viernes, 6 de diciembre de 2019

¿FUE EL EXILIO EL ÚLTIMO AFÁN DE MIGUEL DE UNAMUNO?*


En el film de Amenábar Mientras dure la guerra, que tiene por asunto los meses previos al enfrentamiento de Miguel de Unamuno con el general Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, no entran los de arresto domiciliario que le costó a don Miguel ese lance. ¿Apeteció don Miguel el exilio, antes de su repentina muerte, para dar más voz a su Venceréis, pero no convenceréis?


Félix Población


De la imagen que publicó en su día el diario La Vanguardia solo sabemos que corresponde al día en que Salamanca celebró la caída de Gijón. La fotografía tiene que estar fechada, por lo tanto, después del 21 de octubre de 1937, cuando con la ocupación de aquella ciudad cayó Asturias, última de las regiones del norte que se resistieron al avance de las tropas sublevadas. Eso trajo consigo que en cementerio de El Sucu de Gijón haya desde 2010 un monumento en recuerdo de los 1934 republicanos fusilados entre 1937 y 1951, de los que 52 eran mujeres, con lugares en blanco a la espera de ser documentados con nuevos nombres.

Mientras se celebraba esa manifestación en Salamanca, con la masiva y abigarrada concurrencia saludando brazo en alto al modo fascista, tanto en Gijón como en la provincia leonesa -donde apenas hubo resistencia a los sublevados- se iban contabilizando las primeras víctimas mortales de la dictadura naciente (algo más de un millar en el segundo caso, en su mayoría ejecutados extrajudicialmente). El desfile fascista tuvo lugar en la Plaza Mayor, por delante del Ayuntamiento de Salamanca, cuyo último alcalde republicano, Casto Prieto Carrasco, ya había sido asesinado en una cuneta en julio de 1936. Diez meses antes de que se publicara esa fotografía, había fallecido súbitamente en la ciudad del Tormes, el 31 de diciembre, su amigo el escritor Miguel de Unamuno, del que apenas se dio una breve noticia en la última página del diario El Adelanto. El titular de la gacetilla, en el que se incluye una imagen de ex rector de la Universidad de Salamanca, afirmaba que la muerte sucedió de modo repentino, mientras don Miguel dialogaba con un visitante. A continuación se añade un breve currículum del difunto. La noticia dice así: 

"En las primeras horas de la noche de ayer, circuló por nuestra ciudad el rumor del fallecimiento del ex-Rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno y Jugo. Momentos después, comprobamos la noticia con todo género de detalles. El señor Unamuno, aunque  algo delicado desde hace bastante tiempo, venía haciendo una vida normal. Ayer se levantó a las diez y media, pasó la mañana leyéndole narraciones infantiles a su nieto Miguelín. A las cuatro y cuarto de la tarde, el señor Unamuno recibió la visita de un amigo, con el que estaba charlando en su despacho cuando sintió un desvanecimiento repentino. Momentos más tarde expiraba, rodeado de sus familiares".


No hubo días después más referencias que comprobaran la información "con todo género de detalles". El 2 de enero únicamente encontramos en el citado periódico un artículo en portada de Ernesto Giménez Caballero, bajo el titular En la muerte de Miguel de Unamuno, que el escritor fascista encabeza de este modo: "Ha muerto don Miguel de Unamuno en Salamanca, en el último instante del año 1936. Tal instante simbólico y la manera suave y súbita de morir me pareció dar a esta muerte como un sentido algo así como si respondiese a una llamada misteriosa y divina. Murió sin agonizar. Sin lucha. Sin tormento. Él, que era un constante atormentado. Murió en paz. Él, que siempre vivió en guerra. Por eso también Dios le otorgó otro de sus más vehementes sueños: “Dentro de la guerra, en su seno mismo hay que buscar la paz; paz en la guerra misma. Eterna, se la ha concedido el Señor en el momento que más la necesitaba su temperamento romántico de batallador".

