martes, 20 de agosto de 2019

LA FÁBRICA DE ACERO QUERÍA OBREROS SANOS


Félix Población

He seleccionado dos páginas de la revista Mundo Gráfico, que reconocerán de inmediato todos los gijoneses y que identificarán especialmente aquellos cuyos padres, abuelos o bisabuelos hayan nacido o vivido en esa villa en el año o en torno al año  en que esa publicación, editada en Madrid, ofrece varias perspectivas de sus calles, playa e industria: 1916. 

Es de resaltar que esa revista, creada tras unas escisión del semanario Nuevo Mundo (1894-1913), era una de las más populares y modernas del primer tercio del pasado siglo, por lo que la aparición de una pequeña ciudad de provincias en sus páginas debió de tener amplio eco social en la villa cantábrica. Su novedoso diseño gráfico, con la portada en color y hasta un 90 por ciento de sus páginas ocupado por fotografías, contribuyó indudablemente a que lograse una de las mayores tiradas entre publicaciones similares (entre 80.000 y 130.000 ejemplares).

De periodicidad semanal, salía a la calle los miércoles, con  entre 36 y 48 páginas y una portada generalmente  en color, que solía ser una fotografía de estudio con  actrices, actores, toreros o afamados personajes de la vida pública. En su contenido ilustrado no faltaban las caricaturas y viñetas humorísticas, con  artículos de costumbres, viajes, arte, moda, deportes, divulgación, política nacional e internacional, críticas de espectáculos, teatro y secciones taurinas, noticias de actualidad y de sucesos, así como narraciones breves, textos en verso y charadas, dedicándole gran espacio a los anuncios publicitarios, entre estos una sección de anuncios telegráficos o por palabras.

La razón de este artículo está en el año en que Gijón aparece en esta popular revista, 1916, año del nacimiento de Sinda, aunque siempre nos quiso hacer creer que era un año más joven. Esas, por lo tanto, o muy parecidas imágenes fueron las que acompañaron y sirvieron de escenario a sus años de niñez y mocedad, algo que a quienes la quisimos y recordamos nos complace revisar.

En la primera de las páginas se observa la calle Corrida arbolada, con sus anchas aceras, la calle Pi y Margall (luego de los Moros), el arranque de la larguísima calle Ezcurdia en El Muro -donde sigue estando el llamado martillo de Capua- y una vista de la playa de San Lorenzo, posiblemente en día festivo, dada la concurrencia. Todos esos lugares serían años después familiares a la niña que crecía y apenas pudo ir a la escuela de Tremañes, porque trabajó desde los diez años, y a la joven empleada de La Algodonera, en La Calzada, que encandiló a un ferroviario avilesino al que conoció en esa misma calle Corrida, cuando mozos y mozas se ojeaban en los reiterados paseos de ida y vuelta que se prodigaban los fines de semana. 

Sinda fue también una enamorada del mar a la que las olas llenaban de carcajadas irreprimibles como nunca en ninguna otra circunstancia le pude escuchar. La guerra y el destierro del ferroviario partieron en su lozanía aquel noviazgo de nueve largos años, con un primer atisbo -como tantos- en una romería, noviazgo que ni una ni otro llegaron a romper y que arrancó en vísperas del 18 de julio de 1936, sábado de baile en el Parque Japonés, luego Gijonés, fecha en la que el joven ferroviario estrenó su primer traje de lino blanco.

Mundo Gráfico despacha el pie de esas fotos con un texto convencional propio de reportaje publicitario: "Gijón es una pintoresca villa asturiana, muy embellecida en los últimos años, hasta el punto de ser considerada una de las poblaciones más bellas del país. La animación de sus calles, el bullicio de su puerto y las comodidades de sus playas la han hecho ser preferida de todas las personas de buen gusto". No puede faltar una referencia convencional a "la magnificencia de sus edificios y a la belleza de sus mujeres que le prestan un encantador atractivo". También se señala el gran movimiento portuario de la ciudad.


La fotografía de la siguiente página de la revista madrileña corresponde a la Fábrica de Acero de Moreda, el lugar en el que José trabajó desde que formó una familia con Mariana y tuvo que alimentar a seis hijos, teniendo como hogar una modestísima vivienda campesina, levantada con sus manos, y en la que no faltaba el imprescindible pozo de agua, una pequeña huerta y dos higueras, plantadas cuando el matrimonio tuvo a su primera hija. Las higueras y la anciana María Luisa, con 105 años de edad, siguen en pie. También la casa, aunque casi subsumida en el abandono y la vegetación que la abraza con toda su memoria dentro y el retrato del bisabuelo Ramón, con bigote y sombrero, colgado de una alcayata en el cuarto de la tías Eugenia y María Cecilia. 

