En el film de
Amenábar Mientras dure la guerra, que
tiene por asunto los meses previos al enfrentamiento de Miguel de Unamuno con
el general Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, no
entran los de arresto domiciliario que le costó a don Miguel ese lance. ¿Apeteció
don Miguel el exilio, antes de su repentina muerte, para dar más voz a su Venceréis, pero no convenceréis?
De la imagen que publicó en su día el
diario La Vanguardia solo sabemos que corresponde al día en que Salamanca celebró la caída de Gijón. La fotografía tiene que estar fechada, por lo tanto,
después del 21 de octubre de 1937, cuando con la ocupación de aquella ciudad
cayó Asturias, última de las regiones del norte que se resistieron al avance de
las tropas sublevadas. Eso trajo consigo que en cementerio de El Sucu de Gijón
haya desde 2010 un monumento en recuerdo de los 1934 republicanos fusilados
entre 1937 y 1951, de los que 52 eran mujeres, con lugares en blanco a la
espera de ser documentados con nuevos nombres.
Mientras se
celebraba esa manifestación en Salamanca, con la masiva y abigarrada
concurrencia saludando brazo en alto al modo fascista, tanto en Gijón como en
la provincia leonesa -donde apenas hubo resistencia a los sublevados- se iban
contabilizando las primeras víctimas mortales de la dictadura naciente (algo
más de un millar en el segundo caso, en su mayoría ejecutados
extrajudicialmente). El desfile fascista tuvo lugar en la Plaza Mayor, por
delante del Ayuntamiento de Salamanca, cuyo último alcalde republicano, Casto
Prieto Carrasco, ya había sido asesinado en una cuneta en julio de 1936. Diez
meses antes de que se publicara esa fotografía, había fallecido súbitamente en
la ciudad del Tormes, el 31 de diciembre, su amigo el escritor Miguel de
Unamuno, del que apenas se dio una breve noticia en la última página del diario
El Adelanto. El titular de la gacetilla, en el que se incluye una imagen
de ex rector de la Universidad de Salamanca, afirmaba que la muerte sucedió de
modo repentino, mientras don Miguel dialogaba con un visitante. A continuación
se añade un breve currículum del difunto. La noticia dice así:
"En las
primeras horas de la noche de ayer, circuló por nuestra ciudad el rumor del
fallecimiento del ex-Rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de
Unamuno y Jugo. Momentos después, comprobamos la noticia con todo género de
detalles. El señor Unamuno, aunque algo
delicado desde hace bastante tiempo, venía haciendo una vida normal. Ayer se
levantó a las diez y media, pasó la mañana leyéndole narraciones infantiles a
su nieto Miguelín. A las cuatro y cuarto de la tarde, el señor Unamuno recibió
la visita de un amigo, con el que estaba charlando en su despacho cuando sintió
un desvanecimiento repentino. Momentos más tarde expiraba, rodeado de sus
familiares".
No hubo días
después más referencias que comprobaran la información "con todo género de
detalles". El 2 de enero únicamente encontramos en el citado periódico un
artículo en portada de Ernesto Giménez Caballero, bajo el titular En la
muerte de Miguel de Unamuno, que el escritor fascista encabeza de este
modo: "Ha muerto don Miguel de Unamuno en Salamanca, en el último instante
del año 1936. Tal instante simbólico y la manera suave y súbita de morir me
pareció dar a esta muerte como un sentido algo así como si respondiese a una
llamada misteriosa y divina. Murió sin agonizar. Sin lucha. Sin tormento. Él,
que era un constante atormentado. Murió en paz. Él, que siempre vivió en
guerra. Por eso también Dios le otorgó otro de sus más vehementes sueños:
“Dentro de la guerra, en su seno mismo hay que buscar la paz; paz en la guerra
misma. Eterna, se la ha concedido el Señor en el momento que más la necesitaba
su temperamento romántico de batallador".
Giménez Caballero,
después de valorar el sentimiento hogareño del difunto, su amor a la familia,
su vida de estudio y trabajo, su despego quijotesco por las glorias materiales
y sus auténticas contriciones religiosas ante Cristo crucificado, termina su
artículo elogiando el servicio de don Miguel al nombre espiritual de España en
el mundo, por lo que insta "a levantar la mano ante su tumba de férreo
combatiente, exclamando: Don Miguel de Unamuno, ahora que lo mejor de tu alma está
PRESENTE en España: ¿Descansa en paz!".
