Jaime Richart
Son muchas
las pruebas que muestran la pobrísima calidad de la democracia española cuya
Constitución fue redactada por personas más o menos cercanas al Régimen pero
en todo caso vigilantes de no alejarse
demasiado del ideario franquista. Por eso en las normas constitucionales unas
veces hay ambigüedad, otras lagunas y otras rigidez. La combinación de las tres
propiedades es lo que abre camino a la endeblez del Estado de Derecho. Expresión
ésta, Estado de Derecho, por cierto, que era propia de la nomenclatura
franquista habitualmente empleada por los periodistas y juristas adictos: la fórmula
perfecta para encajar la dictadura en algo políticamente correcto. Pues bien,
de un tiempo a esta parte vuelven a emplearla profusamente ciertos periodistas y juristas en
un sospechoso ejercicio de autosugestión o de cinismo, en línea con la famosa
frase de Gobbels acerca de lo eficaz que es la divulgación de una mentira
repetida mil veces... Y es que, efectivamente, Estado de Derecho sugiere sobre
todo ideas de autoridad, de disciplina y de ortopedia. Es como si esos
periodistas y juristas quisieran aproximarnos más al autoritarismo, a la
disciplina cuartelera y a la ortopedia que al sentido democrático. Pues la
palabra democracia va asociada a la mayor participación posible de la voluntad
popular a través de la consulta, del plebiscito y del referéndum, y cuanto más
participación más democracia. Por eso resulta sospechoso que pese a haber
asuntos de calado que han estado incluso en los programas de partido y que en
todo caso la sociedad los demanda: monarquía-república, por ejemplo, ninguno de los sucesivos
gobiernos de estos cuarenta años haya estado en absoluto interesado en recurrir
ni al plebiscito ni al referéndum. Es evidente que han preferido reforzar la
idea “Estado de Derecho” impregnada de autoritarismo, que la idea de “Estado
democrático”, tan devaluada está por todo lo que sabemos, más allá de votar
cada cuatro años. Y así nos va el pelo...
Que el
endeble marco constitucional y su
inconsistencia técnica trae problemas sin cuento a la vida pública, lo prueban
asimismo los tantos recursos de inconstitucionalidad promovidos precisamente
por quienes acostumbran hacer, cuando les conviene, una lectura literal de la
Constitución y no la conforme al espíritu de la ley que es lo propio de una
democracia verdadera. Y eso sucede, con toda probabilidad, porque en la redacción
del texto constitucional subyacen tres propósitos: fortalecer a la corona,
favorecer a la clase política, y apuntalar el concepto de “unidad” territorial
de la dictadura, sin concesión a fórmula política alguna que recuerde al
federalismo, por ejemplo.
Sin embargo,
precisamente por la ambigüedad sumada a la rigidez, ocurren cosas llamativas o
esperpénticas en torno a la interpretación del texto constitucional. Por
ejemplo, el hecho que da sentido a este titular. Pues más allá de las
intenciones del legislador (en este caso los padres constitucionalistas), la
realidad, la realidad política que hay detrás de toda norma y de toda
democracia, es tozuda. Unas veces porque se pone en evidencia en el empeño de
una clase de políticos y de la magistratura en que todos debemos interpretar la
Constitución literalmente, otras veces se manifiesta en forma de oportunidad (política o electoral) favorable para esa
misma clase de políticos, y otras la realidad tozuda aparece en el subconsciente de estos al
abandonar la interpretación literal de la Constitución para mejor arremeter
contra el adversario, que es el caso a que me refiero ahora...
Pues colmo
del despropósito es que el juicio-espectáculo que se sigue contra siete
gobernantes catalanes por supuesto delito de rebelión, viene precedido por un
hecho crucial y política y humanamente lamentable. Un hecho crucial para los
acusados y para esta democracia de cartón piedra. Me refiero a la comparecencia
en el Congreso del líder de la
Oposición en 2008. En aquella intervención reprochó abruptamente al entonces presidente del
gobierno que no convocase un referéndum
de autodeterminación para
Cataluña. Pero una vez en el gobierno
aquel que había sido líder de la Oposición dio lugar a una serie de hechos
repletos de violencia moral, al negar reiteradamente al gobierno
catalán el referéndum que él había exigido
diez años antes. Y no contento con ello y con negarse a negociar cualquier otra
salida política con el gobierno catalán, ese
presidente, el antes líder de la Oposición que había exigido el referéndum al
gobierno anterior, reaccionó policíacamente contra los gobernantes catalanes y
frente a
su convocatoria; consulta que sin la autorización del gobierno no podría
considerarse si no simbólica y en modo alguno vinculante. Así es como pasó el
mismo personaje, de considerar no
sólo legítimo sino también perentorio el referéndum, a considerarlo inconstitucional diez años después
como presidente en 2018.
El hecho es
suficientemente grave como para no sólo ser noticia de los medios, sino también
para que el Tribunal Supremo lo tenga ahora en cuenta ya que nunca esa trampa
personal y esa felonía institucional, ha formado parte del argumentario “democrático”
en la relación Estado-gobierno de Cataluña, ni, hasta ahora en el repertorio
del proceso penal en curso.
De modo que
si los tribunales superiores europeos no corrigen este despropósito que pasará a
la historia de la infamia, los encausados en este involucionista y desmedido
juicio y millones de españoles y de catalanes, seguiremos sintiendo sobre
nuestra nuca el peso de la vergüenza y de la indignación que acompaña a la
sensación de que ni los partidos predominantes ni sus votantes, ni la Justicia
española están dispuestos a romper definitivamente con tantos rasgos que
caracterizaron a la dictadura franquista y ahora vuelven a reproducirse sin
paredones...
DdA, XV/4109
1 comentario:
Como jurista opino que Rajoy cuando exigió a Zapatero en 2008 un referéndum para Cataluña, se amparaba en el artículo 92 de la Constitución que dice: “Las decisiones políticas de especial trascendencia podràn ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. Y en 2018, no constando que el gobierno catalàn se opusiese al referéndum de “todos los ciudadanos”, para negárselo se amparó en el capricho, la arbitrariedad o el acto de fuerza de no considerarlo “de especial trascendencia” a pesar de que 2 millones en aquella Autonomía lo demandaban y el espiritu que se respira en Cataluña es ostentosamente centrífugo del Estado Central.
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