jueves, 25 de julio de 2019

PEDRO SÁNCHEZ, EL CLIENTE DE IVÁN REDONDO


Alejandro Álvarez

En estos tiempos torvos de “postverdad”, el discurso político dominante (repito, el dominante) pretende convertir los hechos en un magma líquido a través del cual los “comunicadores” pretenden hacernos tragar, con suavidad e inconsciencia, píldoras envenenadas que difícilmente aceptaríamos desnudas y aisladas. Construir un discurso trufado de medias verdades, mentiras agradables y manipulaciones seductoras en las que esconder las mentiras repugnantes y las desagradables verdades se ha convertido en un arte o, mejor, en un oficio muy bien pagado. Desentrañar el papel de todos los elementos pragmáticos (quién, con qué intención, a quién se dirige, el contexto, la situación, etc.) de una comunicación cualquiera, más aún en el ámbito social o en el político, para interpretar correctamente ese mensaje exige una práctica y un conocimiento nada sencillos, de los que la mayoría carecemos. Pues, elaborar mensajes (o establecer estrategias) tendentes a confundir, engañar, seducir, convencer,... cuenta cada día más con “expertos” muy preparados, que basan su trabajo en estudios bastante exhaustivos sobre cómo manipular la conciencia y los deseos de la mayoría social.
No es fácil orientarse en ese ámbito en el que el ciudadano es considerado como una “mercancía” electoral siempre en disputa, lo que genera, por tanto, discursos destinados a confundirnos y/o seducirnos. No, no es fácil orientarse, pero no es imposible. Porque en el tráfago de discursos permanecen a veces hechos incontestables que poseen ciertas virtudes reveladoras, que descubren lo secreto, como luces que iluminan las sombras en las que se pretende esconder las verdades esenciales.
Hace días decía en este muro, dirigiéndome a Pedro Sánchez: “en la entrevista se notaba perfectamente que repetía argumentos aprendidos y no sentidos, como si se viera usted obligado a defender algo ajeno, bien aprendido pero sin convicción”. Sigo pensando lo mismo, pero creo que entonces no vi con claridad el verdadero problema del asunto: Pedro Sánchez es el cliente (casi en exclusiva) de Iván Redondo.
No es un hecho menor, pues quien elabora la línea de tus discursos y dicta el camino de tus estrategias es como un hacedor, al menos en parte, de tu conciencia política. Cierto que todos los políticos con cierto nivel de responsabilidad tienen sus asesores. No es extraño ni anormal. Lo lógico sería que los buscaran entre aquellos con los que comparten ideales políticos, objetivos sociales, metas de justicia (o lo contrario),... y que, conjuntamente, elaborasen la mejor vía para alcanzarlos (aunque la mercadotecnia electoral y falta de principios ha hecho de esto algo cada vez menos frecuente). Pero, ¿quién es Iván Redondo? Pues no es ni socialista ni afiliado al PSOE, sino un empresario (como tal empezó al servicio de Pedro Sánchez) al que el presidente interino de gobierno ha nombrado jefe de gabinete en Moncloa y al que confía su estrategia y su línea de discurso por un módico sueldo de 105.000€ al año (más el prestigio y los contactos a futuro, que traerán suculentos beneficios). El señor Redondo ha conseguido que Pedro Sánchez sea su cliente. Y lo consiguió después de haber tenido como cliente al señor Xavier Albiol, ese dirigente del PP, ex-alcalde xenófobo de Badalona, cuyo discurso elaboró el señor Redondo con el fin de llevarlo al sillón municipal, sin importarle un pito la falta de humanidad de su discurso; y también después de haber tenido como cliente a otro dirigente del PP, el señor Monago, al que este empresario dictó sus discursos, en cuanto jefe de gabinete del ex-presidente de la Junta de Extremadura, para que este justificara sus viajes personales a Canarias a costa del erario público; y después de tener como cliente al Señor Basagoiti, del PP de Euskadi. Y este conocimiento me lleva a preguntarme (y también le preguntaría al señor Sánchez) qué sistema de valores, qué conjunto de principios rigen las recomendaciones del señor Iván Redondo cuando aconseja a Pedro Sánchez sobre el ejercicio del poder o la forma de alcanzarlo. Y, conociendo su trayectoria, no puedo contestarme más que de la siguiente forma: le dará cualquier consejo rentable para ese fin, sin valores ético-sociales, sin tener en cuenta principios, a costa de lo que sea, como los que dio a Albiol o a Monago en su momento.
Desde esa convicción, al escuchar a Pedro Sánchez durante estos días de investidura, me resulta imposible olvidar que la estrategia y los discursos del aspirante a presidente llevan el sello del señor que hizo alcalde a Xavier Albiol. Me resulta difícil no acordarme de que Pedro Sánchez es cliente de Iván Redondo.

                    DdA, XV/4239                 

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