De la fábrica cuenta Mundo Gráfico que es "una de las industrias más importantes de la región, de las de presente más próspero y más halagüeño porvenir". La versión familiar que tenemos a través de Sinda es que en esa "próspera industria de halagüeño porvenir" se acortaron muchas vidas al pie de las duras jornadas de trabajo, donde a la fatiga extrema se sumaba el máximo riesgo laboral. Una de esas vidas cortas fue la de José, enfermo ya en los días en que la aviación hitleriana bombardeaba los vecinos depósitos de Campsa y los cristales de las ventanas de la modesta casa familiar saltaban en pedazos. Al pie del camastro de su padre, en la galería que daba al huerto con el pozo y las dos higueras, Sinda trataba de calmar los padecimientos de su padre rezando las oraciones que le había enseñado don Gregorio. Posiblemente también, la ira que le procuraban a un republicano y anarconsindicalista aquellos estruendosos ataques áereos.


En la revista Mundo Gráfico de 1916 no se habla de la intrahistoria obrera de aquella fábrica de acero. El asunto es muy otro. La mano de obra no contaba para las reseñas encomiásticas en ese tipo de informaciones. Sólo había noticia de los trabajadores cuando se producía un accidente laboral o se informaba de una huelga, como la que tendría lugar un año después, durante nada menos que dieciocho días o veinte días (según autores). Se inició el 13 de agosto de 1917 y su incidencia en la región alumbró uno de los mitos proletarios unánimemente más compartidos en el siglo XX, según Ramón García Piñeiro: el del minero asturiano como símbolo revolucionario, dado que esa huelga, pasados los primeros días, era "un general desmayo" en el resto del país, en palabras de Andrés Saborit, como lo sería la huelga general revolucionaria de 1934, que también en Asturias llegó hasta sus últimas y trágicas consecuencias. Fue en 1917, año de la revolución bolchevique en Rusia, cuando alcanzó notoriedad la Asturias dinamitera y también la Asturias mártir, como consecuencia de la represión llevada a cabo por el general Burguete. 

En la memoria colectiva de muchas familias -leemos en el citado García Piñero- quedó impreso para siempre el bando de este militar calificando de “alimañas” a quienes prolongaban “su rebeldía en la zona minera”, pero el desvarío de este “engendro”, en expresión de Tuñón de Lara, no puede empañar la vesania de otras conductas represivas de los victimarios. Para evitar sabotajes de los huelguistas, entre las localidades de Pola de Lena y Ablaña circuló un convoy, mandado por un teniente, que disparaba indiscriminadamente contra todo blanco que tuviera a tiro, incluidos animales, por lo que fue conocido como “el tren de la muerte”. El dirigente socialista Manuel Llaneza, creador del Sindicato Obrero Minero de Asturias (SOMA), solicitó al comandante militar que le permitiera difundir una octavilla recomendando al vecindario que no se acercara a la vía férrea, ya que entre las víctimas de las descargas de fusilería figuraban niños, mujeres y ancianos.


Portada de ‘El Noroeste’ de Gijón en la que se llama
a la huelga general, el 13 de agosto de 1917.

Un año antes de ocurrir ese histórico episodio, Mundo Gráfico centraba su atención periodística en la producción de la fábrica de acero gijonesa. Se nos habla de un alto horno que produce setenta toneladas de lingotes diariamente, que se elevarán a ochenta cuando se disponga del cock necesario. Se nos informa de los veintidos hornos de cock con una producción de cien toneladas cada veinticuatro horas y de los distintos trenes de laminación entre los que figura el de alambre, con los talleres de galvanización y de hileras para reducir el diámetro del material.


Especialmente peligroso para quienes estaban encargados de cortar el alambre fundido que se debía enrollar en grandes carretes era el tren dedicado a tal material, del que gracias a la colaboración de mi amigo Daniel, trabajador de la fábrica, he podido seleccionar algunas fotografías. En ellas se advierte que los obreros desempeñaban su labor sin protección alguna, con la boina de paseo en la cabeza y calzando zapatillas o madreñas. No era raro, por esto último, que a las altas temperaturas en que se encontraba el piso, alfombrado con grandes planchas de hierro, se les cayeran las uñas de los pies a los obreros. Los accidentes, caso de lesión con el alambre fundido, podían suponer la pérdida de un brazo o de una pierna, seccionados de inmediato si se producía el contacto.

Había también en la fábrica un taller de espino artificial  y un taller de aglomerados en el que se fabricaban briquetas de dos kilos, y un taller de puntas en el que trabajó la tía Luz desde que su marido Quilo, electricista y hermano de Sinda, falleció en un accidente laboral que se produjo una noche, mediados los años cincuenta. Contaba Luz, ya en su ancianidad y medio asomada a la demencia senil, que durante muchos años las operarias reclamaron a sus jefes el uso de guantes para empaquetar las puntas y así evitar las heridas que les ocasionaba hacerlo sin esa protección.

