Con motivo de la exposición Refugiados 1939-2019,
inaugurada hoy en El Manglar de Oviedo
Félix Población
Exposiciones como la que hoy inauguramos en Oviedo, con motivo de los ochenta años transcurridos desde que medio millón de españoles se vio obligado al exilio por haber querido un modelo de país libre, democrático y cívico, deberían haber formado parte de la cultura ciudadana desde hace más de cuatro décadas.
Hace cuarenta años no
conocíamos –como conocemos hoy- el fenómeno de la inmigración que ha hecho del
Mediterráneo y de nuestras playas un desesperado camino y arribada para los
refugiados que huyen de lo mismo que lo hicieron los republicanos españoles: el
hambre, la miseria, la persecución, la enfermedad y la muerte.
Posiblemente, si entre los presupuestos
de una educación cívica se les hubiera permitido a las generaciones educadas en
nuestra democracia el conocimiento y concienciación sobre lo que significó
aquella diáspora, nuestra sensibilidad social ante lo que comporta ese mar
Mediterráneo convertido en cementerio para tantísimos seres humanos fuera más
activa y solidaria.
Como tantas otras vertientes de
nuestra memoria histórica, exposiciones como la que hoy ofrecemos en El Manglar
-organizada por La Ciudadana-, nos llegan con mucho retraso. Ese retardo ha
hecho posible la coincidencia de visionar el drama de nuestros refugiados en
1939 al tiempo que nos llegan las crónicas de ese cementerio marino que se
llama Mediterráneo, madre de la cultura y el humanismo que nos hizo.
Si Europa no se alarma de su
falta de humanidad ante esta nueva y trágica versión de ese mar en nuestros
días, es que esa cultura humanística está muerta o la hemos ido matando. Nada
menos.
PS. Se acaban de cumplir ochenta años de la llegada del barco Winnipeg a la ciudad chilena de Valparaiso con más de 2.000 refugiados españoles a bordo, acogidos en aquel país con "open arms".
DdA, XV/4265
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