lunes, 7 de octubre de 2019

LA LIBERTAD DE CÁTEDRA, EL JOVEN UNAMUNO Y EL PROFESOR MONEDERO



Félix Población

Como en ninguno de los medios de comunicación nacionales he visto reflejada la noticia, que si habría tenido repercusión notable en el caso de que el afectado fuera otro profesor afín a otra ideología, me veo en la obligación de aludir a las amenazas que sobre la puerta de su despacho en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense ha recibido el profesor Juan Carlos Monedero, fundador de Podemos. Provienen, obviamente, de los descendientes de aquellos mismos que ya en el siglo XIX persiguieron a profesionales de la docencia e intelectuales, condenando la libertad de cátedra.

Es algo que se remonta al año 1867, cuando se aprueba un decreto de reforma del profesorado en cuyo artículo 43 se ordena la apertura de expediente de separación contra los catedráticos de Universidad, que ya fuera en explicaciones de cátedra, ya en libros, folletos u otras publicaciones "vertiesen doctrinas erróneas o perniciosas en el orden religioso, moral o político". Aunque la revolución de 1868 (La Gloriosa) derogó ese decreto, otro suscrito en 1875 volvió a prohibir la libertad de cátedra justificando así la medida:  Cuando la mayoría y casi la totalidad de los españoles es católica y el Estado es católico, la enseñanza oficial debe obedecer a este principio, sujetándose a todas sus consecuencias. Partiendo de esta base, el Gobierno no puede consentir que en las cátedras sostenidas por el Estado se explique contra un dogma que es la la verdad social de nuestra patria. 

Es de recordar que como consecuencia de esa imposición surgió en la enseñanza privada la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, entre cuyo ilustre profesorado estaban algunos de aquellos catedráticos que se negaron a impartir clases en una Universidad en la que no se permitía el libre ejercicio de la cátedra: Emilio Castelar, Francisco Giner de los Rios, Gumersindo de Azcárate, Segismundo Moret, Bartolomé Cossío y Nicolás Salmerón, entre otros. Muchos más profesores universitarios tuvieron que soportar los ataques de quienes, desde los medios de información afines a los sectores más conservadores, criticaron sus escritos con la aviesa intención de desalojarlos de sus puestos docentes.

Uno de ellos fue Miguel de Unamuno, cuya mención viene al pelo con motivo de la reactualización de su figura gracias al interesante film de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra, muy efectivo en plasmar la transición emocional e intelectual de quien pasó de apoyar a los militares golpistas de 1936 a reprobar la fuerza bruta de sus crímenes. Es el caso que cuando don Miguel llegó a Salamanca como joven catedrático de Griego, defensor entonces de las ideas socialistas, un tal José Sánchez Assensio, director del diario integrista La Información, lo obsequió con una andanada de artículos que tenía por titulo general  Los marxistas en Salamanca, en los que también se llevan su parte el catedrático de Derecho Penal Pedro Dorado Montero y el catedrático de Economía Teodoro Peña. Lamenta Sánchez Asensio que, en virtud de la libertad de cátedra, la Universidad de Salamanca sea un abergue de ateos, esto es, de negadores de Dios y del alma.

La réplica no se hizo esperar por parte de don Miguel en una publicación en la que entonces colaboraba, el semanario editado en Bilbao La lucha de clases (1891-1937), previa nota de introducción en la que se hacía constar que la insistencia de molestar uno y otro día con sus calumnias a nuestro compañero, tenía por objeto arrancarle ciertas declaraciones que sirvieran para denunciarle al Gobierno y pedir su destitución del cargo de catedrático.  De la carta abierta de Unamuno, fechada en Salamanca el 4 de diciembre de 1894, es de destacar la buena voluntad puesta por el autor en rescatar de la ignorancia a su detractor:

"Tengo la convicción de que el espíritu socialista, penetrado en el alma de los pueblos, ha de ser el principal factor de la modificación gradual y progresiva del carácter, hoy tan brutal todavía, de la lucha por la vida y por la dicha.Y es de lamentar el ineludible estado actual de la lucha, con sus consecuencias todas, de lamentar es, sobre todo, la causa tal vez mayor de que persista, la ignorancia y los errores que nuestras clases "educadas" abrigan a todo lo que respecta a las doctrinas socialistas, a sus fundamentos y conclusiones, ignorancia y errores que contribuyen, por inconsciente que la contribución sea, a mantener y corroborar trabajos como los artículos que sobre el socialismo lleva publicando "La Información", que usted tan dignamente dirige. 
Y dejando la cuestión personal, puesto que usted declara de ningún interés público, le diré al resto de su carta que no creo esta, por usted escogida, la ocasión de ampliar mis nada oscuras declaraciones, máxime cuando tal ampliación me llevaría, de querer aparecer leal, cerrando a la vez el paso a toda habilidad forense, a extenderme en términos que no consiente la prensa periódica de información diaria ni soportarla el público que la lee. Es, por otra parte, lo suficientemente rica la literatura socialista y hay en ella excelentes trabajos para que puedan satisfacer sus deseos los que se propongan estudiar sin prejuicios ni prevenciones y en las fuentes directas las doctrinas del socialismo.

Tal como recoge Jesús Lima Torrado, de quien he tomado estos datos, todavía siete años después el obispo Cámara, con estatua en Salamanca, -próxima al edificio del cuartel del general Franco durante la guerra, en el que don Miguel visitó al dictador- insistió en condenar los escritos de quien era ya Rector de la Universidad para así, según don Miguel, lograr su destitución. En las cartas que se cruzaron entre ambos, Unamuno previene al prelado que si "cumplía la amenaza que me hizo se armaría aquí una "Electra" y que tenía preparado el libro de batalla para entrar en liza".

Parece mentira que secuelas de algo tan rancio y recesivo, ancladas en lo más ultramontano de nuestra historia, perduren en nuestros días -bien adentrados ya en el siglo XXI-, incluso considerando que buena parte de la pasada centuria estuvo marcada por una dictadura que conculcó no solo la libertad de cátedra sino todas las libertades, haciendo valer durante décadas aquel pasado retrógrado con la instauración del nacional-catolicismo. Tal parece que la reaparición en la escena política española de un partido ultraderechista favorece la refloración de ese pasado en la puerta del despacho de Juan Carlos Monedero y hasta estimula a los partidos conservadores a intentar asemejarse a sus socios más reaccionarios -indispensables para conseguir determinados gobiernos municipales o autonómicos- con nauseabundas declaraciones guerracivilistas que llevan escritas a modo de chuletita de colegiala (señora Ayuso) y no obedecen a extravíos pasajeros.

Todos los medios de comunicación a una deberían haber condenado lo que significa esa puerta enguarrada de odio muy añejo en el lugar de trabajo de un profesor de la Universidad española, porque callar en estos casos, si no otorgar, es pasar por alto la intolerable entidad de una infamia demasiado rancia y demasiado grave para no combatirla a gritos y sin excepciones en un país como el nuestro.

Léase@también: El impune descaro fascista, por Juan Carlos Monedero.
 
                      DdA, XV/4298                

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