Había que responder de alguna forma contundente al señor que lidera la derecha en España y cuya última incidencia en la actualidad patria, antes de ocupar el lugar que ocupa, lo hizo titular de un máster de dudosa entidad académica. Estaba convendido de que esa respuesta no iba a proceder de ningún político en ejercicio porque todos andan muy liados con las campañas electorales. Para contestar como lo hace Lorena García hoy en eldiario.es no sólo se necesita una clara capacidad reflexiva sino una imprescindible experiencia vital. Partiendo de ahí y de su maternidad, la autora recuerda el vuelo de sus esperanza y nos resume en una última frase rotunda el valor de sus hijos: "No hay papel ni bandera que valga un minuto sin ellos". Sienta bochorno y vergüenza, Pablo Casado, ya que pedir perdón no sabe, y quédese con esta imagen:
Se trata de Princesa, la bebé que llegó sola, sin padres, a las playas de Tarifa. Su cuerpo flotaba en una lancha de juguete, mucho más consistente que el corazón de esta Europa mercantil.- Lazarillo
Lorena García
Fue en un Boeing 747 de
Aerolíneas Argentinas que cubría el trayecto Buenos Aires-Madrid donde
empecé a desaparecer. Mi hermano me había dado las instrucciones
precisas. “A partir del despegue tenés que evitar cualquier tipo de
problema. No discutas, no levantes la voz, que nadie se fije en vos ni
en los chicos”. Tenía 29 años, un hijo de 4, una de 2, tres maletas y un
marido esperando en Barcelona. Había cambiado mi casa, mis amigos y mi
pasado por unos billetes hacia un futuro diferente.
Un
señor italiano que estaba en el asiento de delante se giró quejándose
del ruido que hacían mis niños. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo y
pedí perdón mientras los hacía callar. ¿A dónde estaba yendo? ¿Valía la
pena arriesgar todo?¿Habría sitio para nosotros bajo el sol o
deberíamos escondernos para siempre? Recuerdo a mi niño que tras 10
horas de viaje se abrazaba a su peluche y me pedía por favor volver a
casa. Era imposible que entendiese que ya no había un hogar al que
regresar.
En el Aeropuerto de Barajas hicimos la cola de los No
Comunitarios. Más de la mitad éramos irregulares. ¿Cómo lo sé?
Llevábamos el miedo tatuado en la cara y la mejor ropa que podíamos
comprar. Era un disfraz y se notaba. Si preguntas a alguien que entró
como turista en Europa, te dirá que nunca olvidará el ruido que hace el
sello de Aduanas en el pasaporte recién estrenado. Es el ruido de una
puerta minúscula que se abre hacia la incertidumbre.
Los
trámites de regularización eran un laberinto imposible por lo que la
única opción eran las sombras. Borré a conciencia las palabras, los
giros rioplatenses de mi castellano. Enseñé a mis hijos los nombres
nuevos de las cosas para que se camuflaron en la sociedad que nos
recibía. Planté esos retoños en otra tierra para que crecieran fuertes,
seguros y felices. Ellos eran el motivo del viaje.
Durante
tres años fui una madre inmigrante sin papeles. Cada vez que salía de
casa pedía a un dios en el que no creo me dejase volver con los míos,
que no hubiese una redada, que mis vecinos no me denunciasen.
En
2005 recibí la carta que autorizaba mi residencia pero no sería hasta
2013 que mis hijos podrían tener la misma suerte. Las leyes de
Extranjería cambiaban cada seis meses y los requisitos se endurecían.
Fueron años de miedo. Ellos no conocían otra tierra que esta, había
hecho bien mi trabajo.
Recuerdo una fiesta escolar.
Habían decorado el patio con los nombres de los países de procedencia de
los alumnos. Veintisiete sitios del mundo representados en una escuela
con la naturalidad de un arco iris. El siglo XXI que muchos habíamos
soñado.
Hice horas de colas inhumanas para conseguir
un turno, pagué dinero que no tenía a gestores sin escrúpulos y me mordí
la lengua ante las injusticias porque el porvenir de mis hijos lo
valía.
Hoy leo que en una campaña electoral se propone retrasar la expulsión de las madres inmigrantes irregulares que entregan a sus hijos en adopción.
¿Es eso lo único que quieren de nosotras? No han entendido nada.
Vinimos por ellos. Cruzamos medio mundo y aceptamos matar nuestro
orgullo a cambio de su felicidad. No hay papel ni bandera que valga un
minuto sin ellos.
DdA, XV/4115
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