Si se tiene en cuenta que el movimiento
obrero en España fue mayoritariamente libertario, entre 1868 y el final de la
Guerra de España (1939), habrá que preguntarse por qué los anarquistas son los
olvidados de los olvidados.
Félix Población
Con
el título Los olvidados de los olvidados,
el escritor y editor Carlos Taibo, profesor titular de Ciencia Política y de la
Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, ha publicado (La Catarata,
2.018) una breve historia ilustrada (Jacobo Pérez-Enciso) del anarquismo
español. Dividido en 155 breves capítulos, incluidos prólogo y bibliografía, el
autor reacciona con este libro a la perplejidad que le causó leer recientemente
algunos libros de divulgación dirigidos a los jóvenes, con el objeto de
explicares la Guerra Civil y en los que el movimiento libertario queda
ostensiblemente ninguneado. El profesor Taibo, que ha dedicado al anarquismo
varias obras en los últimos años, entiende que en los aludidos textos se han
reproducido muchos de los lugares comunes promovidos por lo que algunos
estudiosos han dado en llamar “cultura de la transición”. El anarquismo español
no se merece esa conspiración de silencio que se ha cernido sobre su historia a
lo largo de las últimas décadas, habida cuenta el papel decisivo que desde la
llegada en 1868 de Giuseppe Fanelli a nuestro país ha jugado en pro de la dignificación
de la clase obrera y la lucha por sus derechos y libertades.
-¿Qué factores han influido a tu juicio
para que los anarquistas españoles, con siglo y medio de historia y un
historial tan denso como el que media entre 1869 a 1939, sean al día de hoy
los olvidados de los olvidados?
-Los
anarquistas han sido de siempre un testigo incómodo que ha llamado la
atención sobre las miserias del mundo de su tiempo. Y eso ha ocurrido
hasta hoy. Denunciaron con la palabra, pero también con los hechos, la
condición de los grandes terratenientes, y también la del incipiente
capitalismo español. No se dejaron llevar por ninguna idealización, tan
común en los tiempos que corren, de lo que supusieron las dos repúblicas,
y en relación con la segunda subrayaron su carácter fundamentalmente
burgués, represivo e inoperante. Por razones obvias, chocaron frontalmente
con lo que suponía el franquismo. Y se permitieron contestar, en fin, la
farsa de la transición a la democracia y el régimen correspondiente. En
esas condiciones, y como quiera que la historia la escriben los poderosos, era difícil imaginar que los anarquistas fuesen tratados de manera ecuánime y razonablemente objetiva. Sospecho, sin embargo, que en la cultura
popular la imagen que ha perdurado ha conseguido rescatar muchos
elementos positivos que escapan a un formidable ejercicio de ninguneamiento
y manipulación.
-¿Qué objetivos te has planteado a la hora de
escribir un libro de estas características y que, aparte de su orientación
divulgativa, aborda consideraciones críticas sobre los importantes
debates que se han suscitado dentro y fuera del movimiento libertario acerca de éste?
El
proyecto inicial del libro respondía al objetivo de dar réplica a un puñado de obras que, publicadas en los últimos años, se proponían explicar
la guerra civil a los jóvenes. Me pareció que esas obras obsequiaban a
los anarquistas con la pócima habitual: lo que en unos casos era un
olvido lacerante, en otros se convertía en una franca demonización, no
sin que faltasen los intentos de subsumir a aquéllos en el magma general
de “los republicanos”.Como
a menudo sucede, y sin embargo, el texto experimentó una deriva distinta y acabó por perfilarse como un trabajo de divulgación de
la historia del movimiento libertario español que, aunque mantiene elementos
del proyecto inicial –pienso ante todo en la brevedad de los capítulos y
en las espléndidas ilustraciones de Jacobo Pérez-Enciso-, no rehúye una
consideración crítica, y creo que razonablemente compleja, de problemas
centrales que afectan a esa historia. Estoy pensando, por proponer cinco
ejemplos, en las explicaciones aportadas para justificar la notable
presencia del anarquismo entre nosotros, en la tensa relación del mundo anarquista
con la segunda república, en la marginación de las mujeres en las propias
organizaciones libertarias, en la controvertida participación de la
CNT-FAI en los gobiernos republicanos durante la guerra civil o en la
percepción, muy sugerente y muy compleja, que los anarquistas mostraron
en lo que atañe a la organización económica y a la relación con el medio
natural.
