Del magnífico artículo (Una parábola contemporánea) que firma hoy en el diario El País el periodista Enric González, me quedo con los siguientes párrafos, en los que el autor se refiere a los Epulones que han acudido en inmediata y multimillonaria ayuda para la reconstrucción de la catedral de Notre Dame de París. Nada se dice en los medios acerca de las investigaciones para saber las causas del incendio que sufrió una de las más bellas y carismáticas catedral del mundo. "Donaron después de la cena", titula alguien en las redes la foto que ilustra este post:
El incendio de Notre Dame de París
ofrece una instructiva parábola. La visión de la catedral en llamas
encogió los corazones en todo el planeta porque ardía un símbolo
múltiple: del cristianismo, de la historia cultural europea, de la
belleza arquitectónica, del turismo de masas, de un pasado que el viejo
continente parece añorar cada día con más fuerza. Extinguido el
incendio, cuando aún no se han evaluado por completo los daños y partes
de la estructura se mantienen en precario, se plantea el asunto de la
reconstrucción.
Y surgen los Epulones de hoy, los Arnault y los Pinault,
ofreciendo toneladas de dinero. Eso está bien. Por fin sabemos para qué
servían los paraísos fiscales, las reducciones de impuestos sobre las
grandes fortunas, las desgravaciones por obra cultural y, en general,
las políticas económicas contemporáneas: los multimillonarios fueron los
primeros en dar un paso adelante para rescatar un valioso pedazo del
patrimonio cultural y religioso de la humanidad.
Por decirlo de otro modo: los grandes mercaderes corren a salvar el
templo. Se trata de un buen gesto, al margen de cualquier consideración
sobre si lo que hay tras él es una operación de relaciones públicas o
blanqueo de imagen. Sí, es un buen gesto. Y es normal que hablemos de
ellos, los nuevos Epulones, mucho más que de los pequeños donantes
anónimos. Ellos ofrecen cantidades asombrosas.
Hay algo esencialmente obsceno en esta historia. En las fechas más
profundas del cristianismo, cuando se conmemora un fenómeno teológico
tan misterioso como la muerte y resurrección del dios del amor y la
compasión, el dinero que dejó de estar disponible para los necesitados
(inmigrantes, estudiantes, desempleados, familias con enfermos crónicos o
ancianos, y cortemos aquí porque la lista sería interminable) fluye
hacia el templo. El patrimonio de la humanidad, antes que la humanidad
misma. Y lo asumimos de forma natural.
DdA, XV/4147
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