937, en los talleres del diario El Comercio de Gijón, hasta el día anterior a la ocupación.

En el breve editorial de la publicación anarcosindicalista que abre la edición se reincide en los propósitos que animan la lucha de la CNT desde el inicio de la guerra: "Nuestra posición y nuestros afanes quedan sintéticamente recogidos en estas aleccionadoras palabras: Ganar la guerra y organizar la revolución. A tal postulado nos entregaremos ciegamente. Nada ni nadie nos hará volver la espalda o torcer el camino,. Tenemos una obligación ineludible: aplastar al fascismo. Y un deber inexcusable: delinear, en sus principio fundamentales, lo que ha de ser la sociedad futura. Cuanto se salaga de esas lindes lo rechazaremos con energía. Lo moralmente pequeño no reza para nosotros. Quien tuviera pretensiones de "enano" cuando los trabajadores mueren en las trincheras, hariáse indigno ante la conciencia del pueblo en armas".

En la imagen de la plaza volvemos a ver las sábanas blancas colgadas de algunos balcones. Junto al edificio del sindicato con su cúpula en esquina aparecen varios vehículos estacionados y también se observan restos de escombros en la calzada. En el centro de la fotografía se puede distinguir por su vestuario a un grupo de militares detenidos y también se ven algunos grupos de civiles. Estamos en vísperas de que una gran represión se lleve a cabo en Asturias, dos años después de la que siguió al llamado Octubre Rojo. Tanto entonces como en esta ocasión, el mismo general africanista estará al frente de los mandos militares para llevar a cabo el operativo, como si se tratara de una segunda edición de la vesania que presidió las sucesivas guerras coloniales en el norte de África decenios atrás y que las tropas facciosas no han dejado de perpetrar en su avance conquistador. El general se llama Francisco Franco, al frente del Estado Mayor Central del Ejército en 1934, junto al general Goded, y en 1937 como jefe del naciente estado dictatorial. Se trata, en efecto,  del mismo  comandantín que se casara en la iglesia de San Juan de Oviedo con una joven de la burguesía ovetense.

Curiosamente, el número de víctimas republicanas ejecutadas e identificadas hasta la fecha en Gijón, desde la entrada de las tropas facciosas, coincide con el año de la última revolución proletaria de Europa: 1934. Todos sus nombres componen el monumento del libro de la memoria que se puede leer en el cementerio de El Sucu, escenario de muchos de aquellos fusilamientos. Allí están sus nombres, como lo estaban en el cementerio de La Almudena de Madrid los de los fusilados ante sus tapias hasta que el nuevo Ayuntamiento de la derecha radicalizada a impulsos de Vox dispuso anular esa memoria.

La cruel realidad del Sucu gijonés está por cumplirse el 22 de octubre de 1937, pero ese día y los siguientes se respirará el miedo de su inminencia  entre la población más progresista de la ciudad recién ocupada. Con toda seguridad, eso es algo que ha de pasar en algún momento por la cabeza de los civiles que pasean por la Plaza de Galán esa mañana, porque en la memoria colectiva de la región está aún muy fresco el recuerdo de la represión brutal con la que se sofocó el Octubre Rojo en Asturias. No muy lejos de esa plaza, siguiendo la calle Corrida por donde un día de paz, ocio, fiesta y paseo viera  a la que sería su compañera muchos años después, las represalias de entonces formarán parte de la inquietud que agita el ánimo de un joven soldado republicano recién llegado de las trincheras. Semanas atrás regresó inerme y derrotado del frente de Santander al hogar familiar, un modesto piso de alquiler en el centro de la villa. Desde allí había salido quince meses antes para defender, como le correpondía, al gobierno legalmente constituido después de unas elecciones democráticas. Ahora era él el rebelde en la ciudad vencida.

Meses antes, sus padres descartaron la expatriación que habían solicitado para abandonar el país por el puerto del Musel, ante el avance de las tropas facciosas. Prefirieron esperar el destino al que debería enfrentarse el soldado ante el avance de esas tropas por el norte del país, confiados ellos acaso en que por su edad avanzada y su simple militancia sindical no iban a tener mayores problemas. Para el joven soldado, ya en casa, sí era imprescindible buscar ante todo el aval de alguien vinculado con los sublevados que respondiera por él ante las nuevas autoridades.  Lo consiguió de un buen amigo, integrante de Falange, si bien a costa de volver al frente para pelear en contra de quienes hasta entonces habían sido sus compañeros. Eso no evitó que al término de la guerra su primer compromiso en defensa de la República y su efímera militancia comunista, suscrita en el propio frente, le costara el destierro y la imposibilidad de ascender profesionalmente como ferroviario durante una década, retardando así seis años al menos su matrimonio y la formación de una familia.  

Como a tantos hijos de aquella generación, a mi me hubiera gustado que mi padre no hubiese sido el de después de aquella infausta guerra, en la que asistió a los estragos que causa en toda persona de bien la violencia de los combates, las peleas a muerte entre seres humanos y los arrebatos de odio que llevan a la más ignominiosa barbarie. También hubiera descartado al padre de aquella negra posguerra bajo la tortura de la miseria y el miedo. Como a tantos hijos de aquella generación, me hubiera gustado ser el hijo de un padre de antes de la guerra, de aquellos que no habían visto todavía quebrada su juventud por la más atroz de las iniquidades. Es muy posible que de haber sido así, mayores hubieran sido el horizonte y los afanes vitales con los que crecí, tocados siempre por la sombra de escepticismo que asomaba al rictus de la risa paterna. 

No obstante, a pesar de lo que supuso de desengaño para él haber vivido una juventud rota, guardaré al padre que tuve el mayor respeto y gratitud por todo aquello que fue capaz de darme, entre lo que quizá esté lo que le quitaron, lo que nunca me contó y yo debí suponer cuando me enseñaba de niño, al afeitarse, la cicatriz de la metralla que había quedado marcada en su cuello .

                        DdA, XV/4363                    

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