-Un capítulo que siempre se aborda al
hablar de la historia del anarquismo es el de vincularlo con la violencia
o el terrorismo. ¿Por qué se ha llegado a esa asociación cuando –como
aseguras en este libro- la mayoría de las instancias de ese movimiento se mantuvieron al margen e incluso
condenaron la violencia?
-La
fórmula participa de un ejercicio general de demonización interesada. Llamativo resulta que, mientras se olvida la ingente dimensión constructora del anarquismo en terrenos como los de la economía social o la cultura, se subrayan sus vínculos, presuntos o reales, con hechos violentos. No se trata –yo no lo hago en el libro- de negar que en determinados momentos personas precisas, y en su caso organizaciones
enteras, asumieron el ejercicio de una acción violenta. Se trata, creo yo, de examinar en qué contexto vio la luz esa acción y cuáles fueron sus objetivos, como se trata de recordar, lo repito, que, de hacerse valer, cobró cuerpo en un marco caracterizado por un sinfín
de honrosas iniciativas de transformación social. Más allá de lo
anterior, hay que subrayar que quienes tanto empeño han mostrado en confundir
anarquismo y violencia no suelen prestar atención alguna a la violencia
que se revela en los sistemas que padecemos: la de tantos empresarios
sobre los trabajadores, la de muchos hombres sobre las mujeres, la que
ejercen los cuerpos represivos en las calles y en las cárceles, la que
asume la forma de genuinas guerras de rapiña o la que se manifiesta a
través de agresiones constantes contra la naturaleza.
-Al oponerse ontológicamente a toda
forma de gobierno, la segunda República no contó con el favor a priori del
anarquismo, ni durante el primero bienio reformista, ni mucho menos bajo
el bienio negro que dio lugar a la Revolución de Asturias. ¿Nos puedes
resumir la tensión que en unos y otro periodo mantuvo el movimiento
libertario con los gobiernos republicanos?
-La
relación fue siempre tensa, aunque pasase por momentos relativamente plácidos, como los relativos a los meses inmediatamente posteriores
a la instauración de la república y a las semanas que siguieron a las
elecciones de febrero de 1936. Los elementos de controversia eran
fuertes. La república, en su bienio reformista, no dudó en afilar
instrumentos de represión que estaban fundamentalmente dirigidos contra
el anarcosindicalismo. Benefició claramente, en su legislación inicial, a
la UGT socialista. No fue capaz de sacar adelante en momento alguno una
reforma agraria merecedora de tal nombre. Y, por si poco fuera, en las duras
jornadas que siguieron al 18 de julio de 1936, y en la persona de muchos
de sus dirigentes, se negó a entregar armas a los sindicatos. No faltaban
entre esos dirigentes, al parecer, quienes preferían antes a los
militares golpistas que a las milicias obreras. Durante la guerra civil,
en fin, la república hizo lo que estaba de su mano para arrinconar
la revolución social que había germinado de manera más o menos espontánea.
Olvidar el carácter fundamentalmente burgués de esa república es, a mi
entender, un grave error.
-¿Qué experiencia y balance críticos
sacó el anarquismo español de su participación en la Revolución de
Asturias de octubre de 1934, duramente reprimida, con casi 1.500 víctimas
mortales entre las fuerzas del gobierno y los revolucionarios?
-Creo
que la principal lección fue que era difícil llegar muy lejos de la mano de una alianza con el Partido Socialista. Conviene recordar, aun así, que la revolución de octubre de 1934 fracasó en buena medida por
cuanto sólo se hizo valer con fuerza en Asturias. El momento no era, en cualquier
caso, el mejor para la CNT, que en los años anteriores había
protagonizado insurrecciones varias saldadas con un número muy alto de
militantes encarcelados.
-¿Qué grado de prevención mantenía el
anarquismo español ante la posibilidad de un golpe de Estado como el de
julio de 1936, antes y después de las elecciones que dieron la victoria
al Frente Popular?