El 6 de enero se
publica un breve aviso de la Junta de Capilla de la Universidad de Salamanca en
el que se anuncian para las diez de la mañana del 7 de enero "unos solemnes
funerales por el alma de su fundador, el excelentísimo Don Miguel de Unamuno,
ex Rector de esta Universidad. La junta de Capilla invita a este acto a todos
los señores claustrales, doctores y público en general". Al acto asistirán
los hijos del fallecido, Fernando, Pablo y Rafael y el rector Esteban Madruga,
entre otros.
La concisión de
esas informaciones sobre el fallecimiento de una de las figuras más
descollantes de la cultura española de su tiempo, solo se entiende si se repara
en el precedente con el que el mismo periódico no informó de la noticia
históricamente más trascendental del evento celebrado en el paraninfo de la
Universidad con motivo de la celebración del Día de la Raza (12 de octubre).
Con haber sido detallada y taquigráficamente transcritos los discursos del
catedrático de Historia José María Ramos Lacertales, del dominico Vicente
Beltrán de Heredia, del catedrático de Literatura Francisco Maldonado de
Guevara y del escritor José María Pemán, a los que don Miguel dio uso de la
palabra, no hay la más mínima alusión a la repentizada intervención de Unamuno,
sobre cuyo mensaje esencial -más o menos revestido de literatura por el
escritor exiliado Luis Portillo, luego utilizado por reputados
historiadores- no tienen ninguna duda los biógrafos de don Miguel,
Colette y Jean Claude Rabaté, autores de Miguel de Unamuno 1864-1936.
Convencer hasta la muerte.
Los dos primeros
ponentes se refirieron al descubrimiento de América y a los ideales
evangelizadores de la civilización cristiana. Francisco Maldonado, en cambio,
atacó directa y ferozmente en su intervención a la "España roja",
"la anti-España", como un reducto de "primitivismo y
barbarie" sumido en la anarquía, y criticó a los pueblos catalán y vasco,
"industriales y disidentes, y por lo tanto imperialistas", a lo que
trató de "explotadores del nombre y el hombre españoles": "A
costa de los demás españoles, han estado viviendo hasta ahora en medio de este
mundo necesitado y miserable de una postguerra, en un paraíso de fiscalidad y
altos salarios". (En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil, libro
también del matrimonio Rabaté).
EL DISCURSO DEL
PARANINFO NO TUVO ECO
Nada leemos en El
Adelanto de la histórica intervención de don Miguel, con relación a
este fragmento, pero sí hay una nota de redacción a pie de página en la que se
dice: "Claro está que el disertante se refiere únicamente a los catalanes
y vascos que en estos momentos mantienen las armas contra la causa de España.
Quede aquí expresa esta aclaración para satisfacer a los buenos catalanes y
vascos que pueden sentirse heridos por la falta de una discriminación tan
saludable como necesaria". Lo curioso es que esa misma nota se puede leer
también en el otro periódico salmantino, La Gaceta Regional, por lo que
cabe suponer que "un único redactor-jefe" tenía dominio sobre ambos
periódicos en la persona de la autoridad militar pertinente, por supuesto.
Tampoco hubo posibilidad de que la retransmisión hecha por la emisora Inter
Radio para Valladolid y otras ciudades recogiera la intervención del Rector,
pues además de no conservarse ninguna grabación (¿aparecerá algún día alguna?),
el micrófono estaba en la tribuna de oradores y no en la mesa presidencial
desde la que intervino don Miguel, según Póllux Hernúñez.
Acerca de su
contenido, el matrimonio Rabaté cita las frases y palabras anotadas por don
Miguel en el sobre de una carta que le dirigió la esposa del pastor protestante
Atilano Coco pidiendo su mediación antes de que fuera fusilado por los
facciosos. Esos apuntes son muy representativos del pensamiento
dialéctico del escritor vasco y proporcionan indicios suficientes para
que, no siendo literalmente el que recrea Portillo, sí recogiera lo
fundamental de esa intervención, de la que lo más destacable es el binomio
"vencer y convencer" que la caracteriza. El mismo Unamuno se
referiría a ello en El resentimiento trágico de la vida y en una carta a
Quintín de la Torre, fechada el 7 de diciembre de 1936: "Por haber dicho
que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, el fascismo español ha
hecho que el gobierno de Burgos que me restituyó a mi rectoría... ¡vitalicia!
con elogios, me haya destituido de ella sin haberme oído antes ni dándome
explicaciones".
