viernes, 26 de julio de 2019

LA PRESIONES DE LAS QUE SÁNCHEZ HABLÓ A ÉVOLE SON CONNIVENCIA



Gijón. 8-5-2015. el secretario general de la FSA-PSOE, Javier Fernández participa en el mitin que también intervienen, Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, y José María Pérez, candidato a la alcaldía de Gijón. Foto: Flickr FSA-PSOE
Gijón. 8-5-2015. el secretario general de la FSA-PSOE, Javier Fernández participa en el mitin que también intervienen, Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, y José María Pérez, candidato a la alcaldía de Gijón. Foto: Flickr FSA-PSOE
Antonio García Rosas

El fracaso de la investidura del pasado día 25 de julio está en boca de todos. Con los números sobre la mesa, las últimas elecciones generales mostraron que una mayoría de españoles estaba a favor de un gobierno de progreso. Los militantes del PSOE dejaron claro, la misma noche electoral, que no querían un pacto con Ciudadanos. Las diferentes encuestas han mostrado, incluso a pesar de las tensiones entre PSOE y Podemos, que tanto la mayoría social como el espacio de la izquierda estaban a favor de ese gobierno de coalición.
¿Qué ha sucedido entonces para que tras dos votaciones, Pedro Sánchez no haya conseguido formar Gobierno? La respuesta debemos buscarla en la propia naturaleza dual del PSOE, en sus contradicciones internas. Por un lado, una base muy leal e implicada con las siglas, pero muy heterogénea, en la que conviven desde liberales reformistas (algunos cuadros intermedios y técnicos del entorno del PSOE nutrieron a Ciudadanos en sus primeras fases) hasta socialdemócratas tradicionales (aunque estos cada vez más en minoría). Por otro lado, una estructura que ha sido responsable de la construcción de las instituciones democráticas modernas de este país, y que por tanto se entrelaza peligrosa y estrechamente con el Estado.
El PSOE es el partido que ha gobernado este país durante más tiempo. Como bien se encargan de recordar sus dirigentes con frecuencia, no se puede entender la historia moderna de España sin esta organización. En ese entrelazamiento entre partido y Estado, los intereses de unos y otros se confunden, y terminan fundiéndose. Y es que el Estado profundo va mucho más allá de las instituciones democráticas. Se compone de altos funcionarios de carrera, de directivos de empresas públicas y privadas, de dueños de medios de comunicación… Un gran número de ellos confluyen en la formación que dirige Pedro Sánchez.
Hay, desde luego, otro gran sector de la clase dominante, más conservador, que hunde sus raíces mucho antes de la Transición, y que tradicionalmente ha sido representado por el Partido Popular, al que ahora se ha sumado Vox; pero este sector, precisamente, fue el que llegó en segundo lugar al consenso de 1978. Sus redes, aunque extensas y considerables, no lo son tanto como las del PSOE.
La dicotomía existente entre esas bases heterogéneas y muy amplias… y el aparato del Partido, vinculado a los grandes poderes públicos y privados, es la clave para entender las maniobras del PSOE en esta negociación. No es descabellado pensar que Sánchez y los suyos nunca han querido gobernar con Unidas Podemos, y que todo este proceso de negociaciones ha sido una maniobra más – la enésima – del aparato para engañar a un sector crítico de las bases con juegos de trileros.
Ya cuando Pedro Sánchez, en 2016, a la estela de Corbyn y Sanders (aunque el giro de los anglosajones ha sido mucho más a la izquierda), se convirtió en el campeón de “las bases” frente a la estructura, se habló – lo hizo el propio Sánchez en una entrevista con Jordi Évole que levantó ampollas – de presiones. En la dialéctica en la que se movía por aquel entonces el hoy Secretario General del PSOE, él se erigía en defensor del alma de izquierdas de su organización frente a los malvados burgueses que habían secuestrado la organización. Él haría frente a las presiones. Él pactaría con Podemos. Él lideraría un Gobierno de izquierdas que se enfrentara al poder.