Es evidente que la CNT sabía que el riesgo de un golpe era muy alto, y que en muchos lugares se había preparado concienzudamente al respecto. No está de más que subraye que la “gimnasia revolucionaria” asumida en los años anteriores por diferentes instancias del movimiento libertario, tantas veces criticada por aventurerista, aportó, sin embargo, una experiencia que en muchas localidades fue decisiva para frenar el golpe militar. Cierto es, en paralelo, que fracasaron de manera palmaria iniciativas muy sugerentes, como la que se encaminaba a hacer acto de presencia, e incentivar movimientos revolucionarios, en el protectorado español en Marruecos.
-¿De qué modo se podría valorar el
protagonismo del movimiento libertario en la movilización de la ciudadanía
para hacer frente a las tropas golpistas? ¿Se puede decir que esa
movilización popular, a la que en principio era reacio el gobierno, fue
un factor determinante para frenar el golpe?
-No
tengo ninguna duda. Sin la movilización popular, en buena medida cenetista,
el golpe habría triunfado de manera rápida. Verdad es, en sentido
contrario, que los recelos de muchos dirigentes republicanos en lo que
hace a la entrega de armas a los sindicatos facilitaron la tarea de los
golpistas. Si el escenario hubiese sido distinto en Sevilla, en Granada,
en Zaragoza, en Huesca, en A Coruña o en Vigo, muy probablemente la
guerra civil se habría saldado con un resultado diferente.
-Fueron tres, al cabo, las pérdidas que se dieron entre 1931 y 1939 con la instauración de la dictadura: la de la segunda República, cuya proclamación fue entusiastamente acogida por un amplio sector de la sociedad, la de la revolución durante la guerra y la de la propia guerra, a pesar de que el gobierno llegó a contar con cuatro ministros anarquistas al poco de iniciarse el conflicto. ¿Ha hecho el movimiento libertario autocrítica de esa triple pérdida?
-Hay
que ir por partes. No creo que en el mundo libertario la pérdida de la
república, en sí misma, fuese ninguna tragedia. Ya he señalado que
anarquistas y anarcosindicalistas tenían pocas simpatías por la república.
Lo de la guerra es, claro, harina de otro costal. En este caso hay que
acometer una reflexión sobre por qué el bando franquista la ganó. En ella
tienen que darse cita, por fuerza, la ya mencionada actitud de muchos
dirigentes republicanos y la ficción del discurso unificador defendido,
en lugar prominente, por el PCE. Hablo de ficción porque, en su despliegue
material, la propuesta correspondiente apuntó con rotundidad a la generación
de divisiones en otras fuerzas políticas y sindicales, acompañada de un
proyecto conservador manifiestamente hostil a todo lo que oliese a
revolución social y, al cabo, visiblemente ineficiente.
Creo
que la pérdida mayor, genuinamente percibida como tal por el mundo libertario, afectó a la revolución social que mencionas, materializada ante todo en las colectivizaciones registradas, en muchos lugares, y en singular en Aragón y en Cataluña, en el campo y en
la industria. Esa revolución social, en buena medida espontánea, demostró
que una sociedad relativamente compleja podía funcionar de modo
igualitario sin empresarios, capataces y burócratas.
Me
parece, en fin, que a falta de algo que recuerde a alguna suerte de “historia oficial”, en el mundo libertario se ha consolidado una visión muy crítica del papel correspondiente a la participación de la CNT-FAI, durante la guerra civil, en los gobiernos de la Generalitat y de
la propia república. Lo menos que puede decirse es que no produjo ninguno
de los efectos que, en su momento, se invocaron para justificarla: no
garantizó la autonomía y la financiación de las unidades confederales, no permitió el suministro de armas a éstas, no sirvió para amparar las colectivizaciones y, en suma, no evitó la derrota postrera en la guerra.
-¿Cuáles fueron los valores, y las limitaciones,
que se hicieron valer al amparo de la revolución social registrada
durante la Guerra Civil?
-Lo
primero que debo señalar es que, mientras, y al calor de las colectivizaciones, ganó terreno un estimulante proceso de autogestión -las asambleas de trabajadores se hicieron con
el control de explotaciones agrarias y fábricas-, por el otro, y bien es
verdad que en un escenario muy delicado, a duras penas se progresó en
la consideración de una pregunta central: ¿qué hacemos con el
aparato económico? ¿Vamos a seguir produciendo lo mismo que producían
los empresarios privados?