En esa primera
parte de su discurso, da la réplica don Miguel al de Francisco Maldonado, según
recoge Portillo en estos términos:
"Estáis
esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer
en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio
puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al
discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra
entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la
civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es
sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre
todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré
de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y
catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos
decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en
Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis
conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando
la lengua española, que no sabéis".
Al llegar aquí
intervino el general Millán Astray, golpeando el extremo de la mesa
presidencial en la que se hallaba y pidiendo la palabra. Fue en ese momento
cuando prorrumpió en gritar tres veces al modo castrense el nombre de
"¡España!", coreado por la asistencia con las tres réplicas
consabidas: "¡Una!, ¡Grande! y ¡Libre!". Se escuchó también el grito
"¡Viva la muerte!", aunque lo probable -según los Rabaté- es
que el general voceara "¡Mueran los intelectuales traidores". Unamuno
se refirió solo al primero para continuar así:
"Acabo de oír el necrófilo e insensato grito
“¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida!”. Y yo, que he
pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las
comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula
paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último
orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y
tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El
general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un
tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los
extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente
demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me
atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de
la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual
de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de
sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de
espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se
multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear
una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso
quisiera una España mutilada.
Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su
sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he
sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis,
porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer
hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y
derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho".
Inevitablemente,
cada vez que descubro una fotografía de aquella Salamanca franquista y
represaliada como la publicada en el diario La Vanguardia que ha dado
pie a este artículo, reconsidero tanto el desasosiego como la angustia, el
temor, el desconsuelo, la tristeza o la desesperación vividos por Unamuno
en su “celda de la calle Bordadores”, como las extrañas circunstancias en
las que se produjo su fallecimiento, y de las que en alguna ocasión -hace ya
bastantes años- tuve una versión distinta de la que se dio por oficial:
"Los médicos dirían que había muerto, a los 72 años, de una congestión
cerebral, producida por las emanaciones de anhídrido carbónico del brasero
doméstico. Se le enterró con celeridad al día siguiente, 1 de enero de 1937, en
el cementerio municipal, entre gritos falangistas". Fue conducido hasta el
cementerio a hombros de falangistas, con cinco escuadras que le rindieron
honores en el camposanto, pero la Falange había impuesto que sólo cuando la
comitiva llegara al parque de San Francisco se hicieran con el féretro. Después
de haber repetido en los últimos meses de su vida que no estaba ni con los
fascistas ni con los bolcheviques, don Miguel acabó siendo enterrado y
homenajeado por los primeros.
LAS DOS ÚLTIMAS
VISITAS
El día de su
muerte, Unamuno recibió al parecer dos visitas. La primera fue la de Diego
Martín Veloz, un reconocido cacique provincial cuya presencia en la casa del
escritor es, como mínimo, más que cuestionable. Se trataba de alguien profesaba
a Unamuno un “cordial desprecio”, en palabras de José Delfín Val; tanto que a
un “asno suyo lo llamaba Unamuno” (otros dicen que había dado ese nombre a su
caballo, con el que se paseaba por la Plaza Mayor). Sobre Martín Veloz tiene
escrito Javier Infante un interesante artículo (Sables y Naipes: Diego
Martín Veloz (1875-1938). De cómo un matón de casino se convirtió en caudillo
real, en el que, además de incidir en su personalidad como cacique represor
"asolando con sus hordas falangistas los humildes hogares del campo
salmantino" -según testimonio de la viuda del diputado socialista
asesinado José Andrés Manso-, se señala su carácter bronco y su afición a las
cartas y a las meretrices, así como su amistad con los generales Primo de
Rivera y Queipo de Llano. Con estas referencias cabe preguntarse qué tipo de
relación podía justificar la visita del tal Diego Martín a Unamuno en su
arresto domiciliario, coincidente con la tarde del fallecimiento de don Miguel.
Sí se ha hablado
más de la segunda de las visitas recibidas por el escritor, la del falangista
Bartolomé Aragón Gómez, que el dramaturgo Pollux Hernúñez -basándose en la
biografía de don Miguel- teatralizó en Unamuno, tragedia en veinte cuadros (Ed.
Diputación de Salamanca, 2011), con un clímax culminante cuando el diálogo giró
acerca del futuro de España y su salvación divina: “¡No! Eso no puede ser,
Aragón. Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque
tiene que salvarse. ¡España no puede perderse!”, leemos, y más adelante, tras
esta última frase, don Miguel golpeó la mesa camilla, con furia, y el corazón
dejó de latir. Una vez que Bartolomé Aragón cae en la cuenta de que ya no hay
aliento en el viejo literato, sale del caserón como alma que lleva el diablo
gritando: "Yo no lo he matado, yo no lo he matado". Si se repara en
la reiteración de la frase y el verbo utilizado, no parecen los más propios
para una muerte natural, pero sí podrían ser los que quizá no extrañasen en
aquella ciudad militarizada.
