Imagen: NA
Eduardo Aliverti
Página/12
En Chile nadie se la vio venir y en Bolivia tampoco. En Chile se suponía estar ante una de las sociedades más anestesiadas
del mundo. El mejor alumno neoliberal de la región. Y resultó lo que
conmueve al mundo, al margen de cuál sea el desenlace práctico de su
estallido social. De eso ya no hay retorno y la derecha tendrá que
trabajar mucho --nadie dice que sin probabilidades de éxito-- para
amainar la nueva Constitución.
En Bolivia se presumía que, al fin y gracias a un líder
indígena excepcional, capaz de resultados económicos con sentido
igualitarista que asombraron al orbe FMI incluido, el enfrentamiento
étnico de siglos permanecía latente pero mínimamente controlado.
Lula fue proscripto y preso tras haber sacado de la pobreza a 40
millones de brasileños y hoy vuelve a disputar poder de construcción
política contra un fascista de mercado. Y en Ecuador, apenas para seguir
tomando los acontecimientos más recientes, unas bases le marcaron la
cancha a un traidor y en parte, sólo en parte, debió retroceder.
En resumen, la definición de la hora es una dramática incertidumbre, que
abarca a los cientistas políticos de todo color, sobre lo que parecía
robustez de proyectos, concreciones, esperanzas.
Sin embargo, hay la certeza de siempre.
Los poderes oligárquicos jamás terminarán de aceptar cambios profundos en su estructura de dominación.
Bolivia es una expresión salvaje de esa certeza, porque además anida en
la antropología de un racismo violentísimo. Evo, un indio encabezando
la transformación económica progresista más impresionante en la historia
de ese país, tenía que ser el límite. Es cierto que esto se afirma con
el diario del lunes, por aquello de que no se previó la amenaza grave
contra su revolución integradora.
Porque es un indio y porque
Bolivia es un paraíso de reservas estratégicas, en ese orden o al revés,
no había que dormirse. Al primer flanco ofrecido, en su caso porque
parece haber manejado con exceso de confianza las variables
institucionales y la magnitud del enemigo, habrían de cobrárselas.
Pero hay otros ejemplos, entre innúmeros que reflejan a la propia
Argentina, demostrativos de que las calañas del verdadero poder acaban
no admitiendo, siquiera, un reparto apenas más equilibrado en la
distribución material.
¿Acaso el primer y segundo peronismo
fueron revolucionarios en la acepción clásica, de variante
anticapitalista? ¿Lo fue el kirchnerismo? ¿O Lula y Dilma, o Correa, o
Lugo? ¿Lo era el hondureño Manuel Zelaya, cuyo derrocamiento “blando” en
2009 inauguró lo que el revanchismo atroz corona con el golpe en
Bolivia?
En su magnífica contratapa del viernes pasado en Página/12,
este medio escrito ya tradicional que continúa aportando un plus
analítico cotidiano y que por eso es cita recurrente en esta columna, el
colega Eduardo Febbro relata la historia circular de nuestra región con
una carga emotiva que jamás pierde precisión. No siempre se logra esa
mixtura.
“América Latina tiene la derecha más depravada,
pusilánime, corrupta e iletrada del mundo. Está dispuesta a quemar en la
hoguera a un país entero con tal de no ceder ni un céntimo de sus ya
monumentales beneficios. Respaldada por Washington, aliada al
militarismo golpista y embebida de una ideología involutiva, las
derechas continentales actúan como si los países de los cuales extraen
sus riquezas fueran para ellas un mero exilio y no la patria original.
El destino de golpes y destierros de seis presidentes latinoamericanos
de orientación socialdemócrata es un retrato fantasmagórico de la carga
destructiva que las castas oligarcas de América Latina están dispuestas a
activar”.
Y en la conclusión: “No es la hegemonía de un medio la
que hace titubear la democracia, sino la hegemonía de su mala fe. De
Manuel Zelaya en Honduras a Evo Morales en Bolivia, la mecánica de la
destitución ha sido similar: una casta oligarca que se apoya en los
medios para viciar el relato, en la justicia y los militares. En cada
caso se buscó arrancar del poder a opciones políticas reformistas,
nacionalistas y con un fuerte ánimo redistributivo. Ninguno de estos
seis ex presidentes (Zelaya, Lugo, Lula y Dilma, Correa y ahora Evo, sin
importar, se agrega, las alternativas de golpe parlamentario, cárcel,
proscripción, destierro, etcétera) ha sido un dictador, o un
revolucionario violento; ninguno reprimió, amordazó a su pueblo,
sentencio la libertad de expresión, ni derramó sangre en las calles.
