martes, 26 de marzo de 2019

RADIOSCOPIA DE "LA SEXTA NOCHE"

Jaime Richart

 Viendo, pero también observando a lo largo de varios años (aunque basta uno) “ese” programa nocturno de televisión en formato de debate político, se pueden hacer inferencias y extrapolaciones precisas de la idiosincrasia española; considerando “lo español” como los rasgos más comunes de la sociedad española compacta vistos desde fuera... 

 Lo primero que se advierte en dicho programa es que, con alguna esporádica excepción, quienes intervienen en el debate son exclusivamente periodistas. Se trata de un conciliábulo de predicadores que en 1978 dieron una patada a los curas y se subieron a los púlpitos televisivos para impartir educación al personal. Muchas gracias. Pues gracias a ellos, lo mismo que antes no teníamos que preocuparnos del más allá ni de la moralina porque los clérigos pensaban por nosotros, a partir de aquel venturoso año nos basta escuchar y leer a los periodistas, para formarnos una opinión acerca de todo. Menos mal que ellos, siempre “prudentes” y “neutrales” (sobre todo los que escoran a la derecha y a los neocons) de vez en cuando se salen de su estricta obligación de informar del hecho político y, librándonos de la penosa tarea de formar nuestro propio criterio, nos enseñan y orientan. Incluso podemos subirnos al carro de la corriente de opinión que, organizados en la sombra para marcar su tendencia, ponen en marcha. Pero no se cansen. Pues es universalmente sabido que la libertad ideológica de la que los periodistas de las cadenas alardean, y concretamente el moderador de este programa nocturno (no la verdadera de los periodistas que bregan dificultosamente con sus finanzas en medios digitales realmente independientes), es imaginaria o fruto de la autosugestión. Y lo es, porque si trabajan allí es porque camuflan bien su dependencia, pero en realidad laboran al dictado, directo o tácito, de los dueños financieros de la cadena.

 Pues bien, esos periodistas, sin olvidar el acusado corporativismo que les caracteriza, se enfrentan en un plató de televisión por la noche y hasta casi la madrugada con similares mimbres a los de los portavoces de los partidos políticos en las sesiones parlamentarias. Nada de términos medios, nada de concesiones al rival, nada de la voluntad de confluir. Sentados ambos bandos en dos hileras, frente a frente, la puesta en escena consiste, de un lado en argumentar con sobriedad y del otro en tirar los trastos a la cabeza de la peor manera posible al que razona esforzándose en ser comedido y apuntar en la dirección de lo que se supone es deseo colectivo de progreso. A la derecha, cinco periodistas, por abreviar conservadores, y a la izquierda otros cinco, por abreviar progresistas (un remedo ideológico de la división británica bipartidista). De los cinco del lado derecho, tres de ellos fijos (dos hombres y una mujer), y los otros dos, variando en cada programa según nómina, de ideología conservadora más moderada. Los cinco de la izquierda de entre una decena, más o menos, que rota, representan el pensamiento progresista moderado y tolerante sin más. En cualquier caso los cinco del bando de la derecha muestran, al igual que los partidos a los que dan voz, un talante intolerante y agresivo contra todo cuanto no sea de su parecer y contra lo que de mesurado y neutral puedan representar los periodistas de la hilera izquierda. 

 En cuanto al moderador, también periodista, ¡qué decir del moderador! Su manejo de los tiempos, su obsecuencia hacia sus colegas de la hilera de la derecha, el momento de hacer los cortes para la repulsiva publicidad por norma cuando intervienen los de la izquierda; tolerar la constante interrupción de los dos protagonistas permanentes de la hilera de la derecha que amortigua, entrecorta, difumina la argumentación de los de la izquierda;  “tutelar”, siempre inútilmente y sin consecuencias la llamada al orden a los dos de esta hilera que hablan con sorna, con desprecio, gesticulando... como si estuviesen en su casa y como si el resto de los presentes fuesen invitados de ocasión, etc, son detalles, todos, que mueven a repulsión. Total, un programa televisivo que, aparentando objetividad, hace un trabajo permanente de zapa para debilitar el pensamiento y la acción incisivas de otros partidos, para robustecer un constitucionalismo anacrónico y para apuntalar un bipartidismo nauseabundo por imposible, en un país tan rico en ideas e ideologías, como en imaginación.   

 Razones estas, todas ellas que aconsejan a millones de espectadores a verlo primero sólo por morbosidad, luego poniendo el “mute” al sonido publicitario, luego poniendo el “mute” también cuando intervienen los “okupas” del programa, y al final decidiendo abandonar tan bochornoso espectáculo que no es más que una versión pretenciosa de los abundantes en todas las cadenas, programas del culo...

                           DdA, XV/4122                           

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