El falangista
Aragón había sido alumno de Unamuno y su testimonio quedó impreso en el
prólogo de Cuando Miguel de Unamuno murió,
fechado el 16 de enero de 1937. Se trata de un libro de José María Ramos Loscertales,
publicado con suma celeridad a finales de ese mes. "Tanta rapidez en la
redacción del prólogo y la publicación del libro -escriben Colette y
Jean-Claude Rabaté- atestiguan el propósito de Ramos Loscertales de salir al
paso de “los rumores insistentes sobre el envenenamiento de Unamuno que
circulaban por la ciudad, difundidos por una emisora republicana", coincidente
con la versión que me dio hace muchos años una anciana profesora salmantina de
familia represaliada.
El reputado periodista Luis Calvo contaba a menudo una anécdota sobre don Miguel que siempre consideré interesante para pensar que su muerte repentina le pudo ser de mucha utilidad a las tropas rebeldes y a la causa del general Franco. Si se valora su discurso en el paraninfo de la Universidad de Salamanca y la actitud crítica que supuso contra quienes hasta ese momento contaban con su apoyo, se entiende que los generales felones, además de destituirlo como rector vitalicio de la institución académica y como concejal del Ayuntamiento de Salamanca, temieran su palabra y lo sometieran a ese preventivo arresto domiciliario, con la consiguiente vigilancia de las relaciones o visitas que don Miguel podría recibir y mantener a partir de entonces, por aquello de lo que hoy llamaríamos consecuencias mediáticas.
El reputado periodista Luis Calvo contaba a menudo una anécdota sobre don Miguel que siempre consideré interesante para pensar que su muerte repentina le pudo ser de mucha utilidad a las tropas rebeldes y a la causa del general Franco. Si se valora su discurso en el paraninfo de la Universidad de Salamanca y la actitud crítica que supuso contra quienes hasta ese momento contaban con su apoyo, se entiende que los generales felones, además de destituirlo como rector vitalicio de la institución académica y como concejal del Ayuntamiento de Salamanca, temieran su palabra y lo sometieran a ese preventivo arresto domiciliario, con la consiguiente vigilancia de las relaciones o visitas que don Miguel podría recibir y mantener a partir de entonces, por aquello de lo que hoy llamaríamos consecuencias mediáticas.
Cuenta Calvo que
en el portal del domicilio del escritor había siempre un falangista de guardia
(otros autores hablan de hasta tres). El periodista, luego director del diario
ABC -al que tuve la oportunidad de conocer mucho años más tarde aludiendo a esta
cuestión-, le informó en una entrevista a Manuel Vicent que un día consiguió
romper la barrera de esa vigilancia y se encontró con don Miguel dando
puñetazos en la mesa, fuera de sí. Soltaba imprecaciones contra los falangistas
que lo tenían amordazado y le escuchó gritar que una noche se iba a ir a pie
por una carretera de segundo orden que él conocía muy bien hasta Portugal y
desde allí embarcaría a América para decirle a todo el mundo que los nacionales
estaban fusilando en Salamanca a muchos de sus colegas y que cometían más
animaladas que los rojos. Colette y Jean Claude Rabaté, autores de Miguel de
Unamuno (1864-1936). Convencer hasta morir, aportan en esta reciente edición un
borrador escrito por el propio don Miguel, después de escuchar por la radio el
30 de noviembre el discurso en Burgos de un obispo que se refería la relación
del escritor con la masonería (fue presidente de la Liga de Derechos del
hombre). El borrador solo dice: "...que vengan a asesinarme".
Es
de señalar que diez días antes de su fallecimiento, el 21 de diciembre el
escritor Eugenio Montes, a quien entrevistaé en sus últimos años, acompañó a
Miguel de Unamuno hasta el taller de marmolería del cementerio de Salamanca, en
donde encargó una lápida similar a la de su esposa Concha y con el epitafio que
hoy figura sobre la misma: “Méteme, Padre Eterno, / en tu pecho, misterioso
hogar/, dormiré allí, /pues vengo deshecho del duro bregar”.