Llegaron para abrir el juego político, social y económico en países
cautivos de una casta explotadora, no para llenar las cárceles o los
cementerios. Sus enemigos sí. Nuestras derechas cavernícolas jamás
atravesaron el Siglo de las Luces. Siguen ancladas en los tiempos de la
barbarie ideológica y la obscuridad. Lo acaban de probar en Bolivia,
amparadas, una vez más, en la protectora dependencia de Washington. La
Casa Blanca siempre ha estado a la vera de todas las hecatombes
políticas de América Latina. Ha sido el capacitador ideológico y
operativo de los golpes de Estado militares del Siglo XX, como lo es
ahora de los golpes cívico-militares que promueve desde el inicio del
Siglo XXI”.
En Argentina, el brazo militar desapareció por la
guerra de Malvinas y por su ejemplaridad mundial al haber juzgado y
condenado a las genocidas. Ese fue un sembradío que sirve para entender
por qué, incluso en lo que sucede en Chile y la misma Bolivia, como poco
antes en Ecuador y también en Brasil, los militares deben guardar
formas cínicas de respeto a la institucionalidad civil. Saben que, en
caso contrario, puede esperarles más tarde o más temprano un desfile
tribunalicio y efectivo mayor que el de la historia.
Pero el
entusiasmo y las expectativas populares abiertos por el inminente
gobierno de los Fernández no deberían perder de vista que podrá no
haber, ni tan solo, la luna de miel de que gozan los primeros tiempos
administrativos.
La casta argentina del poder económico tiene
medios de comunicación potentes, constitutivos del poder a secas y con
ánimo de revancha tras la derrota electoral que disfrazaron de victoria
digna o “empate técnico”.
No darán respiro. La deuda monstruosa que deja Macri no posee
contrapartida de circunstancias internacionales favorables. Se le debe a
acreedores privados pero también a la sede financiera de Washington.
Las corporaciones locales y extranjeras no demorarán en reaccionar ante
la primera de cambio que les meta mano en el bolsillo para financiar,
por lo menos, la emergencia. Si no es a corto será a mediano plazo, pero
será.
La única respuesta será movilización popular sustentada
en liderazgo, mientras ancle en aquello de la batalla cultural,
comunicativa, que especifique y muy bien la causa y el destino de tomar
tales y cuáles medidas.
En una primera etapa, son probables las ilusiones de que las élites dominantes pueden ser “comprensivas”.
Desdoblamiento del dólar o control de cambio ratificado, congelamiento
de tarifas, aumento de impuestos a los sectores concentrados, emisión
monetaria, políticas proactivas para estimular el consumo, su ruta. No
tienen o no tendrían espacio político para salir de entrada con los
tapones de punta contra una batería de disposiciones de ese tipo.
Lo pomposamente denominado “macrismo” estará en desbande, sin
conducción a la vista salvo por el refugio de la Ciudad de Buenos Aires y
con seguras recorridas judiciales de sus “republicanistas” (de lo cual
da testimonio el intento de mandar a los arrepentidos anti K a Inodoro
Py, porque si permanecen en esfera del Ejecutivo se descubrirá más
rápido cómo fue que se arrepintieron).
No durará demasiado y lo
que no se va, lo que Macri representó y representa, tirará con todo lo
que tiene ante el primer traspié o convicción tibiamente trasmitida.
Esa sí que es una certeza principal.
P/D: En plena cacería racista desatada en Bolivia (así dijo, “cacería”,
uno de los ministros instalados, junto con la de Comunicaciones que
habló de prensa “sediciosa”), el gobierno de Macri, los radicales que ya
no conservan ni un mínimo vestigio de vergüenza, los operadores
disfrazados de periodistas, se dedicaron a cuestionar el concepto de
“golpe de Estado” y a hablar del Evo fraudulento o chambón. Cuando los
cronistas televisivos en La Paz, todos, debieron refugiarse en la
embajada argentina porque la crisis que se cobró muertos amenazaba el
trabajo de la prensa, los medios del macrismo descubrieron desde
estudios que era un golpe sin más vueltas. Pero tampoco se animaron a
calificarlo como tal. La lección de que con Evo no había peligro para el
periodismo independiente les resbala, ni dudarlo. Trabajadores de
prensa de esos medios, en cambio, sí advirtieron, públicamente, no
compartir la línea editorial bajada por los zares de la libertad
periodística, que impidió hablar de “golpe”. Salud por ellos.
DdA, XV/4342
No hay comentarios:
Publicar un comentario