Ana Cuevas
Leonardo
Da Vinci aseveraba que el grado de civilización de una sociedad se
podía medir por el respeto con el que trataran a los animales.
Bien.
En un mundo donde la vida de los seres humanos apenas se valora y se
naturaliza la falta de empatía con los más desafortunados, ¿queda
lugar para defender los derechos de los animales? Como animales
humanos que somos deberíamos fomentar la compasión con nuestra propia
especie y las demás. Por supervivencia más que por bondad. No es una
cuestión maniquea educar a la ciudadanía en el respeto a todas las
criaturas. Sería lo adecuado a un grado de civilización aceptable a
estas alturas de la historia.
Sin embargo los hechos son
tozudos y la realidad es que muchos animales domésticos, sobre todo
perros potencialmente peligrosos, son abandonados por sus amos y acaban
hacinados en perreras municipales como el centro municipal de protección
animal de Zaragoza. Las instalaciones y los medios no son adecuados
para la masificación de mascotas desechadas. El personal es muy escaso.
La mitad desde que se privatizó el servicio. Si un trabajador enferma
nadie lo suple. No reciben formación especializada y deben enfrentarse a
situaciones muy complejas. Pese al esfuerzo altruista de los
voluntarios, que desinteresadamente colaboran en el cuidado de los
animales, la situación es dantesca. Se dan casos en los que son
sacrificados o mueren por falta de atenciones específicas. Es evidente
que existen cuestiones que todos debemos plantearnos respecto a la
compra y cría de mascotas, sean o no de razas p.p.. En algunos países
como Finlandia se ha prohibido la cría mientras existan perros o gatos
en refugios o perreras. Son seres vivos que sufren y padecen. No podemos
tratarlos como objetos.
Quizás sea el camino hacia la
sociedad civilizada a la que se refería Leonardo. Pero mientras tanto no
podemos olvidar esos juguetes rotos que abarrotan los centros
municipales y los albergues y recabar medios y atención para darles
cuidados y una existencia digna.
Sin compasión animal, no se puede esperar humanidad ni evolución. Así de claro.
DdA, XV/4276
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