Giménez Caballero, después de valorar el sentimiento hogareño del difunto, su amor a la familia, su vida de estudio y trabajo, su despego quijotesco por las glorias materiales y sus auténticas contriciones religiosas ante Cristo crucificado, termina su artículo elogiando el servicio de don Miguel al nombre espiritual de España en el mundo, por lo que insta "a levantar la mano ante su tumba de férreo combatiente, exclamando: Don Miguel de Unamuno, ahora que lo mejor de tu alma está PRESENTE en España: ¿Descansa en paz!".


El 6 de enero se publica un breve aviso de la Junta de Capilla de la Universidad de Salamanca en el que se anuncian para las diez de la mañana del 7 de enero "unos solemnes funerales por el alma de su fundador, el excelentísimo Don Miguel de Unamuno, ex Rector de esta Universidad. La junta de Capilla invita a este acto a todos los señores claustrales, doctores y público en general". Al acto asistirán los hijos del fallecido, Fernando, Pablo y Rafael y el rector Esteban Madruga, entre otros.

La concisión de esas informaciones sobre el fallecimiento de una de las figuras más descollantes de la cultura española de su tiempo, solo se entiende si se repara en el precedente con el que el mismo periódico no informó de la noticia históricamente más trascendental del evento celebrado en el paraninfo de la Universidad con motivo de la celebración del Día de la Raza (12 de octubre). Con haber sido detallada y taquigráficamente transcritos los discursos del catedrático de Historia José María Ramos Lacertales, del dominico Vicente Beltrán de Heredia, del catedrático de Literatura Francisco Maldonado de Guevara y del escritor José María Pemán, a los que don Miguel dio uso de la palabra, no hay la más mínima alusión a la repentizada intervención de Unamuno, sobre cuyo mensaje esencial -más o menos revestido de literatura por el escritor exiliado Luis Portillo, luego utilizado por reputados historiadores-  no tienen ninguna duda los biógrafos de don Miguel, Colette y Jean Claude Rabaté, autores de Miguel de Unamuno 1864-1936. Convencer hasta la muerte. 

Los dos primeros ponentes se refirieron al descubrimiento de América y a los ideales evangelizadores de la civilización cristiana. Francisco Maldonado, en cambio, atacó directa y ferozmente en su intervención a la "España roja", "la anti-España", como un reducto de "primitivismo y barbarie" sumido en la anarquía, y criticó a los pueblos catalán y vasco, "industriales y disidentes, y por lo tanto imperialistas", a lo que trató de "explotadores del nombre y el hombre españoles": "A costa de los demás españoles, han estado viviendo hasta ahora en medio de este mundo necesitado y miserable de una postguerra, en un paraíso de fiscalidad y altos salarios". (En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil, libro también del matrimonio Rabaté).

EL DISCURSO DEL PARANINFO NO TUVO ECO

Nada leemos en El Adelanto de la histórica intervención de  don Miguel, con relación a este fragmento, pero sí hay una nota de redacción a pie de página en la que se dice: "Claro está que el disertante se refiere únicamente a los catalanes y vascos que en estos momentos mantienen las armas contra la causa de España. Quede aquí expresa esta aclaración para satisfacer a los buenos catalanes y vascos que pueden sentirse heridos por la falta de una discriminación tan saludable como necesaria". Lo curioso es que esa misma nota se puede leer también en el otro periódico salmantino, La Gaceta Regional, por lo que cabe suponer que "un único redactor-jefe" tenía dominio sobre ambos periódicos en la persona de la autoridad militar pertinente, por supuesto. Tampoco hubo posibilidad de que la retransmisión hecha por la emisora Inter Radio para Valladolid y otras ciudades recogiera la intervención del Rector, pues además de no conservarse ninguna grabación (¿aparecerá algún día alguna?), el micrófono estaba en la tribuna de oradores y no en la mesa presidencial desde la que intervino don Miguel, según Póllux Hernúñez.   