"En la actualidad -se nos dice en la información de la mencionada revista-, la Fábrica de Moreda está haciendo trabajos para la electrificación y mejora de los trenes de laminación. Para ello cuenta con la energía de un salto de agua en Somiedo. También instalará una segunda batería de hornos de cock que alimentará el segundo alto horno, y por último se instalará un nuevo horno Martín de treinta toneladas, que incrementará la producción de acero de los tres ya existentes y de menor tonelaje que producen 20.000 toneladas de acero al año". El reportaje sin firma concluye con estas líneas, sin que se nos informe siquiera del número de obreros que trabajaban en la fábrica: "Con estos proyectos se espera, en los cinco primeros años, doblar la producción actual. Puede esperarse este porvenir del entusiasmo y la inteligencia de sus directores".



La fábrica había sido fundada en 1879 por el ingeniero Isidoro Clausel, su primer director, con un capital de dos millones y medio de pesetas, respaldado por industriales y banqueros franceses. Se la llamó Sociedad de las Minas y Fábrica de Moreda y Gijón y ocupaba un terreno de cuatro hectáreas entre las líneas férreas de Noroeste y de Langreo, en lo que entonces eran las afueras de la ciudad. En los años noventa de ese siglo, la industria fue adquirida por la Sociedad Industrial Santa Bárbara, con José Tartiere y Lenegre como inteligente director, digno de encomio por parte de la citada publicación. Ese mismo director exponía en un comunicado publicado en 1906, pocos años antes de que José Bernardo ingresara en la fábrica: “Todo obrero que se admita a  partir de la fecha de hoy debe  gozar de excelente salud y no padecer ninguna predisposición a contraer ninguna enfermedad o lesión por efecto del trabajo al que se le dedique”.

Era indispensable gozar de una salud plena de facultades para trabajar en esa industria fabril, sometida a unas durísimas condiciones laborales que irían minando de modo galopante la vida de sus obreros al carecer de cualquier tipo de protección. Los trabajadores calzaban zapatillas de esparto o madreñas, como se puede apreciar en algunas fotografías, por donde corría el arrabio y su único casco era la boina de uso cotidiano que se empleaba en esos años entre las clases populares.  No son pocas las referencias que se tienen  de aquellos años acerca de las enfermedades provocadas. La nómina de José no pasaba posiblemente de los 7 reales de jornal al día, por lo que se veía obligado a trabajar con su mujer el pequeño huerto doméstico para contribuir a la subsistencia familiar. Los ingenieros recibían al mes 200 pesetas.


De la imagen que está sobre estas líneas no hay constancia en la mencionada publicación madrileña, pero al menos sí se puede apreciar por la altura del banco sobre el que se sienta el chico que aparece en uno de los talleres con la boina calada en la cabeza que su edad era la apropiada para asistir a clase en una escuela. La fotografía es de 1920 y ese niño bien podría ser el hermano mayor de alguno de los compañeros de juegos que tuvo Sinda en su aldea, próxima a la fábrica, de los que con menos de diez años -como ella- empezaron a trabajar, en su caso en la casería de un familiar, para pasar después a servir en la ciudad en casa de doña Cecilia, una señora tan devota como distinguida en la que creyó ver un modelo a seguir.

Es de resaltar, a modo de colofón,  que con la derrota de la segunda República que quiso dar pan y escuela a tantos y tantos niños y niñas como los de esa fábrica, muchos de sus trabajadores perdieron la vida en los consejos de guerra sumarísimos que llevaron a cabo los vencedores en la ciudad, donde fue muy dura la represión franquista, según recuerda con un total de 1934 nombres el monumento en su honor erigido en el cementerio de El Sucu, lugar de la mayoría de las ejecuciones. 


Hoy recordarte
será como llorar sobre una fuente:
inútil y bellísimo.
Isaac Páez

Llegaron todas las voces a la casa abandonada.
El viento, como un mastín voraz y jubiloso,
acorralaba las voces que venían del eco.
En cada rincón dormía un animal del recuerdo,
y al roce de mis manos iban desperezándose
de un larguísimo sueño de muerte y de milenios.
Un hombre necesita una casa para vivir, o morir,
y un tintero de sangre para escribir con furia.
En esta noche de añorados huéspedes
llegan todas las voces que antaño fueron fuego
para decirme que la soledad no es hija del silencio
ni todos los silencios son jinetes de la muerte.
Una casa deshabitada es un laberinto de sombras,

donde el viento jubiloso baila con fantasmas.
José Luis García Herrera

                           DdA, XV/4252                         

No hay comentarios:

Publicar un comentario