Jaime Richart
Viendo,
pero también observando a lo largo de varios años (aunque basta uno)
“ese” programa nocturno de televisión en formato de debate político, se
pueden hacer inferencias y extrapolaciones precisas de la idiosincrasia
española; considerando “lo español” como los rasgos más comunes de la
sociedad española compacta vistos desde fuera...
Lo
primero que se advierte en dicho programa es que, con alguna esporádica
excepción, quienes intervienen en el debate son exclusivamente
periodistas. Se trata de un conciliábulo de predicadores que en 1978
dieron una patada a los curas y se subieron a los púlpitos televisivos
para impartir educación al personal. Muchas gracias. Pues gracias a
ellos, lo mismo que antes no teníamos que preocuparnos del más allá ni
de la moralina porque los clérigos pensaban por nosotros, a partir de
aquel venturoso año nos basta escuchar y leer a los periodistas, para
formarnos una opinión acerca de todo. Menos mal que ellos, siempre
“prudentes” y “neutrales” (sobre todo los que escoran a la derecha y a
los neocons) de
vez en cuando se salen de su estricta obligación de informar del hecho
político y, librándonos de la penosa tarea de formar nuestro propio
criterio, nos enseñan y orientan. Incluso podemos subirnos al carro de
la corriente de opinión que, organizados en la sombra para marcar su
tendencia, ponen en marcha. Pero no se cansen. Pues es universalmente
sabido que la libertad ideológica de la que los periodistas de las
cadenas alardean, y concretamente el moderador de este programa nocturno
(no la verdadera de los periodistas que bregan dificultosamente con sus
finanzas en medios digitales realmente independientes), es imaginaria o
fruto de la autosugestión. Y lo es, porque si trabajan allí es porque
camuflan bien su dependencia, pero en realidad laboran al dictado,
directo o tácito, de los dueños financieros de la cadena.
Pues
bien, esos periodistas, sin olvidar el acusado corporativismo que les
caracteriza, se enfrentan en un plató de televisión por la noche y hasta
casi la madrugada con similares mimbres a los de los portavoces de los
partidos políticos en las sesiones parlamentarias. Nada de términos
medios, nada de concesiones al rival, nada de la voluntad de confluir.
Sentados ambos bandos en dos hileras, frente a frente, la puesta en
escena consiste, de un lado en argumentar con sobriedad y del otro en
tirar los trastos a la cabeza de la peor manera posible al que razona
esforzándose en ser comedido y apuntar en la dirección de lo que se
supone es deseo colectivo de progreso. A la derecha, cinco periodistas,
por abreviar conservadores, y a la izquierda otros cinco, por abreviar
progresistas (un remedo ideológico de la división británica
bipartidista). De los cinco del lado derecho, tres de ellos fijos (dos
hombres y una mujer), y los otros dos, variando en cada programa según
nómina, de ideología conservadora más moderada. Los cinco de la
izquierda de entre una decena, más o menos, que rota, representan el
pensamiento progresista moderado y tolerante sin más. En cualquier caso
los cinco del bando de la derecha muestran, al igual que los partidos a
los que dan voz, un talante intolerante y agresivo contra todo cuanto no
sea de su parecer y contra lo que de mesurado y neutral puedan
representar los periodistas de la hilera izquierda.
En
cuanto al moderador, también periodista, ¡qué decir del moderador! Su
manejo de los tiempos, su obsecuencia hacia sus colegas de la hilera de
la derecha, el momento de hacer los cortes para la repulsiva publicidad
por norma cuando intervienen los de la izquierda; tolerar la constante
interrupción de los dos protagonistas permanentes de la hilera de la
derecha que amortigua, entrecorta, difumina la argumentación de los de
la izquierda; “tutelar”, siempre inútilmente y sin consecuencias la
llamada al orden a los dos de esta hilera que hablan con sorna, con
desprecio, gesticulando... como si estuviesen en su casa y como si el
resto de los presentes fuesen invitados de ocasión, etc, son detalles,
todos, que mueven a repulsión. Total, un programa televisivo que,
aparentando objetividad, hace un trabajo permanente de zapa para
debilitar el pensamiento y la acción incisivas de otros partidos, para
robustecer un constitucionalismo anacrónico y para apuntalar un
bipartidismo nauseabundo por imposible, en un país tan rico en ideas e
ideologías, como en imaginación.
Razones
estas, todas ellas que aconsejan a millones de espectadores a verlo
primero sólo por morbosidad, luego poniendo el “mute” al sonido
publicitario, luego poniendo el “mute” también cuando intervienen los
“okupas” del programa, y al final decidiendo abandonar tan bochornoso
espectáculo que no es más que una versión pretenciosa de los abundantes
en todas las cadenas, programas del culo...
DdA, XV/4122
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