miércoles, 8 de mayo de 2019

LAS MANSARDAS DE LA PLAZUELA DEL GENERAL SAN MIGUEL


Félix Población

Puede que las querencias afectivas por una ciudad vayan madurando y arraigando con los años en el fondo de la memoria. Para eso se requiere que el urbanismo y la arquitectura, por mucho que puedan ser modificados por el sostenido crecimiento demográfico que imponen los tiempos nuevos, mantengan un patrimonio invulnerable que sea defendido de la codicia del desarrollismo inmobiliario. Hubo mucho de esto en Gijón durante demasiados años y se cometieron auténticos desaguisados  contra magníficos y hermosos edificios del siglo pasado que hoy apuntalarían esa memoria que nos une emocionalmente con la ciudad. Algunas viejas imágenes de esas construcciones dan lugar sin duda a ese lamento cada vez que las revisamos.

Mi amigo Goti del Sol, al que presumo por edad y condición adicto a esas querencias, sabe buscar en el punto de mira de su cámara aquellos encuadres que escenifican sentimientos visuales unidos a nuestras respectivas biografías. El de la parte alta de esa esquina del edificio del viejo Café San Miguel (llamado popularmente El Cafetón, hoy remodelado) es uno de ellos. El Cafetón subsistió hasta bien entrados los años noventa del pasado siglo, dando lugar su cierre y remodelación a los melancólicas lamentos y evocaciones de quienes deploran la pérdida de lo que esos emblemáticos establecimientos comportan como lugar de encuentro afincado en la intrahistoria de la ciudad.

El edificio del San Miguel data de 1903 y fue su arquitecto Manuel del Busto (1874-194), con muchas obras en varias ciudades de Asturias, entre las que resalto el Teatro Palacio Valdés de Avilés. La construcción tiene tres plantas y alterna el estilo neobarroco con el art-nouveau de las molduras y pináculos. Creo recordar más edificios así en aquel viejo Gijón de mi niñez. Lo que más me llamó la atención de éste, desde siempre, fue esa rotonda con mansardas rematada en una cúpula, a la que Goti le ha dado una especial relevancia al enmarcarla entre la fronda de los tilos de la plazuela San Miguel. Es como si así ganara en primor y resalte esa arquitectura, dando al encuadre la falsa y aparente sensación de que nos encontramos en alguna histórica ciudad centroeuropea. 

Aprovecho la ocasión a que me mueve la imagen para hacer una referencia al general liberal Evaristo  San Miguel, cuyo apellido da nombre a la plaza y cuyo busto suele pasar desapercibido para los visitantes foráneos, con ser relevante su protagonismo en nuestro azaroso siglo XIX. A él le debamos -según se asegura- la letra del Himno de Riego, que fue el himno oficial de la monarquía constitucional durante el trinio liberal (1820-1823) y también el de la segunda República (1931-1939). Al parecer lo escribió el militar gijonés basándose en textos procedentes de la Guerra de la Independencia, sin que se sepa a ciencia cierta el autor de la música. El propio San Miguel cuenta que se cantó esa canción patriótica y guerrera  en el pronunciamiento de Riego, canción que según un testigo de los hechos, A. Grimaldi, en una carta publicada en el periódico El Averiguador en 1871, "se había impreso en San Fernando y el general llevaba formando paquetes en las cartucheras, de donde sacaba ejemplares para repartirlos". 


Llamando a la céntrica plaza gijonesa Plazuela de San Miguel se elude en cierto modo la identificación del lugar con la figura del militar. Casi se podría tener la sensación de que esa identidad respondiera mejor a una denominación arcangélica propia del nacional-catolicismo. El nombre completo de San Miguel respondía al de Evaristo Fernández San Miguel y Valledor (Gijón, 1785). Entre sus datos biográficas figuran los de haber conspirado con su paisano el general Rafael de Riego, natural de la localidad tinetense de Tuña, en la revolución del 1 de enero de 1820 que dio paso el trienio liberal, siendo nombrado entonces ayudante de estado mayor del ejército constitucional y secretario de la Junta de Oficiales, que vino a ser entonces una suerte de poder ejecutivo. Más tarde ascendió a coronel, siguiendo la política de Riego. De esa etapa data la fundación de El Espectador, periódico defensor de las doctrinas liberales. Vencedor contra la Guardia Real de los absolutistas que entraron en Madrid al objeto de abolir el sistema constitucional, San Miguel obtuvo la cartera de ministro de Estado, equivalente a ministro de Asuntos Exteriores. Como tal, se enfrentó a las ambiciones de las naciones extranjeras conformadas en la santa Alianza a favor del absolutismo. Fue más tarde combatiente contra los Cien mil hijos de San Luis, apresado y trasladado a Francia.

Luego de la década ominosa del rey felón, Fernando VII, regresó San Miguel a España con la amnistía, se unió a la causa de María Cristina de Borbón a favor de la legitimidad de su hija Isabel II al trono y en contra del infante don Carlos. Ese apoyo, que mantendría a lo largo de una vida en la que desempeñaría importantes cargos hasta el triunfo del general O'Donnell en 1856 en que se retiraría de la política, le valió que la reina  lo nombrase duque de San Miguel y Grande de España, además de ser distinguido con las grandes cruces de San Fernando, San Hermenegildo y Carlos III. Después de haber escrito  numerosos artículos y folletos, el general San Miguel dejó impresas varias obras. Elementos del arte de la Guerra (Londres, 1826), Historia de Felipe II, rey de España (Madrid, 1844), Vida de don Agustín Argüelles (Madrid, 1851) y una primer tomo de la serie Capitanes célebres de la antigüedad.

Dos autores se citan como primeros biógrafos de don Evaristo y de los dos copio sendos fragmentos relativos a su personalidad. El primero es francés, Eugenio Baret, que dijo de su biografiado: "Evaristo San Miguel era uno de esos hombres de la escuela de La Fayette, con el cual se le ha comparado con frecuencia, admirablemente apto para atacar a un gobierno establecido, menos capaz de fundar que de destruir, hombre de mediana inteligencia, pero de corazón ardiente, fanático por la libertad, comprendiendo de modo vago sus excelencias, capaz de arriesgar su vida por el triunfo de sus opiniones". 

El otro autor es nuestro olvidado lexicógrafo, político republicano federal y filósofo Roque Barcia (1821-1885), que conoció personalmente al militar y exalta la reputación de Evaristo Fernández San Miguel como persona honrada, "que en sus últimos años se decidió a hacer el bien, dando limosnas y pensionando a algunas familias, hasta el punto de que, disfrutando de crecidos sueldos, sólo dejó al morir  (Madrid, 1862) la suma de 14.000 reales". 

Yo no se si mi abuelo republicano, con el que iba de paseo hasta el Parque de Isabel la Católica las tardes de verano cuando no tenía más de seis o siete años, sabía la identidad de militar del busto de la plazuela al que cagaban las palomas, pero lo que sí le decía era que había que limpiarle las cacas de la cabeza a ese señor tan cagado, según recordaba mi madre tiempo después. Reparando en ello, reconsidero el silencio y la sonrisa de aquel anciano ferroviario, militante de la UGT, que más de una vez habría cantado durante la segunda República el himno redactado por el general.

De la cabeza cagada de don Evaristo pasaba yo a las mansardas de la cúpula del edificio de El Cafetón, por las que siempre preguntaba al abuelo, que había estado en París y me decía que en las buhardillas vivían los artistas, así que yo no me cansaba de decirle que quería vivir tan alto como ellos.


                   DdA, XV/4163                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario