viernes, 13 de septiembre de 2019

UN PARQUE PARA EL SOLARÓN: NO TROPECEMOS POR SEGUNDA VEZ EN LA MISMA PIEDRA

 Noto a la señora alcaldesa de Gijón un poco farruca y peyorativa hablando de los abedules plantados en el llamado El Solarón por aquellos vecinos de la ciudad más concienciados con la necesidad de abrir en el corazón urbano una gran parque público, al que este Lazarillo quisiera con hechuras de bosque centroeuropeo. Doña Ana González (PSOE) dijo hace unos días que un abedul en El Solarón no impide que se edifique, y mi estimado Armando Nosti, que además de memoria tiene perspectiva para glosar lo que los sucesivos urbanicidios a base de hormigón y especulación causaron en aquella hospitalaria villa, rastrea en el pasado de un renombrado y homenajeado antecesor de doña Ana y compañero de partido para que la gran oportunidad que se le presenta a Gijón de combatir la contaminación que afecta a la ciudad no se desperdicie y no se vuelva a tropezar por segunda vez en la misma piedra, tal como doña Ana parece prever:


Armando Nosti

En el PGOU de Rañada, el primero de nuestra democracia, se trazaba lo que había de ser una de las vías de acceso más importantes a la ciudad, la Avenida del Llano. El PGOU, que fue un ejemplo de lo que debe de ser un Plan de Ordenación, trazaba la Avenida, preveía sus consecuencias y ofrecía soluciones a lo que la nueva vía iba a suponer en cuanto al aumento de la circulación y sus consecuencias en el medio ambiente. Limitaba las alturas de los edificios que se construirían y la llenaba de árboles, árboles de verdad, que paliaran, en la medida de lo posible, la contaminación producida por los vehículos que circularan por ella.
El plato fuerte de la Avenida había de ser una plaza central que con árboles frondosos sirviera de pulmón. Lo que hoy es la Plaza de Los Fresno sería, según el Plan aprobado, un parque urbano plagado de árboles de gran porte.
La realidad fue muy distinta y la estamos pagando y lo seguiremos haciendo por los siglos de los siglos.
Los intereses de los constructores y la avidez del nuevo alcalde por un desarrollo rápido, introdujeron cambios que prostituyeron lo previsto en el Plan.
Se aumentaron las alturas posibles en los nuevos edificios, lo que en plena era de especulación urbanística las hacía más apetecibles, y para dar mas “vida” a la zona, se autorizó un centro comercial que por su tamaño no debería estar en el lugar en donde está. A consecuencia de esta idea, surge un nuevo problema: Para hacer posible la construcción del centro comercial era preciso dotarlo de aparcamientos, muchos más aparcamientos de los que la superficie del centro permitía y en un alarde de generosidad municipal se le cedió al centro comercial, gratis et amore, el subsuelo que lo rodeaba. Hacer aparcamientos bajo la Plaza de los Fresno impedía la plantación de árboles y por arte de birlibirloque los árboles frondosos se convirtieron en el amasijo de respiraderos, velas metálicas y casetas que es hoy y seguirá siendo muchos años. El pulmón de la Avenida del Llano se convirtió en un pulmón de acero y cemento.
José Manuel Palacio, durante su vuelta al ayuntamiento al frente de Unidad Gijonesa, hizo una pregunta en un pleno al alcalde Areces, al que interrogó sobre los motivos que habían llevado a sustituir los árboles de la plaza por aquel amasijo. Areces, sin ponerse colorado ni nada, le contestó que no fuera impaciente, que la cosa estaba en marcha y que habría “árboles frondosos”, y se quedó tan tranquilo sin explicar, por supuesto, como se haría el milagro de plantar “árboles frondosos” en donde no cabían ni había sitio para las raíces.
Han pasado veinticinco años desde aquellos hechos. Hoy, muchos ciudadanos trabajan para que el solarón sea un parque urbano, la recogida de firmas va a buen ritmo y el coste de la operación parece asumible, sobre todo teniendo en cuenta que lo que se haga ahora lo disfrutarán o hipotecará a las próximas generaciones, disfrute o hipoteca que dependerán de la decisión que se tome.
Aprovechando el Plan de Vías, y en plena burbuja, el solarón era un terreno apetecible para quienes tenían en el ladrillo su negocio. Las consecuencias ambientales para la zona importaban poco, los edificios barco de Poniente habían sido un negocio redondo y en el solarón cabían unos cuantos que, bien vendidos como segunda línea de playa auguraban muy buenos dividendos. Además, convenientemente adornada, su contribución a la eliminación de la barrera ferroviaria les rendiría también dividendos espirituales. Las empresas de construcción siempre al servicio de la ciudad.
La primera tasación de las parcelas andaba por los setenta millones de euros, la última ya ha bajado a los cincuenta y aún así no parece que haya mucho interés, y si lo hay, que seguramente lo hay, se trata de jugar al gato y el ratón, a dejar pasar el tiempo para que sigan bajando los precios y mejoren las perspectivas de las nuevas edificaciones. Sea cual sea el valor de los terrenos, la cifra es perfectamente asumible. El proyecto total supera los ochocientos millones, a los que habrá que sumar los sobrecostes que seguro se producirán. Cincuenta millones, que sería como mucho lo que se obtuviera de la venta de las parcelas es una gota de agua en el mar. Cincuenta millones a cambio de un parque urbano en pleno centro de la ciudad son más que asumibles por las administraciones que participan en el proyecto.
Hace veinticinco años, tropezamos en la piedra de la especulación y perdimos un parque urbano por intereses personales, partidistas y económicos. Los resultados de este tropezón están a la vista, dense una vuelta por la Plaza de los Fresno.
Hoy podemos tropezar por segunda vez en la misma piedra o resarcirnos de aquel tropezón por menos de cincuenta millones de euros, que no parecen mucho teniendo en cuenta las cifras que se manejan hoy en día, pero que parecen menos si comparamos: apenas son la tercera parte del coste del túnel del metrotrén, menos de la quinta parte del sobrecoste del Musel, la décima parte de lo que costó la regasificadora que está paralizada y amenazada de derribo, lo mismo que pagamos cada dos años a Enagás precisamente porque no funciona la regasificadora , mas o menos lo que costará una depuradora que también está amenazada de derribo y así, hasta donde queramos.
Tenemos por delante la misma piedra que teníamos hace veinticinco años, podemos tropezar o rodearla, y que en el tema intervengan tres administraciones no debe de ser un problema para ponerlas de acuerdo, las tres, en estos momentos, tienen el mismo signo.

La Nueva España/ DdA, XV/4275

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