Acerca de su contenido, el matrimonio Rabaté cita las frases y palabras anotadas por don Miguel en el sobre de una carta que le dirigió la esposa del pastor protestante Atilano Coco pidiendo su mediación antes de que fuera fusilado por los facciosos. Esos apuntes son muy representativos  del pensamiento dialéctico del escritor vasco y proporcionan indicios suficientes para que,  no siendo literalmente el que recrea Portillo, sí recogiera lo fundamental de esa intervención, de la que lo más destacable es el binomio "vencer y convencer" que la caracteriza. El mismo Unamuno se referiría a ello en El resentimiento trágico de la vida y en una carta a Quintín de la Torre, fechada el 7 de diciembre de 1936: "Por haber dicho que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, el fascismo español ha hecho que el gobierno de Burgos que me restituyó a mi rectoría... ¡vitalicia! con elogios, me haya destituido de ella sin haberme oído antes ni dándome explicaciones".

En esa primera parte de su discurso, da la réplica don Miguel al de Francisco Maldonado, según recoge Portillo en estos términos: 
"Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis".

Al llegar aquí intervino el general Millán Astray, golpeando el extremo de la mesa presidencial en la que se hallaba y pidiendo la palabra. Fue en ese momento cuando prorrumpió en gritar tres veces al modo castrense el nombre de "¡España!", coreado por la asistencia con las tres réplicas consabidas: "¡Una!, ¡Grande! y ¡Libre!". Se escuchó también el grito "¡Viva la muerte!", aunque lo probable  -según los Rabaté- es que el general voceara "¡Mueran los intelectuales traidores". Unamuno se refirió solo al primero para continuar así: 



"Acabo de oír el necrófilo e insensato grito “¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida!”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada.
Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho".

 

Inevitablemente, cada vez que descubro una fotografía de aquella Salamanca franquista y represaliada como la publicada en el diario La Vanguardia que ha dado pie a este artículo, reconsidero tanto el desasosiego como la angustia, el temor, el desconsuelo, la tristeza o  la desesperación vividos por Unamuno en su “celda de la calle Bordadores”, como las extrañas  circunstancias en las que se produjo su fallecimiento, y de las que en alguna ocasión -hace ya bastantes años- tuve una versión distinta de la que se dio por oficial: "Los médicos dirían que había muerto, a los 72 años, de una congestión cerebral, producida por las emanaciones de anhídrido carbónico del brasero doméstico. Se le enterró con celeridad al día siguiente, 1 de enero de 1937, en el cementerio municipal, entre gritos falangistas". Fue conducido hasta el cementerio a hombros de falangistas, con cinco escuadras que le rindieron honores en el camposanto, pero la Falange había impuesto que sólo cuando la comitiva llegara al parque de San Francisco se hicieran con el féretro. Después de haber repetido en los últimos meses de su vida que no estaba ni con los fascistas ni con los bolcheviques, don Miguel acabó siendo enterrado y homenajeado por los primeros.

LAS DOS ÚLTIMAS VISITAS

El día de su muerte, Unamuno recibió al parecer dos visitas. La primera fue la de Diego Martín Veloz, un reconocido cacique provincial cuya presencia en la casa del escritor es, como mínimo, más que cuestionable. Se trataba de alguien profesaba a Unamuno un “cordial desprecio”, en palabras de José Delfín Val; tanto que a un “asno suyo lo llamaba Unamuno” (otros dicen que había dado ese nombre a su caballo, con el que se paseaba por la Plaza Mayor). Sobre Martín Veloz tiene escrito Javier Infante un interesante artículo (Sables y Naipes: Diego Martín Veloz (1875-1938). De cómo un matón de casino se convirtió en caudillo real, en el que, además de incidir en su personalidad como cacique represor "asolando con sus hordas falangistas los humildes hogares del campo salmantino" -según testimonio de la viuda del diputado socialista asesinado José Andrés Manso-, se señala su carácter bronco y su afición a las cartas y a las meretrices, así como su amistad con los generales Primo de Rivera y Queipo de Llano. Con estas referencias cabe preguntarse qué tipo de relación podía justificar la visita del tal Diego Martín a Unamuno en su arresto domiciliario, coincidente con la tarde del fallecimiento de don Miguel.

