En estos tiempos torvos de “postverdad”, el discurso político
dominante (repito, el dominante) pretende convertir los hechos en un
magma líquido a través del cual los “comunicadores” pretenden hacernos
tragar, con suavidad e inconsciencia, píldoras envenenadas que
difícilmente aceptaríamos desnudas y aisladas. Construir un discurso
trufado de medias verdades, mentiras agradables y manipulaciones
seductoras en las que esconder las mentiras repugnantes y las
desagradables verdades se ha convertido en un arte o, mejor, en un
oficio muy bien pagado. Desentrañar el papel de todos los elementos
pragmáticos (quién, con qué intención, a quién se dirige, el contexto,
la situación, etc.) de una comunicación cualquiera, más aún en el ámbito
social o en el político, para interpretar correctamente ese mensaje
exige una práctica y un conocimiento nada sencillos, de los que la
mayoría carecemos. Pues, elaborar mensajes (o establecer estrategias)
tendentes a confundir, engañar, seducir, convencer,... cuenta cada día
más con “expertos” muy preparados, que basan su trabajo en estudios
bastante exhaustivos sobre cómo manipular la conciencia y los deseos de
la mayoría social.
No es fácil orientarse en ese ámbito en el que
el ciudadano es considerado como una “mercancía” electoral siempre en
disputa, lo que genera, por tanto, discursos destinados a confundirnos
y/o seducirnos. No, no es fácil orientarse, pero no es imposible. Porque
en el tráfago de discursos permanecen a veces hechos incontestables que
poseen ciertas virtudes reveladoras, que descubren lo secreto, como
luces que iluminan las sombras en las que se pretende esconder las
verdades esenciales.
Hace días decía en este muro, dirigiéndome a
Pedro Sánchez: “en la entrevista se notaba perfectamente que repetía
argumentos aprendidos y no sentidos, como si se viera usted obligado a
defender algo ajeno, bien aprendido pero sin convicción”. Sigo pensando
lo mismo, pero creo que entonces no vi con claridad el verdadero
problema del asunto: Pedro Sánchez es el cliente (casi en exclusiva) de
Iván Redondo.
No es un hecho menor, pues quien elabora la línea
de tus discursos y dicta el camino de tus estrategias es como un
hacedor, al menos en parte, de tu conciencia política. Cierto que todos
los políticos con cierto nivel de responsabilidad tienen sus asesores.
No es extraño ni anormal. Lo lógico sería que los buscaran entre
aquellos con los que comparten ideales políticos, objetivos sociales,
metas de justicia (o lo contrario),... y que, conjuntamente, elaborasen
la mejor vía para alcanzarlos (aunque la mercadotecnia electoral y falta
de principios ha hecho de esto algo cada vez menos frecuente). Pero,
¿quién es Iván Redondo? Pues no es ni socialista ni afiliado al PSOE,
sino un empresario (como tal empezó al servicio de Pedro Sánchez) al que
el presidente interino de gobierno ha nombrado jefe de gabinete en
Moncloa y al que confía su estrategia y su línea de discurso por un
módico sueldo de 105.000€ al año (más el prestigio y los contactos a
futuro, que traerán suculentos beneficios). El señor Redondo ha
conseguido que Pedro Sánchez sea su cliente. Y lo consiguió después de
haber tenido como cliente al señor Xavier Albiol, ese dirigente del PP,
ex-alcalde xenófobo de Badalona, cuyo discurso elaboró el señor Redondo
con el fin de llevarlo al sillón municipal, sin importarle un pito la
falta de humanidad de su discurso; y también después de haber tenido
como cliente a otro dirigente del PP, el señor Monago, al que este
empresario dictó sus discursos, en cuanto jefe de gabinete del
ex-presidente de la Junta de Extremadura, para que este justificara sus
viajes personales a Canarias a costa del erario público; y después de
tener como cliente al Señor Basagoiti, del PP de Euskadi. Y este
conocimiento me lleva a preguntarme (y también le preguntaría al señor
Sánchez) qué sistema de valores, qué conjunto de principios rigen las
recomendaciones del señor Iván Redondo cuando aconseja a Pedro Sánchez
sobre el ejercicio del poder o la forma de alcanzarlo. Y, conociendo su
trayectoria, no puedo contestarme más que de la siguiente forma: le dará
cualquier consejo rentable para ese fin, sin valores ético-sociales,
sin tener en cuenta principios, a costa de lo que sea, como los que dio
a Albiol o a Monago en su momento.
Desde esa convicción, al
escuchar a Pedro Sánchez durante estos días de investidura, me resulta
imposible olvidar que la estrategia y los discursos del aspirante a
presidente llevan el sello del señor que hizo alcalde a Xavier Albiol.
Me resulta difícil no acordarme de que Pedro Sánchez es cliente de Iván
Redondo.
DdA, XV/4239
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