El tándem Redondo/Sánchez ha decidido entrar de lleno en la retroalimentación de la bicha nacionalista que tan buenos resultados les produce a ambos contendientes: el españolismo y el catalanismo.
Hasta hace una década el independentismo catalán era una corriente claramente minoritaria en Cataluña (solo el 17% se definía independentista), pero desde entonces se ha multiplicado (los defensores de un Estado propio superan el 40% y, en algunas ocasiones se acercan al 50%).
Este cambio se ha producido a partir de dos estrategias igualmente perversas: el españolismo centralista, de la mano del PP de Aznar y Rajoy, usó el anticatalanismo (boicots a productos catalanes, recurso del Estatuto catalán ante el Tribunal Constitucional y posterior anulación de artículos existentes en otras comunidades autónomas, uso del 155, etc.) para ganar votos en el resto del Estado, aunque ello facilitase el victimismo del nacionalismo catalán y la desafección de una parte de la población catalana con España; por su parte, el nacionalismo autonomista catalán de Convergencia -con Artur Mas a la cabeza, que gobernó con los votos del PP, ¿recordáis?-, usando el victimismo que les facilitaba el centralismo españolista, se terminó apuntando al independentismo para desviar las protestas sociales contra su política neoliberal (esa protestas rodearon el Parlament contra las medidas de recortes que se iban a aprobar y obligaron a Mas a llegar en helicóptero). Con el señuelo del independentismo, Mas pretendía ganar el apoyo para la utopía independentista de capas de la población que sufrían esos recortes. Y terminaría logrando en parte que las protestas contra él se convirtieran en apoyos a su deriva independentista y que se dirigieran contra el gobierno de Madrid, al que culpaba de las insuficiencias financieras de Cataluña. Y el independentismo (PDCat-ERC-CUP) creció electoralmente hasta llegar a la mayoría absoluta en el Parlament –aunque no mayoría de votos en la sociedad-. El señuelo independentista continuó con el referéndum y la Declaración Unilateral de Independencia y fue instalándose de forma perenne en esa parte de la población.
En el campo españolista, el PP, con mayoría absoluta, aplicaba el 155 (con el apoyo del PSOE), alimentaba la fuga de empresas y usaba el garrote con dureza el día del referéndum, facilitando aún más el victimismo de los independentistas. Hasta entonces, el PSOE pretendía mantener dos discursos: el del palo (apoyando al PP con medidas como el 155, manifestándose con los más intransigentes españolistas, como la gente de VOX) y el de la zanahoria (con el mantra del diálogo y la solución política). Pero tras las elecciones de abril, el PSOE no pudo contar con C,s para el gobierno que él deseaba (no sus bases) y pensó en cómo gobernar sin ceder poder ni políticas a Unidas Podemos, porque el IBEX35 se lo pedía. Eso explica todos sus vaivenes y la convocatoria de nuevas elecciones con el fin de lograr un nuevo marco en el que Unidas Podemos no tenga capacidad de condicionar el gobierno y sus políticas. Parece que Redondo/Sánchez fían a Errejón el papel de “robar” votos en el caladero de Unidas Podemos y ellos se centrarán en el sector de la derecha españolista para conseguir así la mayoría suficiente que desactive a los de Iglesias.
Eso explica el anuncio de la posible aplicación del 155 y el lema “Ahora, España”, con el que el PSOE ha entrado de lleno en la competición -con PP y C,s y VOX- para ver quién es más españolista, jugando a excitar la bicha nacionalista de esa “España cautelosa” (y creo que se debería añadir, “españolista y carca”) para atraerla en las elecciones del 10-N, sin sopesar que con esa política también excita la bicha independentista, que seguramente traerá buenos resultados a ERC y a Torra. Jugar a ese juego dice muy mucho sobre la falta de responsabilidad política de Pedro Sánchez, que, de esa forma, no solo ha pasado por la derecha a Susana Díaz sino olvida las palabras de Montilla, del PSC, advirtiendo de la desafección de la ciudadanía catalana con esas políticas de la derecha que ahora Sánchez, guiado por Redondo, ha abrazado. ¿Qué pensarán de todo ello las buenas gentes que votaron al PSOE de Sánchez porque él decía entonces “Somos la izquierda” y prometía un “gobierno progresista”? Ahora que Rivera ha levantado el veto a Sánchez (el IBEX ha logrado su propósito), ¿se creerán otra vez eso del gobierno progresista de la mano de Sánchez? Son demasiados los indicios en sentido contrario para creérselo.
DdA, XV/4298
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