Sí se ha hablado más de la segunda de las visitas recibidas por el escritor, la del falangista Bartolomé Aragón Gómez, que el dramaturgo Pollux Hernúñez -basándose en la biografía de don Miguel- teatralizó en Unamuno, tragedia en veinte cuadros (Ed. Diputación de Salamanca, 2011), con un clímax culminante cuando el diálogo giró acerca del futuro de España y su salvación divina: “¡No! Eso no puede ser, Aragón. Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque tiene que salvarse. ¡España no puede perderse!”, leemos, y más adelante, tras esta última frase, don Miguel golpeó la mesa camilla, con furia, y el corazón dejó de latir. Una vez que Bartolomé Aragón cae en la cuenta de que ya no hay aliento en el viejo literato, sale del caserón como alma que lleva el diablo gritando: "Yo no lo he matado, yo no lo he matado". Si se repara en la reiteración de la frase y el verbo utilizado, no parecen los más propios para una muerte natural, pero sí podrían ser los que quizá no extrañasen en aquella ciudad militarizada. 

El falangista Aragón había sido alumno de Unamuno  y su testimonio quedó impreso en el prólogo de Cuando Miguel de Unamuno murió, fechado el 16 de enero de 1937. Se trata de un libro de José María Ramos Loscertales, publicado con suma celeridad a finales de ese mes. "Tanta rapidez en la redacción del prólogo y la publicación del libro -escriben Colette y Jean-Claude Rabaté- atestiguan el propósito de Ramos Loscertales de salir al paso de “los rumores insistentes sobre el envenenamiento de Unamuno que circulaban por la ciudad, difundidos por una emisora republicana", coincidente con la versión que me dio hace muchos años una anciana profesora salmantina de familia represaliada.



El reputado periodista Luis Calvo contaba a menudo una anécdota sobre don Miguel que siempre consideré interesante para pensar que su muerte repentina le pudo ser de mucha utilidad a las tropas rebeldes y a la causa del general Franco. Si se valora su discurso en el paraninfo de la Universidad de Salamanca y la actitud crítica que supuso contra quienes hasta ese momento contaban con su apoyo, se entiende que los generales felones, además de destituirlo como rector vitalicio de la institución académica y como concejal del Ayuntamiento de Salamanca, temieran su palabra y lo sometieran a ese preventivo arresto domiciliario, con la consiguiente vigilancia de las relaciones o visitas que don Miguel podría recibir y mantener a partir de entonces, por aquello de lo que hoy llamaríamos consecuencias mediáticas.

Cuenta Calvo que en el portal del domicilio del escritor había siempre un falangista de guardia (otros autores hablan de hasta tres). El periodista, luego director del diario ABC -al que tuve la oportunidad de conocer mucho años más tarde aludiendo a esta cuestión-, le informó en una entrevista a Manuel Vicent que un día consiguió romper la barrera de esa vigilancia y se encontró con don Miguel dando puñetazos en la mesa, fuera de sí. Soltaba imprecaciones contra los falangistas que lo tenían amordazado y le escuchó gritar que una noche se iba a ir a pie por una carretera de segundo orden que él conocía muy bien hasta Portugal y desde allí embarcaría a América para decirle a todo el mundo que los nacionales estaban fusilando en Salamanca a muchos de sus colegas y que cometían más animaladas que los rojos. Colette y Jean Claude Rabaté, autores de Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta morir,  aportan en esta reciente edición un borrador escrito por el propio don Miguel, después de escuchar por la radio el 30 de noviembre el discurso en Burgos de un obispo que se refería la relación del escritor con la masonería (fue presidente de la Liga de Derechos del hombre). El borrador  solo dice: "...que vengan a asesinarme".

