
Guerra Civil Española (1936-1952): una reinterpretación:
por Jorge Marco, University of Bath.
Que la guerra civil española terminó el 1 de abril de 1939 es una
convención tan asumida como que Franco murió el 20 de noviembre de 1975.
Así lo señalan de forma predominante libros escolares, textos
académicos y artículos en la prensa. Sin embargo, la muerte de Franco es
un hecho, mientras que el establecimiento del final de la guerra en
1939 es una interpretación. Y como toda interpretación, está sujeta a
debate.
Mi argumento es sencillo: la guerra civil española no terminó en 1939,
sino en 1952. Se trató de una guerra civil, por lo tanto, que duró 17
años en vez de los 3 que se han asumido convencionalmente.
Pero esta guerra civil no fue homogénea, sino que varió militarmente a
lo largo de los años, lo que implicó también cambios en los repertorios
de violencia empleados. Como propongo en mi artículo “Rethinking the Post-War Period in Spain: Violence and Irregular Civil War, 1939-1952” que se publicará en breve en Journal of Contemporary History, la guerra civil española tuvo tres frases en términos militares: Guerra civil simétrica no convencional, Guerra civil convencional y Guerra civil irregular.
Los conceptos de guerra civil simétrica no convencional, guerra civil
convencional y guerra civil irregular los tomo de Stathis N. Kalyvas,
quien ha analizado los diferentes dispositivos militares en el contexto de guerras civiles.
Sin embargo, discrepo del desarrollo posterior de esta teoría, donde Kalyvas y Laia Balcells han estudiado
lo que denominan ‘tecnologías de rebelión’, tratando de establecer una
correlación entre los tipos militares de guerra civil y el impacto de la
violencia sobre civiles. De hecho, el caso español, utilizando su
propio marco teórico, contradice sus conclusiones sobre las tecnologías
de rebelión. Pero esto es materia para otro artículo.
Guerra civil simétrica no convencional
Esta fase se desarrolló en España tras el fracaso del golpe de estado
hasta noviembre de 1936, aunque hubo un periodo de transición que se
prolongó hasta febrero de 1937.
Como han señalado varios historiadores,
durante este periodo se desarrolló una forma primitiva de guerra de
columnas que enfrentaba a pequeñas unidades de infantería carentes de
armamento pesado.
Esta situación empezó a variar a partir de noviembre de 1936 gracias al
asesoramiento de militares extranjeros, la paulatina organización bajo
un mando único en ambos ejércitos, y el envío masivo de armamento pesado
desde Alemania, Italia y la Unión Soviética.

‘Tanque ruso cogido a los rojos’
(Carros de combate y vehículos blindados en la Guerra Civil española).
Biblioteca Digital Hispánica. Biblioteca nacional de España., CC
BY-NC-SA
Guerra civil convencional
Estos cambios propiciaron una lenta transformación militar de la guerra: desde una guerra simétrica no convencional a una guerra civil convencional
a partir de la primavera de 1937. Desde ese momento hasta abril de
1939, la guerra se disputó por dos ejércitos regulares que se
enfrentaban en el campo de batalla utilizando el poder de la artillería
moderna por tierra, mar y aire.
La derrota del ejército regular republicano no implicó el final del
conflicto interno armado, sino una segunda transformación militar de la
guerra.

Público presenciando el ‘Desfile de
la Victoria’ sobre el edificio de la Biblioteca Nacional de España.
Madrid, 19 de mayo de 1939. Biblioteca Digital Hispánica. Biblioteca
Nacional de España. CC BY-NC-SA
Guerra irregular (o guerra de guerrillas)
A partir del 1 de abril de 1939 la dictadura de Franco tuvo que
enfrentarse a un enemigo mucho más débil, menos numeroso y completamente
aislado, pero al mismo tiempo muy escurridizo: la guerrilla
antifranquista. Pequeños grupos armados, replegados en su mayoría en
zonas montañosas, trataron primero de defenderse contra la ola de
violencia desplegada por la dictadura tras el final de la guerra
convencional. Sin embargo, a partir de 1944, al calor de las victorias
aliadas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, trataron de
organizarse como un ejército irregular capaz de derrumbar a la
dictadura.
La guerra irregular entre el Estado franquista y las guerrillas
antifranquistas generó una lógica de violencia propia dentro del marco
del proceso de limpieza política iniciado por los rebeldes en julio de
1936. De este modo, en los años cuarenta la dictadura de Franco desplegó
dos lógicas de violencia paralelas, que tenían vasos comunicantes, pero
al mismo tiempo eran diferentes. Las dos lógicas se dirigieron contra
el mismo enemigo interno, aquellos que en términos políticos y de clase
habían desafiado el orden tradicional.

