Lazarillo
Releo estos días el libro editado por el historiador Ricardo Robledo a propósito de la Guerra Civil en Salamanca y que bajo el título unamuniano Esta salvaje pesadilla incluye diversos artículos sobre ese tema, entre los que se encuentran algunos muy interesantes del propio Ricardo y otros de sus colegas. Como es obvio, no puede faltar entre los textos el que se refiere a Miguel de Unamuno y su intervención en el paraninfo de la Universidad el 12 de octubre de 1936, festividad del que se conocía como Día de la raza. El artículo lo firma el escritor salmantino Luciando G. Egido, autor asimismo de un libro sobre el escritor vasco al final de su vida en la ciudad en la que residió tantos años: Agonizar en Salamanca. Como recientemente don Miguel ha sido citado ("venceréis pero no convenceréis") en el Congreso de los Diputados con motivo de la fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, tanto por la izquierda como por la derecha y la ultraderecha (Esquerra Republicana, PP y Vox), el diario La Vanguardia publica hoy una entrevista con el autor de un libro sobre los últimos meses de Unamuno (fallecido el 31 de diciembre de 1936). Su autor es Severiano Delgado Cruz, bibliotecario de la universidad salmantina, y la obra coincidirá (se publica en octubre) con el estreno de la película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra (27 de septiembre), que versa precisamente sobre ese último tramo de la vida de don Miguel, por lo que es muy probable que película y libro tengan una polémica repercusión. Para Delgado, la frase consabida “se ha convertido en un lugar
común sin significado” porque “el que pierde una votación suelta la
frasecita y se cree Unamuno en el paraninfo”. “Es un discurso tan
manoseado, tan manido y tan tergiversado que al final no quiere decir
nada. Lo utiliza todo el mundo cuando quiere darse la razón a sí mismo.
Lo usan progresistas y reaccionarios”, añade en conversación telefónica
con La Vanguardia. Me parece oportuno, al respecto, recordar este artículo de Ricardo Robledo, publicado hace meses en De Re Historiographica, cuando una asocaición llamada Veteranos de la Legión amenazó a Amenábar con acciones legales -mientras el cineasta rodaba en Salamanca-, en defensa del general Millán Astray, como si pretendieran dictarle el guión a uno de nuestros más prestigiosos directores, asesorado sobre Unamuno por quienes más saben acerca de don Miguel: el matrimonio Rabaté (Colette y Jean Claude):

Ricardo Robledo
Si el himno de la Legión, «El novio de la muerte», canturreado por cuatro ministros del anterior gobierno fue noticia hace unas semanas, ahora los Veteranos de la Legión quieren convertirse en guionistas de la nueva película –«Mientras dure la guerra»- que Amenábar empezó a rodar a fines de mayo en Salamanca para recrear los últimos seis meses de vida de Unamuno. De no quedar bien parado el fundador de la Legión, emprenderán las acciones legales para defender a Millán Astray. A tal fin aconsejan que el director de cine «filme la despedida que hubo entre ambos aquel día a partir del único documento gráfico que recoge ese momento, la fotografía que consta en la edición del día siguiente, el 13 de octubre de 1936, en el Diario El Adelanto de Salamanca, donde se inmortaliza una despedida relajada y sonriente». Para los legionarios es la “verdad conocida” y a ella debe atenerse. Ainda mais: Aménabar debe hacer caso al historiador Severiano Delgado y no a los Rabaté, autores de la última y documentada biografía de Unamuno. A fines de agosto, la plataforma de legionarios acusa al gobierno de falta de transparencia en la financiación de la pelicula (ABC 22 de agosto) Como está ocurriendo con el episodio del Valle de los Caídos el pasado solo es uno y no debe salir del sitio seguro.
