sábado, 17 de agosto de 2019

UN SIGLO EN LA CUESTA DEL CHOLO


Félix Población

Si no hay pintura con un cierto reconocimiento sobre esta magnífica fotografía de Mendoza Usía, fechada en 1920, quizá se deba a que primen sobre las cualidades del pincel que la firmara las del fotógrafo por captar esa imagen cotidiana de la vida pescadora en el viejo barrio gijonés de Cimavilla, cuna de la ciudad. 

Para quienes vivieron en aquellos primeros decenios del pasado siglo sería inimaginable prever entonces que, cien años después, lo que constituía la base de su subsistencia, ganada en la trabajosa y arriesgada brega marinera, no tendría presente. Las más maduras generaciones actuales de gijoneses llegaron a conocer todavía la llegada de los barcos pesqueros hasta La Rula, donde se subastaba la mercancia, y la Cuesta del Cholo y el Tránsito de las Ballenas solían estar transitadas por los carros y carretillas de las pescaderas del llamado barrio alto, personajes en verdad singulares cuya tipología tan bien dibujó la escritora Pilar Sánchez Vicente en su última novela (Mujeres errrantes). De ellas, y de las de ese tiempo además, tenemos imágenes en el extraordinario Retablo del Mar, talla en madera policromada de la que es autor el escultor Sebastián Miranda.

Sobre esta obra, de la que se van a cumplir pronto cincuenta años desde que fue trabajada, es interesante recordar su elaboración. El artista ovetense (1885-1975) dedicó tres años a la tarea, tomando apuntes del natural en los años veinte y haciendo, en primera instancia, una composición original  en barro que luego pasó a escayola. El retablo fue expuesto en la biblioteca del Instituto Jovellanos, el Paraninfo de la Universidad de Oviedo y en Casa Lizárraga (Madrid) en 1933. El éxito fue tal que la inauguración de la exposición en la capital de la República contó con la asistencia del entonces presidente, Niceto Alcalá Zamora, y los políticos socialistas Indalecio Prieto y Teodomiro Menéndez. 


Cuando el  Estado propuso la compra de la obra, Miranda inició su transformación en madera de roble a cuatro tintas. La Diputación de Asturias planteó, mediante suscripción popular, la compra de la versión en escayola, pero el inicio de la Guerra de España dejó en nada esas perspectivas, pues el estudio del artista se encontraba en Ciudad Universitaria y lo tuvo que abandonar por la beligerancia de los combates que se registraron en la zona. El artista se trasladó a París y a su regreso habían desaparecido el edificio y todas sus obras como consecuencia de las acciones de guerra.  Sin embargo, Miranda logró localizar en un vertedero de Chamartín un vaciado en escayola del original y algunas maquetas. Esa fue la base para que retomara el proyecto en Gijón por dos veces: la primera en los años cuarenta y después en 1969, para terminarlo en 1972 y ser adquirido por el Ayuntamiento de Gijón en 1973 en cinco millones de pesetas.

Volviendo a la Cuesta del Cholo, no se sabe la razón de por qué esa cuesta se llama así, pero sí que Cholo es un vocablo importado de Perú -leo- con el significado de mestizo. Anteriormente se la conocía por Calle de la Riba o Canto. Así se cita en el catastro del Marqués de la Ensenada, en referencia al murallón que todavía existe en el lugar. En cuanto al Tránsito de las Ballenas, su nombre se debe a que allí se despiezaban esos cetáceos, con un año, 1722, como fecha término de la última ballena que se apresó con arpones y sangradera. 

De los cinco personajes que se nos ofrecen en un primer plano en la fotografía, tres son mujeres  de una cierta edad, aunque haya una a la que apenas se puede ver. Se supone que regatean acerca del precio de los bonitos que están a sus pies, sobre la misma calzada.  Los otros dos personajes son un adolescente que mira a la cámara con una cierta curiosidad  y un niño en cuclillas de tres o cuatro años que observa de cerca  el pescado, sin dejar de prestar atención a la charla de las mujeres. Quizá sea únicamente él, si su vida llegó a la senectud sorteando todas las penalidades del agitado siglo que le tocó en suerte, quien haya podido alcanzar los primeros años de nuestra actual centuria, con la Cuesta del Cholo convertida en espacio de ocio de las jóvenes generaciones, a las que quizá el único vínculo que les une con las pasadas sea el sabor la sidra que beben y algún recuerdo perdido de sus abuelos.


 Fotografías como la de Mendoza Usía deberían servir para cultivar en esas generaciones la memoria de las ciudades que habitan, nutriendo la imagen con el imprescindible contexto social e histórico en el que discurrió la existencia de aquellas gentes. Es a lo que invita la cámara del fotógrafo, sabiendo -sobre todo- que esas gentes cuyas figuras han quedado plasmadas como testimonio de una época fueron las que trataron nuestros abuelos y bisabuelos, conformando el paisanaje popular de hace casi un siglo. Nuestro tiempo está cada vez más dominado por la presión del presente y lo presencial como para reparar en nuestra memoria, pero no debemos olvidar -en frase de Saramago- que somos la memoria que tenemos. Por eso y más razones, una copia del Retablo del Mar debería presidir la Cuesta del Cholo o el Tránsito de las Ballenas en homenaje a quienes protagonizan esa obra de Sebastián Miranda e hicieron su vida en esas calles.

                   DdA, XV/4249                

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