Félix Población
La villa leonesa de Valderas, con poco más de mil quinientos habitantes, está situada en la comarca de Tierra de Campos, y sorprenderá a quien la visite por su patrimonio histórico. También, por lo muy a ojo que tiene la información disponible acerca todos y cada uno de sus no pocos edificios monumentales. Lo percibirá el viajero en cuanto se ponga a pasear por sus calles y plazas. Una serie de carteles facilitan esa labor.
Empezando por las plazas, la que más llama la
atención es la de los Caños o de Santa María del Azogue (de zoco,
mercado, az-zuaq), por la iglesia del mismo nombre, que data del siglo
XII, aunque fue reformada en el XVI y XIX. En su interior, de tres
naves, con bóveda de crucería y ábside cuadrado, hay un retablo mayor
del siglo XVI de un supuesto discípulo de Berruguete y otros cuatro
retablos barrocos más del XVII, como también es de ese siglo el órgano
ubicado en la nave derecha. La torre de la iglesia parece la del
homenaje de un castillo, quizá por haberse asentado el templo en origen
sobre una antigua fortaleza.
En la misma y espaciosa plaza
encontramos, junto a un estrecho edificio modernista de insólita factura
en la villa, el que llaman Antiguo Consistorio, cuya sobria
arquitectura data también del siglo XVIII. Pese a su nombre, no llegó
esa construcción a tener función municipal alguna, pues sólo servía para
que la corporación municipal se asomase a sus balcones durante los
festejos locales. Flanquean la fachada dos torres con chapiteles y el
suficiente encanto como para creerse la leyenda de dama valderense María
de Hazas (o Zarzas) y el rey godo Witiza, que mandó destruir las armas
para convertirlas en herramienta de campo, frente a la oposición de esa
señora. A la leyenda que leo le faltan detalles para dotarla de interés.
En la parte central de la fachada del edificio hay emplazado un escudo
con las armas de la villa. Lo ilustra un brazo que sostiene una bandera
rescatada del fuego, a modo de símbolos de los asedios sufridos por la
localidad y su resurgir tras cada uno de ellos.
En uno de los
edificios de la Plaza de los Caños nació un ministro, que lo fue de la
Gobernación con Alfonso XIII, y que como tal propició la llegada del
llamado Tren Burra a Valderas, un ferrocarril de vía estrecha que
comunicaba las localidades de Medina de Rioseco y Palanquinos.
Desconozco la razón del calificativo, aunque lo más posible es que
obedeciera a la lentitud de su marcha.
Otros lugares que ocuparán
la curiosidad del viajero serán la Plaza San Juan y la iglesia del mismo
nombre. En la primera se celebraba el mercado a partir del siglo XVI,
cuando había dejado ser libre y se regulaba mediante precios y tributos
la compraventa. Era entonces una plaza porticada, con muchas posadas y
figones en sus soportales y con muy sabroso condumio en el menú a base
de bacalao, cordero y escabeche. Todavía hoy es afamado el bacalao al
ajoarriero de Valderas, aunque no tuve oportunidad de probarlo, con
encontrarse entre los restaurantes uno llamado La meca del bacalao. Se
cuenta que hasta de Flandes venían gentes al que se consideraba uno de
los más importantes mercados del reino.
Como curiosidad reseñable
de la iglesia de San Juan, reformada en el siglo XVI sobre su original
construcción medieval con base y contrafuertes de piedra y muros de
ladrillo, lo que más sobresale de su interior de tres naves es la gran
bóveda de la capilla mayor y el piso de madera. Debajo de éste se
encuentran los enterramientos de los fieles más notables con sus
respectivas inscripciones. Más cerca del altar y las capillas laterales
encontramos los nombres de lo que más pagaron por ser inhumados en el
sacro recinto, entre los que figura un tal capitán Bartolomé Costilla
Cépeda, fallecido en 1666.
Siguiendo el callejeo por la villa, nos
sorprenderá el gran Palacio de los Castrojanillos, situado en una calle
que por su estrechez dificulta la perspectiva de su monumental conjunto
de dos plantas, levantado en 1791 por Manuel Díaz Pernia, caballero de
la Orden de Santiago, cuyo escudo figura en la portada de dos cuerpos,
enmarcada por columnas de granito. Se dice que aquí durmió Napoleón
Bonaparte durante la guerra de la Independencia, aunque hay quien
asegura que lo hizo en el seminario.