El acontecer cotidiano, agitado por los avatares políticos que
estamos viviendo, es también el espejo donde se reflejan las visiones
contrapuestas de los sucesos del Paraninfo de la universidad salmantina
el 12 de octubre de 1936. Hace años, primero Emilio Salcedo (Vida de Don Miguel, 1964) y luego Luciano Egido (Agonizar en Salamanca,1986)
nos dejaron una bella crónica de aquel “Día de la Raza” que ahora
Severiano Delgado (“Arqueología de un mito”, Academia.edu) ha
reconstruido razonadamente en un pequeño ensayo objeto de polémicas y
menosprecios diversos. Lo que ha cuestionado este autor es la recreación literaria de Luis Portillo en 1941, en un relato, Unamuno’s Last Lecture,
que fue más tarde recogido por Hugh Thomas y por Ricardo de la Cierva,
hasta llegar a convertirse en el relato canónico del suceso. (Por
cierto, y entre paréntesis, Delgado ha sido el primero en consultar el
expediente militar y académico de Portillo y aclarar la trayectoria de
este profesor de derecho civil de la Universidad salmantina, periodista
ocasional como A. Barea en el servicio exterior en lengua española de la
BBC).
Estas matizaciones escapan al burdo mensaje de los legionarios,
quienes, cogiendo el rábano por las hojas, han deducido por su cuenta
que la inexactitud de las palabras pronunciadas en aquel acto avala la
tesis de que no hubo enfrentamiento alguno en aquel acto. Con esto no se
hace más que ratificar la versión del periódico ABC
el día 8 de mayo pasado cuando tituló la noticia: «Venceréis, pero no
convenceréis»: desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y
Millán-Astray .
Como en una discusión escolástica, la exégesis ha dejado a oscuras el
contexto que hizo posible el discurso. El peligro es quedarnos en la
historia que los franceses llamaron événementielle. Vayamos a
los hechos. Gracias a la entrevista que efectué hace unos diez años a
Carmina Unamuno y Luis Santos, ya fallecidos, contamos con la carta que
al día siguiente, 13 de octubre, Francisco Bravo, jefe de la falange
salmantina, escribió al hijo mayor de Unamuno, Fernando, que estaba en
Palencia. Tras aludir al “grave incidente suscitado con ocasión del
acto del paraninfo”, añadió:
Creo, Fernando, que debes irte a
Salamanca y convencer a tu padre de que en tanto duren las
circunstancias evite actuaciones públicas que alarmen o indignen a
gentes que andamos metidos en la guerra … Sería doloroso que a tu
padre, cuya contribución al movimiento nacional es tan significativa y
magnífica, sobre todo para el Extranjero, pudiera sucederle algún
incidente desagradable.
Estas inquietantes palabras -que dejan malparada la idea de una
«despedida relajada y sonriente»- reflejan la exaltación en la que vivía
aquella ciudad convulsa, agitada por falangistas de derecha y de
izquierda, militares, legionarios, carlistas, monárquicos o arribistas
de todo tipo, que obligaron como mal menor a que Unamuno fuera
destituido de sus cargos en la Universidad y en el Ayuntamiento. El
problema por lo tanto no está en la exactitud, canónica, del “Venceréis
pero no convenceréis”, sino en “los incidentes desagradables”, en
conocer lo que se estaba haciendo para “vencer”. Y durante años el acto
del Paraninfo, envuelto en brumas diversas, dejó en segundo lugar el
comprender por qué en esta Castilla azul sin amenazas revolucionarias
durante la República y donde más bien no llegó a haber guerra civil,
pudo haber tanta violencia y muerte. Hoy sabemos gracias a “Memoria y
Justicia de Salamanca” que el número de víctimas se acercó al millar en
Salamanca.
En una provincia controlada a las pocas horas del golpe, la guerra
debería haberse reducido, en teoría, a la movilización humana y material
y a honrar a los fallecidos en el frente, pero como en tantos pueblos
de Castilla se instaló la represión para lograr la construcción de la
Nueva España; una represión que alcanzó por otra parte a personajes que
se habían distinguido por su centrismo y moderación, como ocurrió con
los asesinatos de los amigos íntimos de Unamuno: el pastor protestante
A. Coco, el alcalde y catedrático Prieto Carrasco y, entre otros, su
discípulo Salvador Vila, Rector de la Universidad de Granada.
Comprender la violencia azul de Castilla, de Salamanca, ha sido
posible gracias precisamente a Severiano Delgado (y Santiago López).
