Félix Población
Este jueves se presenta en Barcelona, con la presencia en el acto de la autora, un libro muy recomendable para todos los melómanos que estén interesados en una de las vertientes menos conocidas y por lo tanto menos valoradas de la historia de la música: la de aquellas mujeres que fueron compositoras y no tuvieron en su época ni la nombranía ni siquiera el reconocimiento del que gozaron sus colegas varones. Se trata de un trabajo tan documentado como concienzudo, acometido con rigor e inteligencia por la historiadora Anna Beer (Londres, 1964), y que ha sido publicado recientemente por la editorial Acantilado bajo el título Armonías y suaves cantos. Las mujeres olvidadas de la música clasica*.
Con traducción de Francisco López Martín y Vicent Minguet (conviene descartar expresiones del manido lenguaje periodístico cuando tantos sinónimos hay en nuestra lengua), este libro se centra en la personalidad humana y las creaciones de ocho mujeres músicas: Francesca Caccini, Barbara Strozzi, Jacquet de la Guerre, Marianne Martines, Fanny Hensel (Fanny Mendelsshon), Clara Schumann, Lili Boulanger y Elisabeth Maconchy.
El periodo que abarcan sus vidas va de principios del siglo XVII al pasado siglo XX, y a través de sus biografías se puede asistir a la incomprensión, indiferencia o condescendencia en el mejor de los casos con las que fueron tratadas. Eso no impidió, como podemos consultar en el glosario donde se seleccionan algunas de sus obras, que no cejaran en su empeño compositivo. A través de los sucesivos capítulos dedicados a cada una de ellas, nuestro itinerario como lectores arrancará en la Florencia renacentista para seguir hasta la década de los cuarenta del pasado siglo, sin que en ningún momento decaiga el interés por una naracción ágil y analítica, con agudas y precisas reflexiones.
La autora nos señala en una excelente introducción, Notas desde el silencio, los miedos y recelos que las mujeres que componían música despertaban desde que en el Libro de Samuel se decía que escuchar la voz femenina despertaba el deseo, y eso bastaba para silenciar a las mujeres en las iglesias y las sinagogas, cuando no en otros ámbitos. (Es de recordar al respecto que, aunque no se cumpliera en el culto, el Derecho Canónico prohibía el canto de las mujeres en las iglesias hasta 1983). Todavía en 1919, cuando una Sonata para violín y piano de Rebbeca Clarke ganó un premio importante, se llegaron a plantear si en realidad la obra correspondía a un seudónimo de Ernest Bloch o Maurice Ravel por la enjundia y rigor formal de la partitura, que solo podía corresponder acaso a la pluma de un varón. La extraordinaria Nadia Boulanger, sobre cuya malograda hermana Lili redacta Anna Beer uno de los capítulos más impactantes del libro, supo exponer muy bien lo que había tenido que sacrificar para labrar su carrera como profesora de composición de renombre internacional.
Por encima de todo, estas creadoras trabajaron en una cultural musical bajo el dominio y preponderancia de los hombres y se enfrentaron de modo reiterado a los ataques recibidos contra su reputación. Por eso esa lucha contra viento y marea en la que se embarcaron con tal de escribir música, merece el digno tratamiento que le da Beer. Como indica la propia autora, reunidas esas ocho historias ofrecen un cuadro complejo y modélico de desafíos y logros artísticos a lo largo de trescientos años que bien merece formar parte de nuestro legado cultural, sobre todo en unos tiempos en que el feminismo creciente y consciente trata de recuperar tanto tiempo debido a la mujer en lo que atañe a igualdad de derechos y libertades con el varón.
Nos recuerda Anna Beer en la apostilla final de su interesante libro que para prosperar un gran compositora hace falta algo más que un amante, un marido o un protector que la respalden excepcionalmente por su talento, como es el caso de muchas de las citadas. Una compositora necesita algo más que tener dinero y una habitación propia, según escribió Virginia Woolf. En palabras de la musicóloga Suzanne Cusick, también compositora, "la música tiene que ver por encima de todo, con el movimiento, la sociabilidad y el cambio, por lo que las compositoras no necesitamos tanto contar con una habitación propia en la que retirarnos del mundo, como poder estar en el mundo de una forma que nos permita hacer frente a los efectos habituales de paralización y de silenciamiento que ejercen las normas de género".
*Editorial Acantilado, 2019.
426 páginas
Nos recuerda Anna Beer en la apostilla final de su interesante libro que para prosperar un gran compositora hace falta algo más que un amante, un marido o un protector que la respalden excepcionalmente por su talento, como es el caso de muchas de las citadas. Una compositora necesita algo más que tener dinero y una habitación propia, según escribió Virginia Woolf. En palabras de la musicóloga Suzanne Cusick, también compositora, "la música tiene que ver por encima de todo, con el movimiento, la sociabilidad y el cambio, por lo que las compositoras no necesitamos tanto contar con una habitación propia en la que retirarnos del mundo, como poder estar en el mundo de una forma que nos permita hacer frente a los efectos habituales de paralización y de silenciamiento que ejercen las normas de género".
*Editorial Acantilado, 2019.
426 páginas
DdA, XV/4184
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