El seminario de Valderas es
otro edificio imponente, fundado en 1738 y erigido seminario conciliar
durante el reinado de Fernando VII. De estilo post-herreriano, fue
gestionado por los padres carmelitas calzados y albergó a gran número
de alumnos provenientes de toda la comarca, hasta el año 1952 en que el
obispo de León Luis Almarcha vendió la institución a los carmelitas
descalzos, que instalaron en el edificio un colegio bajo la dirección
del padre Albano García, historiador y cronista de la villa de Valderas.
En 1970 se cerró el colegio por traslado del seminario de los
carmelitas descalzos a un nuevo edificio cerca de la ciudad de León. En
1974 lo compró el Ayuntamiento, que lo rehabilitó con poca pericia al
destruir gran parte de la obra arquitectónica, sin llegar a establecer
un uso posterior. En la actualidad está ocupado por el Hogar del
Pensionista, una residencia de ancianos de nombre Edad Dorada, una
biblioteca municipal y la Oficina de Turismo.
Otro monumento a
destacar es el llamado Arco de los Arrejes, que data del siglo XII, es
de estilo mudéjar en ladrillo y yeso, y tiene como gran aliciente el
haber conservado durante más de ocho siglos su rastrillo original, uno
de los más antiguos y de los pocos que se pueden ver en España. Se trata
de una de las primeras puertas de entrada a la villa por la zona sur,
junto a la puerta de San Isidro que llevaba al antiguo barrio judío.
LA OTRA HISTORIA SIN MEMORIA
Desde el Arco de los Arrejes desembocamos en una plaza recoleta,
llamada de los Cestos, en cuyo centro hay una especie de murete con una
inscripción a nombre del Ayuntamiento de Valderas: "A todos los que
sufrieron las consecuencias de una guerra que nunca debió existir
(1936-1939)". En 2005, gobernando el Ayuntamiento el PSOE, se decidió
eliminar el monumento a los caídos por Dios y por España y erigir en su
lugar, en la plaza que llevaba el nombre de Calvo Sotelo, este murete
muy poco vistoso con una frase que da a entender un similar reparto de
culpas y víctimas en la contienda entre republicanos y facciosos.
La
frase en cuestión no ha sido fácil de pergeñar en una localidad donde
todavía es un «tema sensible», se nos dice en la información publicada
el mismo año de la propuesta municipal, tres décadas después del
fallecimiento del dictador y dos años antes de que se aprobara la
llamada Ley de Memoria Histórica con el primer gobierno de Rodríguez
Zapatero (PSOE). Sin embargo, bajo esa frase híbrida se camufla una de
las páginas represoras más cruentas llevadas a cabo por las tropas
golpistas en la provincia. Tal parece que se tratara de dar un
escarmiento a la que los ejecutores de esa masacre llamaban la Moscú de
España o Valderas la roja.
Lo cuenta con detalle Miguel García Bañales en su libro Valderas. Memoria de un exterminio.
Por tal se ha de considerar la matanza de cerca de un centenar de
personas, al menos, en una población que en 1936 tenía 3.300 vecinos. En
total, según el citado autor, 178 valderenses pasaron por las cárceles y
centros de detención franquistas, en cuanto llegaron a la localidad el
24 de julio de 1936, procedentes de Benavente, 300 militares felones a
los que no pudo hacer frente un contingente de 150 vecinos mal armados y
sin apenas municiones. Derrotados sin apenas resistencia, los facciosos
llevarán a cabo una auténtica masacre. Muchas de las víctimas siguen
enterradas en fosas sin nombre.
En esa localidad leonesa se vivió
durante la segunda República una dura disputa entre los sectores
reaccionarios, representados por la oligarquía caciquil y el clero, y
los jornaleros, víctimas de una dura explotación, según cuenta García
Bañales. El alcalde, Victoriano López Rubio, y el sindicalista
Falconerín Blanco Fernández, ambos asturianos, hicieron valer los
derechos de los trabajadores frente a la resistencia de los
propietarios, por lo que las huelgas por parte de unos y los acosos por
parte de otros eran hasta tal punto frecuentes que cuando López Rubio
decidió cambiar el nombre de la calle Padre Isla por el de Lenin se
produjeron algunos incidente y la villa pasó a llamarse en la crónicas
conservadoras la Moscú de España o Valderas Roja, terminología acaso
influyente para la posterior matanza.