Prisioneros del campo de
concentración con 1300 prisioneros republicanos de la 23 Brigada,
Villalba, Tarragona, 23 de agosto de 1938. Biblioteca Digital Hispánica.
Biblioteca Nacional de España. CC BY-NC-SA
Tras la derrota del Ejército regular republicano la dictadura aplicó un
extensivo programa punitivo. Los vencidos debían pagar sus culpas por
las acciones que habían cometido en el pasado. La mayor parte de ellos
fueron clasificados por la dictadura como redimibles y fueron sometidos a
un intenso programa de aislamiento, castigo y conversión forzosa. Por
otro lado, miles de republicanos fueron catalogados como irredimibles y
fueron ejecutados por tribunales militares. Esta lógica punitiva estaba
diseñada para subyugar definitivamente al enemigo sometido.
La magnitud de este proceso represivo fue la que provocó que un reducido
pero significativo número de los enemigos sometidos decidieran
rebelarse a lo largo de los años cuarenta.
El desafío armado de los grupos guerrilleros desencadenó una guerra
civil irregular y con ella, la lógica de la violencia contrainsurgente.
La organización de grupos armados contra la dictadura era una amenaza
para la estabilización del régimen y el máximo ejemplo de que el enemigo
interno no había sido todavía exterminado por completo. Por ese motivo
la dictadura combinó diferentes instrumentos represivos, incluyendo los
tribunales militares y el sistema penitenciario, pero la lógica
contrainsurgente impuso fundamentalmente un amplio repertorio de
prácticas brutales y masacres contra civiles y combatientes.
Muchos de los métodos empleados fueron similares a los que se utilizaron
durante la guerra civil convencional –algunos que incluso habían
desaparecido como la exposición de cadáveres–, pero también hubo
prácticas novedosas. Particularmente destacó el desarrollo de los
servicios de inteligencia, los cuales crearon extensas redes de
confidentes, dirigieron grupos paramilitares especializados en la guerra
sucia como las contrapartidas, implementaron medidas de guerra
psicológica, diseñaron tácticas de atracción de guerrilleros,
infiltraron los principales grupos armados y políticos de la oposición
antifranquista, y emplearon de forma sistemática la tortura como método
de extracción de información.
La guerra civil irregular en España, con su lógica contrainsurgente, se
prolongó hasta el año 1952, cuando se desmovilizaron las últimas
Agrupaciones guerrilleras vinculadas al PCE.
Por todas estas razones, considero que es necesario problematizar el
concepto de posguerra en España. El caso español en los años cuarenta es
más cercano a las guerras irregulares en Polonia (1942-1948), Grecia
(1946-1949), los países Bálticos (1944-1953), Ucrania (1944-1953) y
Rumanía (1944-1962) que a cualquiera de las posguerras de la Europa
occidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Por eso considero que la guerra civil española no terminó en el año
1939, sino que muy por el contrario, se prolongó durante 17 años.
Repensar la guerra civil, de este modo, ayuda a deconstruir los
discursos hegemónicos implantados por la dictadura desde hace más de 80
años.
Jorge Marco
es profesor de Historia y Política en el Departamento Politics,
Languages and International Studies en University of Bath (Reino Unido).
Anteriormente fue profesor en la Universidad Complutense de Madrid,
donde fue miembro de la Cátedra “Memoria Histórica del siglo XX”. Es
co-editor de libros como El último frente (2008), No solo miedo (2013) o
Violência e sociedade em ditaduras ibero-americanas no século XX
(2015), además de autor de monografías como Hijos de una guerra (2010),
Guerrilleros y vecinos en armas (2012) y coautor, junto a Gutmaro Gómez
Bravo, de La obra del miedo (2011). Su más reciente trabajo es la
publicación del libro Guerrilleros and Neighbours in Arms: Identities
and Cultures of Anti-fascist Resistance in Spain (2016).
Fuente → revista.lamardeonuba.es
DdA, XV/4166
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