Cabe
imaginar la repercusión que ese planteado exilio unamuniano desfaciendo entuertos -al modo de su
bien amado Alonso Quijano el Bueno-, mar Océano adelante, podría haber tenido a
escala internacional para dar fe de las barbaridades perpetradas por quienes
habían tenido en principio su respaldo y que, además de haber asesinado a
Federico García Lorca -a quien don Miguel apreciaba desde que lo conoció en
1916, cuando el poeta hizo un viaje estudiantil-, habían acabado también con la
vida de algunos de sus amigos, sin que se comprenda su actitud no
haciendo nada a favor del alcalde de Salamanca y diputado Casto Prieto Carrasco
o el pastor protestante Atilano Coco. Tampoco por su discípulo el rector de la
Universidad de Granada Salvador Vila, ejecutado en aquella ciudad y
enterrado como García Lorca en el barranco de Víznar. "Y ahora debo decirle
que por mucho que hayan sido las atrocidades de los llamados rojos -dice don
Miguel en una carta a Juan Carretero, director de ABC de Sevilla-, de los
hunos, son mayores las de los blancos. Asesinatos sin justificación. A dos
catedráticos a uno en Valladolid y a otro en Granada por si eran...masones. Y a
García Lorca. Da asco ser ahora español desterrado en España".
En
relación con esa posibilidad de un hipotético exilio podría relacionarse también la misiva que el
arrestado dirige a un tal Santiago Concha, de quien el matrimonio Rabaté no da
más referencia, pero que en la carta consta como José Manuel de Santiago
Concha, marqués de San Miguel de Híjar, que lo es igualmente de Casa Tremañes,
un noble que se dispone a exiliarse, o al menos así lo creen los autores del
libro por extraño que parezca. El contenido viene a ser un aval para que, en
nombre de don Miguel, ayuden al mencionado “en la empresa que ha tomado a su
cargo para dar a conocer en el extranjero nuestros valores y lograr algún apoyo
para nuestro enderezamiento y que salgamos de la situación en que
desgraciadamente nos encontramos”. La carta no tiene fecha, pero es
posterior con seguridad al 12 de octubre, según Colette y Jean-Claude Rabaté, y
tiene su interés por que en el reverso del borrador se puede leer un veredicto
así de contundente acerca del régimen político que se dibuja en el provenir:
“Me temo que bajo la dictadura de Franco lo que menos se permita sea la
franqueza. Lo que dominará será la molienda”.
¿Qué
sentido pudo tener la visita a Unamuno la tarde de su muerte de ese personaje
goliárdico llamado Diego Martín Veloz, a quien Jon Juristi llama matón de
casino en su biografía sobre don Miguel, conocido tanto por sus voraces apetito
gastronómicos y sexuales como por su presencia en los burdeles y garitos de la
región (Paul Preston). ¿Qué satisfacción o bienestar le podía procurar a don
Miguel en su arresto domiciliario la presencia y la charla al pie del brasero
del tal don Diego, entre cuyas amistades contaba con la de los generales Primo
de Rivera y Queipo de Llano, y que se caracterizaba por capitanear una de las
cuadrillas represoras más temidas de la provincia, aunque haya quien diga que
también defendió de la persecución a algunos republicanos? Resulta un tanto
paradójico que Unamuno se sintiera bien acompañado por quien gozó del aprecio
del dictador que desterró al escritor a Fuerteventura cuando quien será dictador
durante casi cuarenta años le mantenía arrestado en su casa. Cuando menos
parece un tanto extraña esa relación, dadas esta circunstancia y la aversión de
su visitante al escritor desde que este se opuso a la construcción de un
cuartel en el viejo Palacio de Anaya en 1919.
Cuatro
meses después de la muerte de Unamuno se produjo el terrible bombardeo faccioso
llevado a cabo por la Legión Cóndor sobre Guernica, localidad natal de Concha
Lizárraga, la muy querida esposa del escritor y novia desde la adolescencia.
Estoy convencido que si ese bombardeo se hubiera producido en vida y durante el
arresto domiciliario de don Miguel, este habría intentado al menos lo que le
escuchó decir el periodista Luis Calvo.
"La
voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto
de siglo -escribió Ortega Gasset a la muerte de don Miguel en el diario La
Nación de Buenos Aires-. Al cesar para siempre, temo que padezca España una
era de atroz silencio". ¿Fue la de Unamuno una “voz cesada”?
*Artículo publicado también en el número de diciembre de la revista El viejo topo.
*Artículo publicado también en el número de diciembre de la revista El viejo topo.
DdA, XV/4358
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