Pero si la izquierda se
hacía notar en la localidad, también lo hizo el fascismo a partir de
1933, con el triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre,
teniendo como líderes al sacerdote y profesor Marcelino Macho y al
capellán castrense y de las JONS Nemesio García. Las amenazas de los
grupos fascistas obligaron al alcalde y al sindicalista citados a
abandonar el pueblo, siendo sustituido el primero por Gregorio García,
que un día resultó herido de muerte en la calle al salir del
Ayuntamiento por las agresiones de esos grupos. No se registraron
detenciones a partir del 18 de julio. La autoridad republicana se limitó
a mantener vigiladas las viviendas de aquellos vecinos proclives por su
ideología a apoyar la sublevación.
La vida cotidiana siguió
funcionando en Valderas con normalidad, según cuenta García Bañales,
hasta que los tres centenares de militares golpistas llegaron al pueblo,
posiblemente al reclamo del calificativo con el que fue indentificada
la villa en la prensa conservadora provincial. Entre los que defendían
la legalidad republicana sólo se salvaron los que huyeron al monte,
después de una corta resistencia para la que no contaban ni con armas ni
con munición suficiente. Los golpistas registraron la Casa del Pueblo y
cada una de las viviendas de la localidad. Los vecinos detenidos serán
distribuidos por las cárceles de Benavente, Astorga y San Marcos (León).
Se
cuenta que Falconerín, el sindicalista asturiano de curioso nombre o
apodo, detenido posiblemente en otra localidad de la comarca, falleció a
consecuencia de las torturas, y que a Victoriano, el exalcalde, le
grabaron las letras F y E en las mejillas y un INRI en la frente.
También se cree que le cortaron los testículos y que murió lapidado. Los
fusilamientos se iniciaron en el mes de octubre y se calcula que fueron
ejecutadas en torno a noventa personas, cuyos restos están repartidos
en fosas comunes en las provincias de Zamora y León. La Asociación para
la Recuperación de la Memoria Histórica cifró hace unos años el total de
desaparecidos en 117.
En 2015 se celebró un homenaje a las nueve
personas identificadas y nuevamente inhumadas con la debida dignidad,
cuyos restos fueron hallados cerca de Valderas en 2012. El salón de
plenos del Ayuntamiento acogió a cientos de personas que quisieron
reunirse para recordar a las víctimas. La alcaldesa Silvia Blanco (PSOE)
intervino en el acto para agradecer el trabajo de la ARMH y pedir que
esas personas y todo lo que vivieron "no caigan en el olvido". También
dijo que ese momento fue uno de los mejores durante su gestión al frente
del municipio. Podría haber recurrido la alcaldesa socialista a una de
las frases que dijo una de las víctimas antes de morir: "Que esto nadie
lo borre, que no os engañe nadie". Se llamaba Pacífico Villa Pastor y
fue asesinado el 9 de octubre de 1936. Otros nombres recuperados del
olvido son los de José Gómez Chamorro, de 34 años, y Andrés Carriedo
Callejo, de 59 años.
También es conocido el caso del maestro de
Villaornate, Tomás Toral Casado, natural de Valderas, que fue asesinado a
los 36 años en Villadangos del Páramo, el 17 de octubre de 1936. En esa
pequeña localidad los falangistas requisaron las armas de caza del
vecindario, según documento aportado por Susana Toral Cabau, nieta del
maestro, por cuya digna memoria lucha con un recuerdo o anécdota
sumamente identificativo de su personalidad: el del día que Tomás Toral
entregó un par de zapatos nuevos, de los dos que tenía, a un pobre que
pasaba por la puerta de su casa.
La historia de todas estas
víctimas del franquismo es la que falta en el callejero valderense. No
se encontrará en ningún cartel esa referencia porque la única frase
alusiva a la Guerra de España elude expresamente hacer constancia de esa
masacre contra el vecindario republicano. Sólo en el cementerio hay una
sepultura que recuerda los nombres de las víctimas identificadas. Maxi
Barthe, vicepresidente de la Fundación Fermín Carnero, con sede en la
villa, dijo en aquel homenaje de 2015 que sólo el olvido es muerte y
para que la muerte de esas víctimas no se duplique con la del olvido le
falta a Valderas dar nombre e identidad, entre los vivos y para general
conocimiento de quienes visitan el pueblo, a todos aquellos vecinos
asesinados por defender la legalidad constitucional republicana.
*Artículo publicado también en elsaltodiario.com
DdA, XV/4203
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