Es de señalar que diez días antes de su fallecimiento, el 21 de diciembre el escritor Eugenio Montes, a quien entrevistaé en sus últimos años, acompañó a Miguel de Unamuno hasta el taller de marmolería del cementerio de Salamanca, en donde encargó una lápida similar a la de su esposa Concha y con el epitafio que hoy figura sobre la misma: “Méteme, Padre Eterno, / en tu pecho, misterioso hogar/, dormiré allí, /pues vengo deshecho del duro bregar”.
Cabe imaginar la repercusión que ese planteado exilio unamuniano desfaciendo entuertos -al modo de su bien amado Alonso Quijano el Bueno-, mar Océano adelante, podría haber tenido a escala internacional para dar fe de las barbaridades perpetradas por quienes habían tenido en principio su respaldo y que, además de haber asesinado a Federico García Lorca -a quien don Miguel apreciaba desde que lo conoció en 1916, cuando el poeta hizo un viaje estudiantil-, habían acabado también con la vida de algunos de  sus amigos, sin que se comprenda su actitud no haciendo nada a favor del alcalde de Salamanca y diputado Casto Prieto Carrasco o el pastor protestante Atilano Coco. Tampoco por su discípulo el rector de la Universidad de Granada Salvador Vila,  ejecutado en aquella ciudad y enterrado como García Lorca en el barranco de Víznar. "Y ahora debo decirle que por mucho que hayan sido las atrocidades de los llamados rojos -dice don Miguel en una carta a Juan Carretero, director de ABC de Sevilla-, de los hunos, son mayores las de los blancos. Asesinatos sin justificación. A dos catedráticos a uno en Valladolid y a otro en Granada por si eran...masones. Y a García Lorca. Da asco ser ahora español desterrado en España".



En relación con esa posibilidad de un hipotético exilio  podría relacionarse también la misiva que el arrestado dirige a un tal Santiago Concha, de quien el matrimonio Rabaté no da más referencia, pero que en la carta consta como José Manuel de Santiago Concha, marqués de San Miguel de Híjar, que lo es igualmente de Casa Tremañes, un noble que se dispone a exiliarse, o al menos así lo creen los autores del libro por extraño que parezca. El contenido viene a ser un aval para que, en nombre de don Miguel, ayuden al mencionado “en la empresa que ha tomado a su cargo para dar a conocer en el extranjero nuestros valores y lograr algún apoyo para nuestro enderezamiento y que salgamos de la situación en que desgraciadamente nos encontramos”. La carta no tiene fecha, pero es posterior con seguridad al 12 de octubre, según Colette y Jean-Claude Rabaté, y tiene su interés por que en el reverso del borrador se puede leer un veredicto así de contundente acerca del régimen político que se dibuja en el provenir: “Me temo que bajo la dictadura de Franco lo que menos se permita sea la franqueza. Lo que dominará será la molienda.

¿Qué sentido pudo tener la visita a Unamuno la tarde de su muerte de ese personaje goliárdico llamado Diego Martín Veloz, a quien Jon Juristi llama matón de casino en su biografía sobre don Miguel, conocido tanto por sus voraces apetito gastronómicos y sexuales como por su presencia en los burdeles y garitos de la región (Paul Preston). ¿Qué satisfacción o bienestar le podía procurar a don Miguel en su arresto domiciliario la presencia y la charla al pie del brasero del tal don Diego, entre cuyas amistades contaba con la de los generales Primo de Rivera y Queipo de Llano, y que se caracterizaba por capitanear una de las cuadrillas represoras más temidas de la provincia, aunque haya quien diga que también defendió de la persecución a algunos republicanos? Resulta un tanto paradójico que Unamuno se sintiera bien acompañado por quien gozó del aprecio del dictador que desterró al escritor a Fuerteventura cuando quien será dictador durante casi cuarenta años le mantenía arrestado en su casa. Cuando menos parece un tanto extraña esa relación, dadas esta circunstancia y la aversión de su visitante al escritor desde que este se opuso a la construcción de un cuartel en el viejo Palacio de Anaya en 1919.

Cuatro meses después de la muerte de Unamuno se produjo el terrible bombardeo faccioso llevado a cabo por la Legión Cóndor sobre Guernica, localidad natal de Concha Lizárraga, la muy querida esposa del escritor y novia desde la adolescencia. Estoy convencido que si ese bombardeo se hubiera producido en vida y durante el arresto domiciliario de don Miguel, este habría intentado al menos lo que le escuchó decir el periodista Luis Calvo.

"La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo -escribió Ortega Gasset a la muerte de don Miguel en el diario La Nación de Buenos Aires-. Al cesar para siempre, temo que padezca España una era de atroz silencio". ¿Fue la de Unamuno una “voz cesada”?  

*Artículo publicado también en el número de diciembre de la revista El viejo topo.

                        DdA, XV/4358                   

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