En
un segundo escalón no está de más que me haga eco de una idea muy cara a Murray Bookchin, quien en su momento
subrayó la influencia que una cultura y unos valores precapitalistas
ejercían sobre muchos trabajadores. De resultas, estos últimos no estaban
tan embaucados por la lógica del beneficio privado, por la lucha en
provecho del incremento salarial o por la idolatría del trabajo que se revelaban
en otros escenarios. La solidaridad y la búsqueda de una relación equilibrada
con el medio desempeñaron papeles decisivos.
-Después de la muerte del dictador, el
llamado caso Scala va a suponer, según expones, un freno a la expansión
del anarcosindicalismo durante la Transición, favorecido a tu juicio por
el silencio de la izquierda parlamentaria. ¿Se habría dado de veras esa
expansión sin ese caso? ¿Cuál hubiera sido la incidencia de un sindicato
anarquista en un periodo que calificas de farsa?
-Es
difícil responder. Parece, por un lado, innegable que las autoridades españoles temían un rebrote del anarquismo, o del anarcosindicalismo. Y que decidieron actuar en consonancia. Para explicar por qué ese rebrote al final no se produjo, o no tuvo la fuerza esperada, hay que invocar también, y con todo, otros factores. Uno
de ellos lo aportaron las divisiones internas en el mundo
libertario, en un escenario en el que era difícil aunar las demandas de sectores obreristas y de otros más vinculados con lo que llamaré, con alguna ligereza, contracultura. Otro elemento importante fue, sin duda, la desconexión que la brutal represión franquista había provocado entre la CNT y la que había sido, antes de 1939, su base social. Acaso hay que agregar que el mundo anarquista, en general, no fue capaz de percibir en toda su crudeza las secuelas de los cambios registrados en las décadas anteriores.
libertario, en un escenario en el que era difícil aunar las demandas de sectores obreristas y de otros más vinculados con lo que llamaré, con alguna ligereza, contracultura. Otro elemento importante fue, sin duda, la desconexión que la brutal represión franquista había provocado entre la CNT y la que había sido, antes de 1939, su base social. Acaso hay que agregar que el mundo anarquista, en general, no fue capaz de percibir en toda su crudeza las secuelas de los cambios registrados en las décadas anteriores.
-Dices en el libro que España sigue siendo
el país del planeta en que el mundo libertario registra una presencia
mayor, pero desde luego muy lejos del que tuvo antes de la guerra. ¿Qué
vigencia y porvenir tiene el pensamiento libertario en un mundo
globalizado?
-Es en efecto un lugar común afirmar que en términos objetivos el movimiento libertario entre nosotros sigue siendo el más fuerte de cuantos existen en el planeta. Conviene puntualizar, aun así, que se halla muy segmentado y que a menudo su presencia social objetiva deja que desear. Se trata, por decirlo así, de un movimiento en exceso volcado sobre sí mismo.Y, sin embargo, no tengo dudas en lo que hace a la actualidad de la propuesta libertaria. Creo que la quiebra sin fondo de lo que han supuesto históricamente la socialdemocracia y el leninismo da alas a esa propuesta. Y me parece, en paralelo, que una de las pocas respuestas eficientes ante el riesgo de un colapso inminente del sistema es la que reclama el despliegue de fórmulas de autogestión, democracia directa y apoyo mutuo. Aunque los movimientos identitariamente anarquistas pueden no estar en su mejor momento, a mi entender las prácticas correspondientes han adquirido un auge cada vez mayor con el paso del tiempo.
-Otro aspecto que tocas en tu libro es el del anarquismo y la cuestión nacional. ¿Me podrías resumir la postura histórica del anarquismo al respecto?
-Es
una discusión muy compleja. Creo que, para acotarla, hay que identificar dos grandes posiciones. Mientras la primera apunta que en los
dos últimos siglos muchas comunidades políticas se han organizado, de
manera en una primera lectura neutra y tranquila, en naciones que se han
dotado de los discursos nacionalistas esperables, la segunda estima que
naciones y nacionalismos son artificios interesadamente urdidos por las
clases dominantes. Si la primera de estas percepciones gusta distinguir
entre naciones que surgen de los Estados y naciones que se enfrentan a
éstos, semejante distinción no parece encontrar mayor eco, en cambio, en
la segunda. Bien estaría que cada una de las dos visiones que gloso prestase atención a lo que señala la otra.
*Entrevista publica en El viejo topo, marzo, 2019.
DdA, XV/4106
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