jueves, 24 de octubre de 2019

EL LEGADO DE ÁNGEL GONZÁLEZ, MÁS CERCA DE NUEVO MÉXICO

 La firmante, viuda del poeta Ángel González y ex profesora de la Universidad de Nuevo México -en la que también impartió clases su marido-, responde con este artículo a las primeras líneas del que publica en su blog José Luis García Martín sobre el libro Ángel González en la poesía contempránea, de Ricardo Labra, titulado Ángel Gozález, Ricardo labra y algunas precisiones sobre cómo no estudiar la poesía española, publicado en el blog del autor el pasado 20 de octubre.


Susana Rivera

Introducción absolutamente innecesaria a una, por otra parte, interesante reseña, aunque probablemente un tanto injusta. Si los medios de comunicación se han ocupado excesivamente del tema de la fallida Fundación Ángel González es porque José Luis García Martín lo resucita continuamente, me imagino que por eso de “difama que algo queda”, y luego yo me veo obligada a contestar para que se sepa la verdad, que puedo demostrar muy fácilmente; pero en este caso ha quedado claro repetidamente que la verdad no le importa a nadie si la mentira les puede favorecer. Los involucrados en la fundación han sido más silenciosos, aunque no del todo, porque saben que no les conviene seguir mintiendo porque puedo contradecir todo lo que dicen con pruebas. García Martín no les está haciendo ningún favor. Y, como siempre, relativo a este enojoso asunto, o se equivoca, o es cómplice del máximo causante de todo el embrollo, Luis García Montero, lamentablemente tiene muchos títeres en Asturias. Yo, Susana Rivera, alias “LA VIUDA”, no tengo ningún problema con los principales estudiosos de Ángel González: María Payeras Grau, Enrique Baena, Bénédicte Mathios, Juan José Lanz, Douglas Benson, Francisco Díaz de Castro, Verónica Leuci, Marta Ferrari, Marcela Romano, Martha LaFollette Miller, etcétera. Con sus mejores amigos, los que quedan, salvo Manuel Lombardero que fue patrono de la fundación y tenía intereses personales en ella, mantengo una excelente relación. Puesto que García Martín no fue amigo cercano, casi ni siquiera amigo, sino tan solo un conocido a quien Ángel veía únicamente cuando coincidían en algún evento cultural, no sabe quienes son, en realidad de su vida privada no sabe nada, tampoco sabe nada de lo que realmente ocurrió con la fundación.
Las “desavenencias”, yo creo que es mucho más que eso, son con los instigadores de la fundación, o sea, el núcleo duro del clan de Luis García Montero --que ya tuvo problemas similares con la viuda de Rafael Alberti y la heredera de Javier Egea-- y con los patronos que no hicieron absolutamente nada para levantarla, salvo sacarme dinero indebidamente. Si no me defiendo me hubieran dejado en la calle en España, pues también han dicho que mi marido dejó sus derechos de autor --que yo necesito para mantener mi piso-- inmediatamente a la fundación; su fácil acceso a los medios de comunicación les permite divulgar sus mentiras. Yo creo que no se debe publicar algo así sin tener pruebas, pero los poderosos mandan.
Esto es lo que dice el testamento: En el resto de todos sus bienes, derechos y acciones, incluyendo el usufructo vitalicio de sus derechos de autor y demás derivados de su obra intelectual, instituye heredera universal a su mencionada esposa, con sustitución vulgar y fideicomisaria de residuo a favor de la Fundación creada en el presente instrumento público, la cual recibirá sólo aquello de que Susana no hubiere dispuesto con entera libertad en actos inter-vivos y a título onerosos. (Testamento p.14) Podría exponer muchísimas pruebas como esta, pero no importa, los hombres poderosos siempre tienen razón.
Yo creo que decir, o intentar hacer otra cosa es manipular el testamento, es decir, un documento legal, y vulnerar la voluntad del amigo muerto. Curiosamente el primer ataque de García Montero fue acusarme a mí de intentar manipular un testamento que me nombra heredera universal, o sea, me estaba acusando a mí de hacer lo que él mismo estaba haciendo. Pero hay que proteger a los hombres poderosos, te pueden hacer algún favor o puedes jactarte de ser su amigo. En realidad, en el caso de García Martín creo que se trata más bien de denigrar a una mujer, parece ser uno de sus deportes favoritos. Creo que según su mentalidad yo tenía que haber sido sumisa, quedarme calladita, dejarme engañar, y permitir que siguieran engañando a Ángel González.
Yo creo que no se debe hablar más de este tema -–sobre todo de una manera tan fortuita como hace aquí García Martín-- si no se aportan pruebas fehacientes, como he estado haciendo yo durante una década: el testamento de Ángel González, la Ley de Fundaciones, los documentos en el Registro de Fundaciones de Asturias, etcétera. Yo sólo lo hago cuando me siguen atacando, mintiendo, o humillando a Ángel González.
Lo que han conseguido los mentirosos y sus cómplices y títeres es que la heredera universal de Ángel González deje de colaborar en cualquier cosa relacionada con él en Asturias (salvo si se trata de los poquísimos amigos fiables) y que regale su legado a la Universidad de Nuevo México en Estados Unidos, a menos que se limpie mi nombre y que se divulgue la verdad tanto como se han divulgado las mentiras. A lo mejor eso es lo que algunos o alguna quieren para que uno de los poetas más destacados de Asturias, y de España, no le haga sombra a nadie. De lo único que me arrepiento es de haber dedicado cuatro años de mi vida intentando levantarles una fundación y gastando muchísimo dinero en el proceso –-cuando los patronos decían que yo no la quería-- sin ayuda de casi nadie. Mientras tanto se apoyaba, y se sigue apoyando a Luis García Montero, el gran traidor a Ángel González, y yo diría que a los asturianos también que hubieran recibido su legado y muchísimo más que yo les quería regalar. Él los abandonó cuando vio que la fundación no le servía de nada ni a él ni a su clan si no me podía engañar, manipular, y convertirme a mí también en su títere, ¿para qué molestarse en levantarla entonces a pesar de habérselo prometido a Ángel? Increíble que tantos asturianos hayan preferido sus mentiras (yo las llamo “montiras”) al legado de uno de sus hijos más ilustres. Alucino.

               DdA, XV/4317                

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