Fueron ellos los pioneros en la investigación del terror de Estado
llevado a cabo mediante la liquidación física del enemigo o la cárcel.
Los alcaldes y concejales del Frente Popular, los maestros y los
jornaleros del campo fueron los sectores más castigados por la
represión, en especial en aquellos lugares más significados en el
proceso de la reforma agraria. Los miembros de los piquetes irregulares
mantuvieron siempre la impunidad, amparados por la autoridad militar. La
eliminación física del contrario se llevó a cabo sobre todo durante los
meses de agosto, septiembre y octubre de 1936. Es decir, el acto del
Paraninfo se celebra en la fase dura de la represión. La peculiar
versión del último Unamuno efectuada por Francisco Blanco Prieto (Miguel de Unamuno. Diario final, 2006)
recoge testimonios estremecedores de cómo aquellos acontecimientos del
otoño salmantino zarandeaban a aquel personaje dividido entre su
«intrahistoria» y un pueblo que no comprende.
Junto a los hechos, obviamente cuenta también el relato que se hace de ellos;
es la utilización del pasado que va modelando nuestro presente. Muy
tempranamente la historia quiso teñirse de azul falangista, como
depositario de la ortodoxia unamuniana. Y el aparato de propaganda
franquista en octubre de 1937 –cuenta Fontana en el prólogo a Esta salvaje pesadilla– utilizó la publicación Spain,
con gran despliegue tipográfico, para difundir un texto titulado:
«Civilización contra barbarie. El llamamiento al mundo del profesor
Unamuno». En la breve introducción se decía que esta publicación se
hacía «en memoria del gran pensador y patriota que falleció el 31 de
diciembre pasado». Casi setenta años después «Venceréis pero no
convenceréis» fue la gran pancarta que en 2005 el alcalde salmantino
colgó en el balcón del ayuntamiento para excitar los ánimos contra
quienes se llevaban los papeles del Archivo, instrumentalización que
tuvo que ser denunciada por los familiares de Unamuno.
Parece que Unamuno ha sido más manoseado por los “hunos” que por los
otros. El último episodio de los defensores de la Legión arrogándose la
custodia de la verdad -«Parece que la verdad les importa una mierda»,
alegan- resultaría solo un disparate, casi surrealista, si no sirviera
para alimentar la fábula de la Anti-España, rota por los
frentepopulismos, que sigue teniendo réditos políticos…
Los historiadores reconstruimos el pasado hasta donde las fuentes y
las hipótesis lo permiten. Muy probablemente nunca sabremos las palabras
exactas que desataron la hybris de Millán Astray cuando gritó «!Muera
la intelectualidad traidora¡». Sin embargo se mira con lupa la última
versión del 12 de octubre del 36 salmantino como si la (única) historia
se hubiera congelado en esos minutos que duró el discurso de Unamuno.
Por eso opino que quedarnos en la mitificación o no de aquel acto, es quedarnos en la espuma de la historia, sin renunciar por supuesto a las consecuencias del relato, como acabo de exponer.
Para terminar, conviene volver a Francisco Bravo cuando el 10 de
febrero de 1935 hizo de embajador de Primo de Rivera y Sánchez Mazas en
la visita a la casa de Unamuno, poco antes del primer mitin de Falange
en la ciudad. Jose Antonio alabó al maestro sobre todo por “su pasión
castiza por España”. Según Bravo (Jose Antonio, el hombre, el jefe, el camarada, Madrid,
1940), Unamuno se despachó a gusto contra los separatistas. Jose
Antonio, emocionado -«Su defensa de la unidad de la Patria frente a todo
separatismo nos conmueve a los hombres de nuestra generación»-, le
pidió que se apuntara a Falange, invitación que no tuvo la contestación
esperada. La historia de Bravo -que avisó de los posibles peligros que
podía sufrir Unamuno por su discurso en el Paraninfo y receptor de una
dura carta suya- resulta inquietante dado su protagonismo en la
represión como jefe de la Falange salmantina. Esa represión forma parte
de la «intrahistoria» unamuniana que se posterga cada vez que la
historia del 12 de octubre de 1936 se enclaustra rígidamente en los
muros del Paraninfo salmantino.
DdA, XV/4841
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