¿Pero hubo realmente presiones? ¿Hasta qué punto es cierta esta narrativa, y hasta qué punto era sólo una estrategia de un Sánchez en horas bajas dispuesto a subirse a la ola de un hipotético giro a la izquierda que ganaba popularidad en otros países?
Lo que entonces se vendió como una influencia externa, ajena al partido, ha demostrado ser, durante estas negociaciones, una parte indisoluble del alma del partido. Más aún, parece ser la parte dirigente: el PSOE se negó a darle el Ministerio de Trabajo a Unidas Podemos porque para la CEOE cualquier candidato de la izquierda alternativa era inquietante. Por lo que hemos ido sabiendo posteriormente, fue precisamente el Ministerio de Trabajo lo que constituyó el principal elemento de fricción entre ambas partes. Tal es así que, en un último intento por resolver la situación, Pablo Iglesias se mostraba incluso dispuesto a renunciar a dicho Ministerio.
No es que hubiera presiones: es que hay connivencia. Sintonía. Intereses compartidos. Esta vez no ha habido resistencia por parte de Pedro Sánchez. No se han concedido escandalosas entrevistas repletas de titulares. No se ha señalado con el dedo a los responsables de bloquear el acceso de determinadas personas inquietantes a puestos de responsabilidad.
Más bien al contrario, el PSOE y Pedro Sánchez han hecho suya esa inquietud, y así lo han expresado públicamente durante todo el debate. La realidad de este país es que las grandes empresas no están dispuestas a asumir una fiscalización democrática: sólo los partidos institucionales (es decir, aquellos cuyas estructuras resulta difícil separar de las del Estado) son aceptables para la CEOE y el IBEX35 porque, al fin y al cabo, son parte del propio Estado profundo. Han firmado el pacto de silencio, son partícipes la omertá de este Estado profundo, que va desde los altos funcionarios públicos hasta los consejos de administración de las grandes empresas: gente que no se somete a elecciones ni rinde cuentas ante nadie, más que ante los propios.
El PSOE vive preso de esa duplicidad en la que se mueve, casi siempre con comodidad, porque no ha habido nunca una organización, una movilización de su ala izquierda, convenientemente neutralizada. José Antonio Pérez Tapias, candidato de Izquierda Socialista en el famoso Congreso Extraordinario de 2014, no obtuvo más que el 15% de los votos: su papel, el de la renovación del partido desde la izquierda, fue fagocitado por Pedro Sánchez, un hombre gris, un funcionario interno del partido, diputado provincial, aupado por el propio aparato, sin un historial político relevante. Mientras que en otros países el giro a la izquierda de la socialdemocracia era encabezado por dirigentes de probada honradez y largas trayectorias, en España se le confiaba a un individuo convertido en mártir repentino por una reyerta interna. Como si a un cappo se le concediera una Medalla al Mérito sólo por cortarle el cuello a otro para hacerse con su territorio.
Como el coronel, Sánchez finge de cara a la galería que dirige una organización de izquierdas, y que él es el más comprometido: de puertas para adentro, no tiene que llevarse a la boca. Como el coronel, Sánchez esperaba su propia pensión, en la forma de una carta en blanco desde Unidas Podemos que diera una pátina de legitimidad a su gobierno. Pero desde la izquierda alternativa se han negado a ser palmeros de un gobierno diseñado a medida de la CEOE y el IBEX35, y Pedro Sánchez, hoy, no tiene quien le escriba.
La miseria ideológica del PSOE es la herida por la que se desangra la izquierda: urge cerrarla para pasar página. Arrebatarle la hegemonía como partido principal de la izquierda entre la clase trabajadora y el pueblo es tarea prioritaria. Esto lo vamos a hacer llevando al PSOE a un terreno en el que su neoliberalismo le impida transitar.

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